los mas alegres.
El resto tornaban a blanco y negro.
Las calles,
mi usual camino no tenia color.
El fuego lo exterminó,
todo aquello era un remanso plano,
con vida alrededor.
Solía recordar el verde florecer,
respaldaba mi esperanza en cada paso.
Mientras dentro de mi
parecía haber intercambiado
un reloj por corazón.
Nada latía a tiempo.
En la espalda llevaba un saco
de momentos bonitos sin amor.
Era yo quien los robaba,
quien intercambió corazón y tiempo.
Las penas no eran tan penas sin emoción,
así jugaba con cupido
al escondite con sus flechas.
En el calor de cada adiós alimentaba el juego,
los kamikaces se apostaban la vida,
perdiendo y ganando,
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