Relato: Zafiro

miércoles, 28 de junio de 2017

En mi patio, había un arbolote. Estaba tupido con flores de magnolia azul.
Llegó el Espíritu de los patios con árboles y dijo que las magnolias no son azules, pero el árbol insistió, y año con año se cundió con flores azules, de un azul tan profundo que parecían echas de zafiros.
Fue por eso que papá, al nacer yo, me puso por nombre Zafiro.
La realidad de aquellas flores azules llegó a mí cuando tenía tres o cuatro años, antes miraba mi entorno pero no lo analizaba. Ese día volteé a mirar al árbol saturado de flores y, entre ellas, miré una carita esplendorosa. El ramaje florido dejaba transparentar un faz de niña con seis o siete años de edad. Era mi vecina que asomada por el pretil de su azotea, miraba hacia mi patio. Se veía bonita con su blusa amarilla llena de holanes.
– Hola, Zafiro - me dijo con su menuda voz.
– Hola - contesté el saludo.
– ¿Quieres venir a mi casa? Jugaremos a los rompecabezas. Tengo muchos.
– ¿A los rompecabezas?
– ¿Has armado algún rompecabezas?
– No, ninguno. ¿Qué es eso de rompecabezas?

Salió mi mamá al patio y, quitándome la palabra, comenzó a hablar con la vecinita.

– Zafiro aún no arma rompecabezas. Ella sólo tiene resaques.
– Cuando era yo chiquita, también armaba resaques y ahora armo rompecabezas de trescientas piezas.
– ¡Felicidades!
– Quiero que venga Zafiro a jugar conmigo.
– Huuummm… Mejor ven tú. Iré a tocar tu puerta y le diré a tu mamá que te deje venir. Te ofrezco otro tipo de juguetes para armar y una buena limonada. ¿Quieres venir, Yolanda?

Toda esa tarde jugamos con el Tinker Toy de mi hermano. Armamos un gran molino, y tomamos galletitas de cereza con nieve de cereza también, que mi mamá preparó. Al rato, vino la mamá de Yolanda y se pusieron a platicar en la sala mientras, mi amiga y yo, jugábamos a las escondidillas en mi recámara.
Oímos que nos gritaban y fue entonces que estiré la mano para despedirme de Yolanda. Ella me jaló, me llevó junto a ella, me miró a los ojos y sentí algo raro, hermoso y travieso; eso que, ahora sé que se llama emoción.
Yolanda se fue. Se alejaron para vivir a otra ciudad pero todos los años, cuando las magnolias aparecían, yo iba al patio y miraba hacia arriba. Sabía que algún día vería la cara de Yolanda entre las flores. Fue por ese sentimiento, que una tarde el Espíritu llegó. Se puso ahí mismo donde la cara debería aparecer y no dijo nada, pero agitó un pañuelo amarillo tan elegante, como la blusa que Yolanda lucía esa tarde de nuestro primer juego. El Espíritu dejó caer el pañuelo que llegó, acariciado por el aire, hasta mis manos. Lo tengo guardado en el baulito de mis recuerdos.
A veces, me disfrazo de “Yolanda”. Me coloco una falda amarilla y una blusa llena de holanes que el viento agita como en un vuelo, y es así como me gusta que me miren las damitas que, a propósito, miro en el parque o en la cola del cine o en cualquier restaurante. Me gusta mirarme ante el espejo y saber que soy como Yolanda, la mujer más grata que he conocido y que busco, casi con desesperación, en la efigie de otra mujer.
Preparé un gran ramo de magnolias. Lo arreglé con listones y papel encerado. Le tejí un moño amarillo y percibí su grato aroma.
Me puse un vestido amarillo y los tacones más altos. Me maquillé tratando de parecerme a Yolanda… haciendo que los ojos se vieran grandes… pintando la boca con colores deslumbrantes y las mejillas resaltadas para que mi faz tenga la forma de un corazón. Revisé mis piernas, largas, ágiles, deslumbrantes, como corresponden a una gimnasta de veintidós abriles. Vi en el espejo mi silueta acinturada y mi prominente busto traslucido, porque la blusa es de gasa. Miré mi cadera, dura, que luce la falta entallada y convencida de que soy bella, salí de casa.
Ahí está. Ella no se llama Yolanda pero, cuando quiero saludarla o despedirme, me jala, me lleva hacia ella para mirarme de cerca y yo, me quedo muy descontrolada.
Me acerco a ella mirándola. Nos estamos abrazando mientras miro claramente cómo, el Espíritu de los patios arbolados sale del ramo de magnolias y me dice al oído “Tienes que besarla”.
MORALEJA: La expresión más bella del sentimiento, es el beso.
Escrito por Hina Finck

Relato: ¿Suficiente?

jueves, 15 de junio de 2017

Dos tonos tardaron en descolgar. Al principio, fue reacia. Terminó aceptando. El dinero siempre es un buen aliciente para que la gente haga lo que quieres.
Tres horas después, llegué a mi destino. Tuve que parar en un bar a tomarme una tila. Pensé que tendría más sangre fría, pero los nervios me estaban carcomiendo las entrañas.
Un pequeño cartel en el telefonillo anunciaba que se trataba de una empresa de telecomunicaciones. Tenía su gracia. Llamé una única vez. Esperé. Ni una pregunta, ni una palabra, tan solo el pitido que me daba acceso al portal. Abrí la puerta del ascensor. Tres pisos me separaban de mi destino. Tuve que inspirar profundamente y apoyarme en el espejo, que me devolvió un esperpéntico reflejo de mí misma. Recobré la compostura, y con el gesto más serio que tenía, salí del elevador.
Un pequeño pasillo, y ese cartel otra vez, Bodasama Telecomunicaciones. Golpeé la puerta con los nudillos. Podía escuchar voces lejanas en su interior. La puerta se abrió. Una mujer bajita, de grandes pechos y amplia sonrisa, me recibió, invitándome a entrar con un sencillo “bienvenida”.
Pasé a un salón con sillones y sofás de cuero. Opté por sentarme en el otro extremo, quería ver quién entraba y salía de la estancia, quién pasaba por delante. No podía perder detalle alguno o mi plan se desmoronaría.
La pequeña mujer se sentó cerca de mí. No sé si me miraba con desconfianza o intrigada.

— Ya está casi todo listo.
— Perfecto —respondí mientras luchaba para que mi voz no temblase como las manos que entrelazaba en mi regazo.
— Reconozco que su petición ha sido un tanto peculiar. No he accedido nunca a ello, y aún no sé por qué contigo sí. Es un servicio que no hacemos. ¿Cómo lo has sabido?
— Soy tan persuasiva como el dineral que le voy a pagar por esto. Y haga el favor de tratarme de usted —la severidad de mi voz me sorprendió a mí más que a ella—. Voy a pagar por ello. No quiero preguntas, tan solo lo que he pedido.

Desapareció a la velocidad de la luz. Es curioso cómo la gente se acobarda, incluso las personas más dominantes, cuando se enfrentan a alguien que no cede. Y yo no cedo nunca.
Minutos después, me invitó a acompañarla, asegurándome que todo estaba listo y a mi gusto. Esperaba que así fuera, todo dependía de ello. Me señaló la puerta del fondo. Titubeé unos segundos, y recé para que no se diera cuenta. Levanté la cabeza, apreté los puños y caminé como si lo hiciera sobre las aguas. Frente a la puerta, cerré los ojos un instante. El punto de inflexión estaba a unos pasos de mí. Una vez me aventurara, ya no habría marcha atrás. ¿Estaba realmente dispuesta a que mi visión de la vida se desvirtuara de semejante manera? “Has llegado hasta aquí. Has movido cielo y tierra. Continúa”.
Giré el pomo con suavidad, saboreando esos últimos momentos de inocencia. La luz del interior de la estancia me cegó. Yo lo había pedido así.
Pocos muebles vestían la habitación. Una silla de madera, una pequeña mesa redonda con algunas de mis peticiones y una cama.
Sobre el colchón, tendida, esperándome, se encontraba una mujer. Parecía tan frágil desnuda, con aquel antifaz, con aquellas esposas en pies y manos… “¿Todo bien?”, preguntó la mujer de turgentes pechos. Me limité a cerrar la puerta tras de mí.
La chica, tenía la cabeza girada, como si pudiera verme. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Debía hacer lo que había ido a hacer. Extendí la mano, cogí la fusta y la sujeté con fuerza. Me acerqué a la cama. Ella parecía nerviosa. Acaricié su vientre con las tiras de cuero. Se contrajo. Bajé hasta su pubis. Se estremeció. Aquello le gustaba, y ese no era el plan. Le aticé en el muslo izquierdo. Gimió. No era suficiente. Pasé al derecho, con más fuerza. El zumbido de la fusta rompiendo el aire, dejó paso a un alarido. Eso estaba mejor. Ella intentaba ponerse en una posición de seguridad, pero lo único que podía hacer, era intentar juntar las rodillas.

— ¿Te gusta? —pregunté con el tono más sádico de mi repertorio, obteniendo un sencillo “sí”—. Voy a comprobarlo…

Agarré sus muslos, los separé. Ella comenzó resistiéndose, luego cedió. El envés de mi mano rozó sus labios…

— ¿Voy a tener que usar lubricante? ¡Esto no es lo que me prometieron!
— Solo dame tiempo, por favor —suplicó.

Su cara estaba descompuesta. Yo no sabía qué pensar, ¿de verdad disfrutaba conmigo?
Volvió a gritar cuando le coloqué la primera pinza en su pezón izquierdo. Tiré levemente de la cadena. Su boca se retorció. Creí ver que se mordía el labio. Quizá era eso lo que yo quería que pasara.

— Responde a una pregunta con la verdad, y te dejaré elegir el próximo juego. ¿Esta es la primera vez que practicas BDSM?
— Sí. Pero…, pero me gusta. Me encanta lo que me haces. ¿Puedes penetrarme primero con la bala? —preguntó a modo de súplica.

Miré a la pequeña mesa. Allí estaba, una bala negra y pequeña junto a un dildo de proporciones desmesuradas. Tomé ambos.

— ¿Estás segura de que prefieres algo tan pequeño como esto y no que entre con fuerza con esto? —acaricié con suma suavidad su vientre y su pecho con el dildo.
— Prefiero ir poco a poco.
— No me importa lo que tú prefieras.

Cogí el bote de lubricante, le abrí la mano y lo esparcí por ella. Hice que lubricara aquel obús morado. Cuando fue consciente del tamaño, volvió a intentar cerrar sus piernas. Esa vez no fui tan delicada, y se las separé con violencia. Comencé a bajar con él, desde su boca, lentamente, hasta su pubis. Ella se arqueaba, ¿acaso eso no era un gesto de placer?

— Me prometiste elegir…
— Elegir juego, no juguete. Has elegido que te penetre, y un “pseudotampón” no es suficiente. Al menos no lo es cuando te gusta tanto el dolor...

Iba a hacerlo, iba a meterlo en su vagina con todas mis fuerzas, hasta que solo pudiera sostenerlo con las puntas de mis dedos. Pero vi que, no solo estaba completamente seca, también temblaba.

— ¿Tienes miedo?
— No.
— ¡¿Por qué me mientes?! Estás aquí porque quieres. Tú has decidido estarlo. ¿Ahora vas a intentar que yo sienta que te fuerzo?

Estaba tan irritada… Pero, justo antes de embestirla con toda la rabia que llevaba dentro, volví a mirar su cara. Era preciosa, incluso con aquellas lágrimas que desbordaban el antifaz, no había perdido ni un ápice de belleza.

— ¡Dime la puta verdad! ¿Es esto lo que quieres?
— No… Yo solo… Mi novia… Mi jefa…
— ¡Tu dueña!
— Sí, ella… Ella me prometió que no dolería. Pero duele. Por favor, no le digas que no pude seguir. Te devolveré el dinero en cuanto pueda, te lo prometo. Pero no le digas nada.

Rompió a llorar como una niña pequeña. Me rompió el alma verla así. El dildo cayó al suelo. Ella se encogió del susto. La hubiera abrazado, pero no podía. Le quité las pinzas y me senté en la cama, pegada a ella, a la altura de su pecho. Acaricié su boca con mis dedos. Sus labios eran tan suaves como las primeras hierbas que brotan en primavera. Deslicé el antifaz hacia arriba, hasta que ni su frente pudo sostenerlo. Abrió los ojos, y comenzó a parpadear. Sus pestañas aleteaban como un colibrí. Fue haciéndose a la luz de la habitación. Se sintió aliviada, al menos hasta que fue consciente de que aún seguía esposada a la cama. Pataleó. Luego, me buscó con la mirada. Al encontrarme, volvió a llorar.

— ¡Desátame!
— Aún no.
— ¿Por qué haces esto?
— ¿Quieres que siga? ¿Quieres que te folle? ¿Qué es lo que de verdad quieres?
— Fóllame.
— No voy a hacerlo. He sido buena contigo. Podría haber sido cualquiera quien hubiera pagado tu precio, ¿crees que ellos habrían aceptado no violarte?

Me miró contrariada. Le tomó unos segundos darse cuenta de que aquello sí era una violación, de que yo podía haber hecho y deshecho, pues se suponía que estaba de acuerdo. Quizá me alivió ver en sus ojos que eso no era lo que deseaba.

— Iris, fóllame, tócame, hazme tuya.
— No.
— ¿Tanto asco te doy?
— ¿Asco? Me das pena, Marta. No sé qué cojones haces aquí. ¿Y si hubiera sido un sádico? ¿Estás gilipollas?
— Pero has sido tú. Y me has pegado…
— ¿Te he pegado? ¿Crees que eso es pegar? ¿Crees que lo hice con todas mis fuerzas?
— Pero lo has hecho. ¿Por qué? —su mirada contenía una mezcla de alivio y rabia.
— Debía saber si esta era tu decisión. Y si lo era…, si lo es…, respetarla.
— ¿Has venido hasta aquí para saber si quiero prostituirme?
— He venido hasta aquí para ver si era verdad que la estabas cagando tantísimo.
— Me echaron de casa cuando se enteraron de lo nuestro. ¡De lo nuestro!, tiene gracia, ¿verdad? Ya no había un nuestro. Tú te habías ido, me habías dejado sola. ¿Qué querías que hiciera? Ana me salvó de vivir en la calle. Me dio un techo, comida, un trabajo. Le ayudo con las chicas, recibo a los clientes, llevo las cuentas… Solo tenía que acostarme con ella. Solo eso.
— ¿Solo eso? ¿Te parece poco? ¿Cómo se le llama a “solo eso? ¿Prostitución? ¿Esclavitud? Dime, ¿cómo cojones se le llama?
— Sobrevivir. Me vi sin un puto duro, en la calle, sin nadie. ¿Qué querías que hiciera?
— Llamarme.
— No querías saber de mí. Ya nadie quiere saber de mí.
— ¡Y una mierda! Ve con este cuento a una que no te conozca. Creíste que esto era lo más fácil. Que tirarse a alguien que no quieres, es lo más sencillo del mundo. Que no te sentirías sucia. Y luego…, luego pensaste que no era tan malo, total, solo te la tirabas a ella. ¿Qué pasó cuando te dijo que te tenías que acostar con otra? ¿Te gustó? ¿Te dará todo lo que he pagado o vais a medias? No, claro que no, se lo quedará ella en concepto de gastos. Porque que te la folles no paga las facturas. ¿Cuánto se supone que le debes? ¿Te ha hecho ya las cuentas?
— ¡Para!

Por un segundo se hizo el silencio. No me callé porque me lo hubiera ordenado, más bien porque necesitaba asimilar la nueva información. ¿Cómo es posible que unos padres te dejen tirada por ser lesbiana, por amar? Sus padres, esos que tanto han presumido de sus modélicos hijos…, ¿acaso ella dejó de ser perfecta a sus ojos el día que les dijo que estaba enamorada de una mujer? ¿Afirmar que eres lesbiana te cambia el carácter? ¿”Soy lesbiana” es el abracadabra del siglo XXI? A ellos sí que sentí ganas de herirlos, de hacerles tanto daño como me fuera posible, de lograr que se dieran cuenta de que habían perdido a una hija, a una parte de ellos mismos. ¡Incultos y estúpidos padres pluscuamperfectos!

— Vente conmigo.
— ¿Y tu novia?
— No creo que le moleste que te saque de aquí.
— No va a dejar que me vaya.
— ¿Crees que me asusta esa tía? Tú te vienes conmigo, y que se atreva a impedirlo. Marta, tú no eres una posesión —alegué mientras le quitaba las esposas—, no puede retenerte. Y si tengo que llamar a la policía, la llamo.
— Nada de policía.
— ¡Vámonos!
— No.
— ¿Por qué? Te estoy dando una salida…
— Este camino lo elegí yo. Tú no eres responsable de mí. Solo vete.
— Te va a hacer daño. Y no hablo de que te deje por otra, sino de maltrato. Venga, Marta, no seas idiota, vente conmigo. Te puedes quedar el tiempo que quieras. Solo tienes que vestirte y salir por esa puerta.
— No lo has entendido. Aquí es el único sitio en el que valgo algo.

Tras aquella frase sin sentido alguno, se puso a gritar como una loca. Su captora pasó a ser su salvadora, y yo terminé con las costillas moradas, tirada en la calle.
Me pregunté mil veces si hice lo suficiente, si me estaba equivocando. Lo hice durante dos años. Era la hora de la cena. Julia y yo charlábamos sobre nuestro día, nos reíamos… La tele estaba encendida, era la hora de las noticias. No prestábamos mucha atención, pero el murmullo del presentador, empezó a retumbarme en los oídos, como si algo quisiera que alzara la vista del plato. La primera imagen, un río en el norte de España, unos policías enfundados en blanco, unos buzos, un cuerpo. Volvieron a plató, con la imagen de una chica de fondo. Me costó más de un segundo reconocerla, no era capaz de ubicarla en ese contexto. “Amordazada”, “cráneo roto”, “estrangulada”, “violada”. Aquellas palabras se metieron en mi cerebro. Solté el tenedor, miré a Julia, y solo pude decir: no, no hice lo suficiente.


Escrito por Sara Remendada

Relato erótico: Ella y yo (capítulo 5)

miércoles, 14 de junio de 2017
Ir a:     Inicio     Capítulo 4       "Ella y yo"

<------------------------->
Rebeca estaba por todos lados. La tocaba, la besaba, la mordía. Lía  no paraba de gemir, sintiendo como la humedad inundaba su ropa interior.

— Me estás volviendo loca — dijo Lía.
— Te deseo cariño. Te quiero dentro de mí.

Lía pasó sus manos por el cuerpo de Rebeca. Tocó sus pechos y pellizcó sus pezones. Lamió el pulso en el cuerpo y mordió. Su amante gritó con el placentero dolor. Sabía que era el momento perfecto, el lugar, la hora exacta para pedirle a Lía que la dominara. Tenía la necesidad de cambiar los roles, de ser la sumisa por una vez.

— Lía, cariño, ¿te apetece jugar un poco?
— Sabes que siempre estoy dispuesta a que me ates y a que me hagas lo que quieras — contestó Lía succionando un pezón.
— Oooohhhh. Quiero que lo hagamos al revés.

Lía se levantó mirando fijamente a su novia. La cara le cambió por la excitación que le sobrevino en aquel momento.

— Creí que nunca me lo pedirías.

Lía cogió a Rebeca de las muñecas. Le subió los brazos por encima de la cabeza y, con un movimiento rápido, le ató las manos al cabecero de la cama.

— ¿De dónde has sacado esas cuerdas? — preguntó Rebeca totalmente excitada.
— Las tenía escondidas para una ocasión especial.
— ¿Qué más tienes escondido pillina? — dijo Rebeca mientras su amante le ataba las piernas al camastro dejándolas abiertas, y exponiendo su sexo por completo.

Lía le ofreció una sonrisa de superioridad. Se levantó, se acercó a la mesilla de noche y sacó un arnés de grandes dimensiones. A Rebeca se le abrió la boca, deseando tener dentro aquella cosa.

— ¿Cuándo has comprado eso?
— ¿Quién dice que lo haya comprado?

La mujer se puso el arnés y se subió a la cama entre las piernas de su amante. Rebeca estaba encantada con la situación. Lía había entrado en el juego a la perfección, hasta le había cambiado la cara. "Debería haberle pedido esto antes", se dijo a sí misma, sin dejar de preguntarse cuándo había comprado su novia todas esas cosas.

————

La tenía a mi merced, totalmente expuesta, anhelante, suplicando con su mirada que la tomara con mi polla, pero no le iba a dar lo que quería, todavía no. Me puse encima de ella. Mordisqueé su barbilla, bajé con mi lengua lamiendo su cuello, llegue a su yugular, y mordí haciéndola sangrar. Ella no se dio cuenta, estaba demasiado excitada. Seguí bajando por su cuerpo, chupando su piel, hasta llegar a sus dos pechos. Succioné su pezón izquierdo, pellizcando con fuerza el derecho.

— Auh! Nena cuidado.
— ¡Cállate, zorra! —  le dije sonriendo.

Ella me miró sorprendida, pero excitada. Mientras, seguía lamiendo su carne. Llevé mi mano izquierda a su cuello y la estrangulé ligeramente. Ella gemía por la excitación, y yo me moría de puro deseo. Dejé atrás sus magníficos pechos, su cuello, deslizándome tortuosamente por su vientre, hasta llegar a su ya muy mojado sexo. Me detuve a contemplar su monte de Venus, apenas sin bello. Lo besé, acaricié sus muslos, y arañé subiendo por sus pantorrillas. Acerqué mi cara a su  coño abierto, aspirando el olor almizclado que emanaba de él. La boca se me hizo agua, y pasé mi lengua desde su apertura hasta su clítoris. Ella se estremeció y volví al ataque con mi lengua, esta vez llegué más abajo, lamiendo su estrechez. Me gustó su sabor. Chupé uno de mis dedos, penetrando su culo mientras succionaba.

— ¡Oh, dios! —  gimió ella.

Le  mordí el clítoris, tirando hacia fuera.

— Por favor, fóllame — me suplicó.

Sonreí. Me puse de rodillas, acercándome a su sexo y agarrando el dildo del arnés. Paseé el falo de arriba hacia abajo por su apertura, penetrándola con fuerza y sin miramientos.

— Joder — gimió.

La saqué de nuevo, volviendo a empujar más fuerte. Ella no dejaba de moverse y la cogí por el cuello con mis manos mientras seguía empujando. Mis dedos pulgares fueron directos a su faringe. Rebeca empezó a jadear cada vez más excitada, estrangulándola con más fuerza. Sus ojos me miraban con terror mientras mis caderas bombeaban dentro de su cuerpo, y mi manos oprimían su traquea. Ella no tenía apenas oxígeno, estaba a punto de morir entre mis dedos.

— ¡Policía! — escuché detrás de mí.

No vieron el cúter que saqué de debajo de la almohada. Ella me miraba con los ojos desorbitados mientras yo intentaba hundir la hoja afilada en su carne.

—————

Gritos, solo se escuchaban gritos. Rebeca notaba la sangre correr por su cuello. Vio como el agente Garrido se abalanzó sobre Lía. No sabía que estaba pasando.
Cortés tapó el cuerpo desnudo de Rebeca, presionando la herida que no parecía profunda. Desató a la mujer y la abrazó para tranquilizarla.

— ¿Qué está pasando? — preguntó Rebeca asustada.
— Lía Belmonte. Queda detenida por el asesinato de Regina del Olmo y Silvia Marcano.
— Me llamo Luz — gruñó Lía.
— Desde este momento está usted detenida. Se le imputa la comisión del delito de homicidio. Tiene derecho a guardar silencio. Todo lo que diga podría ser usado en su contra en el tribunal… —  leyó sus derechos Garrido mientras le ponía las esposas a Lía.
— Garrido, aquí hay un picardías rojo parecido al que nos describió la novia de Silvia.
— ¡Hija de puta! Sabía que se me olvidaba algo —  dijo Lía.
— ¿Lía? — preguntó Rebeca asustada.
— Lía no está, zorra. Está muy lejos. Yo soy Luz. Me llamo Luz — dijo la mujer chillando.

La policía le puso una manta por encima, sacándola de allí.

— ¿Qué le pasa a Lía? — preguntó Rebeca llorando.
— Señorita Castillo, su novia a matado a dos personas que sepamos. Ella tiene síndrome de personalidad disociativa. Su alter se llama Luz y… — explicó la policía.

Rebeca estaba totalmente descolocada. No podía creer que estuviera pasando esto.

— Pero, ¿cómo han sabido...?.
— Rebeca, cuando estuvieron la otra noche en la Bella y el Bollo, las amigas de Regina las vieron salir del baño. Reconocieron a Lía pero la llamaron Luz. Nos contaron  como llevaba días seduciendo a Regina. Yo estaba allí esa noche. Vi como Lía se comportaba con usted totalmente sumisa — explicó la agente.

Rebeca se echó a llorar, no podía parar. La policía la abrazó para consolarla.

— No sé si lo sabe. La madre de Lía la maltrató durante años. Para evitar el dolor de los abusos y los golpes, Lía creó a Luz, una mujer fuerte, que se defendía y se vengaba — siguió explicando la mujer.
— Nunca me contó nada de eso. Me dijo que su madre era estricta, pero nunca hasta ese extremo.
— Creemos que Lía, bueno... Luz, también mató a su madre hace algunos años. Se encontró su cadáver degollado en un contenedor, pero hasta ahora no lo habíamos relacionado — dijo Cortés.
— ¿Pero como saben todo esto?
— El día que vinieron las amigas de Regina, investigamos a Lía. Llegamos hasta su terapeuta. Nos contó lo de la doble personalidad, y lo que le hacía su madre. La doctora nunca pensó que llegaría tan lejos.
— ¿Terapeuta? Creía que iba por el sonambulismo.
— Eso creía Lía, pero Luz dominaba las sesiones.
— ¿Qué va a pasar ahora? — preguntó Rebeca.
— Pues, por el momento, te vas a vestir y te llevaré a casa. Luego ya veremos — dijo mirándola con ternura.
FIN
<------------------------->

Ir a:     Inicio       Capítulo 4     "Ella y yo"



Escrito por Nika

Relato erótico: Ella y yo (capítulo 4)

martes, 6 de junio de 2017
Ir a:     Inicio     Capítulo 3       "Ella y yo"

<------------------------->
— Buf, nena, si me sigues besando así… —  dijo Lía.

Rebeca la agarro de la mano, y la llevó hasta el baño del local.

— Aquí no — dijo Lía cuando se cerraba la puerta.
— Cállate y déjate llevar — contestó Rebeca besándola de nuevo.

Lía obedeció y se relajó mientras atraía más cerca a su novia.

— No podía esperar hasta llegar a casa.
— ¿Ah, no? — dijo Lía juguetona, pasando su dedo índice desde el mentón hasta el pezón derecho de su amante, pellizcando ligeramente.

Rebeca negó con la cabeza mientras se acercaba más y más a su novia.

— Me vas a follar y vas ha hacer que me corra, ¿a que sí? —  murmuró contra su cuello mientras lamía el pulso.
— Mmmm — gimió Lía.

Las mujeres se miraron, ardientes y deseosas comenzaron a besarse, las lenguas se buscaban y los dientes mordían. Lía tocó los pechos de la otra mujer por encima de la camiseta. Apretó sus pezones, quería más y metió sus manos por debajo de la ropa buscando la piel de Rebeca. Levantó el sujetador liberando la voluptuosa carne, volviendo a acariciarlos, con sus dedos pellizcó sus senos, como a ella le gustaba.

— Lámelas — exigió Rebeca.

Lía, bajo la cabeza sonriente y lamió la parte expuesta, succionó y mordió. Con su mano derecha desabrochó el botón de los vaqueros de su chica, bajó la cremallera y,  poco a poco, metió su mano hasta notar el monte de Venus. Notó el calor que emanaba del sexo, y hundió sus dedos en la humedad recorriendo los pliegues con extremada lentitud. Rebeca gemía en silencio, ya no aguantaba más.

— Hazlo por favor. Tócame, no me tortures más — suplicó.

Lía se armó de valor. Agarró la cinturilla del pantalón y, junto con la ropa interior, bajo las prendas hasta los tobillos. Se puso de rodillas en el suelo, y miró a su novia que se mordía el labio de excitación.
La mujer separó los dos lados de la bulba con sus manos, dejando totalmente expuesto el clítoris. Sopló ligeramente. Se relamió y acarició el capuchón con la punta de la lengua. Rebeca cogió aire para no chillar cuando vio como su chica hundía su cara dentro de su sexo. Lía pasó la lengua con fuerza por aquel botón delicioso. La otra mujer la agarró de la cabeza, obligándola a seguir chupando. No le importaba, le encantaba ese sabor. Con sus dientes rozó a penas la piel dura, y sintió como su amante se estremecía. Sabía que estaba apunto de llegar, y pasó toda su lengua con dureza por el punto que la llevaría​ al orgasmo. Tres, cuatro, cinco veces. Rebeca se convulsionó al llegar al clímax. Nunca se imaginó que su novia se lo hiciera de esa manera.

— Joder, nena. Ha sido bestial.
— ¿Quieres otro? —  preguntó Lía levantándose y metiendo la mano entre las piernas de su chica.
— ¡Ahhh! No, no, no — dijo cogiendo las muñecas de Lía y subiéndolas por encima de la cabeza.
— ¡Venga, coño! Que es para hoy —  dijo una voz detrás de la puerta.
— Luego te vas a enterar — susurró Rebeca soltando a Lía y subiéndose la ropa.

Salieron del baño bajo la atenta mirada de una mujer.

— ¿Cómo has dicho que se llamaba esto? —  pregunto Lía.
— La Bella y el Bollo.
— ¡Joder! Vaya nombre.
— Lo encontré por internet y pensé... ¿por qué no probar un sitio nuevo?
— Bueno, tampoco está tan mal — contestó la chica mirando a su alrededor.

C:
Ella está aquí.

G:
Entonces, tenías razón. ¿Qué hacemos? ¿Voy?

C:
Demasiada gente. Cometerá algún fallo. Esperaremos.

— Mañana iremos a comisaría — dijo Lía.
— Mañana es domingo. Iré el lunes. ¿Me acompañarás?
— ¡Claro! Sabes que sí. ¿Vamos a mi casa?
— No, a la mía. Tengo los juguetes allí — dijo Rebeca mientras abrazaba a su novia y jugaba con su pelo.

Lía la miro picarona. La tomó de la mano y juntas salieron del local.
<------------------------->

Ir a:     Inicio       Capítulo 3     "Ella y yo"          Capítulo 5

Escrito por Nika