Ir a: Inicio Capítulo 2 "Dudas, mentiras y tópicos"
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Nada más llegar
al bar, Carolina vio a sus amigas: Ana, Susana y su novia Elisa, al fondo del
local. Estaban sentadas en una mesa redonda y alta, tomándose unas cervezas.
Por más que
viera a Susana y Elisa juntas, Carolina, nunca dejaba de sorprenderse. Llevaban
saliendo más de dos años y con el paso del tiempo cada vez se parecían más.
Habían conseguido mimetizarse tanto que estaban rozando la simbiosis. Se habían
convertido sin quererlo en unas auténticas “bolleras siamesas”. Ambas llevan el
mismo: estilo de corte de pelo, modelo de gafas y tipo de ropa.
Con frecuencia,
Carolina se pregunta al verlas como pueden ser las únicas personas del planeta
en no darse cuenta de lo mucho que se parecen. Para Carol son prácticamente
idénticas. Esta información le provoca auténtica consternación, porque cada vez
que las ve, siente que una de ellas ha tenido que renunciar a su identidad
individual para acercarse a la otra. Tal vez por eso siempre acabe hablando del
tema con Ana. La sola idea de que alguien anule todo lo que es para estar con
otra persona, le parece tan devastadora que su cabeza se llena instantáneamente
de ruido “¿Acaso el amor no puede ser auténtico, o es que siempre hay que
renunciar a algo?”
Cuando Carolina
empieza a hacerse este tipo de preguntas en su cabeza, no sabe parar. El bucle
es parte de ella. Es plenamente consciente de este hecho. Ana también lo sabe,
pero le divierte demasiado ver a su amiga así, por lo que suele dejar que
Carolina se explaye durante horas. Todo por escucharla contenta, sin su
habitual mal humor, divagando sobre cosas efímeras. Ana adora esa parte de
Carolina, que se acalora sobre cualquier hecho insignificante, porque en esos
momentos es capaz de dejarse llevar y ser completamente ella. Por eso la escucha
quejarse y se muere de risa con sus múltiples excentricidades.
- Lo siento, he tenido un problema en el metro y se me ha hecho muy tarde – dice Carolina quitándose el abrigo mientras besa a sus amigas.
- Ya pensábamos que no ibas a venir – dice Susana bebiendo de su cerveza.
- Cuando no es una cosa es otra – dice Ana levantándose de la mesa para darle un abrazo a Carolina - ¿Cuál es tu excusa esta vez?
- Seguro que se ha encontrado un elefante rosa en el metro que le ha imposibilitado cogerlo a tiempo – dice Elisa poniendo los ojos en blanco – Siempre estás igual, Carol.
- Esta vez no ha sido culpa mía.
Carolina está a
punto de seguir con su estudiada e incierta excusa, cuando percibe un bolso y
una chaqueta encima de una silla vacía.
- ¿De quién es ese bolso? – pregunta Carol sentándose justo en frente.
- Mío – contesta Vero con una jarra de cerveza en la mano.
Carolina
palidece al ver a Verónica. Se pone tan nerviosa al escuchar su voz que da un
respingo sobre su asiento y pierde el equilibrio. La silla se va lo justo hacia
atrás, como para tambalear la jarra de cerveza que lleva Verónica en la mano.
La bebida se precipita contra el suelo derramando parte de su contenido en la
falda de Carolina y la camiseta de Verónica.
- ¿Estás bien? – pregunta, Ana, bajando de su silla con rapidez.
- Sí, estoy perfectamente. Gracias – contesta Carolina secamente.
- ¿Estás bien? – pregunta, Ana, bajando de su silla con rapidez.
- Sí, estoy perfectamente. Gracias – contesta Carolina secamente.
Elisa se
apresura y les pasa unas servilletas a las chicas para que puedan limpiarse.
- ¿Seguro que estás bien? – vuelve a preguntar Ana a su amiga – Parece que hayas visto un ovni.
Carolina levanta
los ojos con rapidez y ve a Verónica intentando limpiar su camisa con tres
servilletas de papel. Un mechón de pelo le cae sobre la cara mientras mira
hacia abajo. El mismo mechón de pelo que se caía sobre la cara de Carolina cada
vez que ,Vero, la besaba tumbada encima de ella. Carolina tuvo a Verónica
muchas horas así: completamente desnuda y expuesta a su merced.
Casi no consiguen
llegar a su casa, aquel día. Se comieron a besos en el ascensor sin mediar
palabra. Verónica empezó el juego con decisión y Carolina la siguió siendo
completamente consciente, que no tenía ningún control sobre lo que estaba
pasando.
Carolina había
postergado, lo imposible, el día en el que volviese a acostarse con alguien.
Pensaba con terror que iba a ser un lapso demasiado tenso y comprometido para
ella, pero con Verónica había sido demasiado fácil. Excesivamente sencillo y
fluido, para la consternación de Carolina. Prácticamente se desnudaron al
instante de cruzar la puerta de casa de Verónica. Se quitaron la ropa con ansia
y se besaron sin tener en cuenta donde estaban y hacia donde iban.
Los besos de
Verónica habían sido demasiado excitantes como para que Carolina pudiese pensar
en otra cosa que en descubrir mas trozos de piel. Sentirla desnuda había sido
incluso más explosivo que ver su cuerpo sin ropa. Todo lo que Verónica hizo le
pareció tan sensual que perdió la noción del tiempo de una forma animal. Jamás
había follado con alguien así, completamente arrastrada por una fuerza primaria
que le hacía pedir cosas que jamás creyó que pudiese atreverse a pedir. Aquella
noche Carolina hizo y se dejó hacer como ninguna otra vez en su vida había
hecho.
Esa es la razón
que aviva, que Carolina se muerda un labio mientras ve a Verónica limpiarse la
camiseta. Es plenamente consciente del poder que Verónica provoca en ella. Se
subiría la falda ahí mismo y se pondría a cuatro patas si Verónica se lo pidiese.
Lo haría sin dudarlo, sin ni si quiera pestañear. Por eso aquella mañana
Carolina apuntó el teléfono de Verónica a sabiendas que no la iba a llamar
jamás. Carol se prometió a sí misma que aquella noche sería una noche de una
sola vez. Verónica tiene demasiado poder de desinhibición sobre ella como para
que llegue a ser algo conveniente.
- Estoy completamente empapada – dice Carol cogiendo las servilletas que le pasa Susana.
Mientras levanta
la mirada ve como los ojos de Verónica se posan sobre los suyos. El rubor de
sus mejillas se enciende al instante con tan solo ese gesto. Carolina oye su
corazón en estéreo mientras Verónica la mira. Sus pulsaciones se aceleran tanto
que Carolina acaba apretando las servilletas con fuerza, para conseguir
controlar sus manos.
- Tengo que ir al baño…esto no hay forma de arreglarlo – dice Carolina dándose la vuelta.
Carolina
necesita tiempo para procesar lo que le acaba de ocurrir. Se ha pasado las últimas
dos semanas ignorando todas las señales que su cuerpo le ha hecho, para no
tener que llamar a Verónica. Ha puesto mucho empeño en evitar volver a sentirse
así: nerviosa e insegura. Incapaz de controlar lo que su cuerpo le pide cada
vez que esa mujer se cuela en su vida.
Carolina se
suele enorgullecer de lo mucho que el control le aporta confianza. Desde hace
un año no le ha pasado nada malo porque ha llevado un orden estricto sobre
temas esenciales: nada de tocar, nada de besar, nada de reírse mas de la cuenta
con alguien potencialmente atractivo. Nada de líos con nadie y nada. Solo cosas
sencillas, fáciles y sin complicaciones. Ninguna cosa que le pueda hacer
estremecer hasta el punto de tener que volver a sangrar por las múltiples
heridas que tiene a lo largo de todo el cuerpo.
Carolina siente
que son demasiadas contusiones para una sola persona. Tiene tantas magulladuras
y de tantas formas que no se siente capaz de mostrárselas a nadie; porque las
dos alternativas que conlleva esa exposición son terroríficas. Por un lado si
las muestra y resultan tan excesivas, como Carolina piensa que son, puede ser rechazada
brutalmente. El corazón de Carolina se sentiría incapaz de recomponerse después
de otro golpe de muerte.
Si por el
contrario, al enseñarlas sus lesiones, alguien las lamiese e intentase
curarlas, Carolina tendría que empezar a ser consciente de lo mucho que puede
volver a perder. Tendría que compartir su dolor con alguien, sintiéndose más
humana, débil y pequeña. Nada le aterra más que perder toda esa fuerza que cree
tener, mientras la otra persona se gana el derecho de poder aplastarla.
Carolina tiene tanto miedo a querer a alguien que hace tiempo que ha dejado de
sentir nada.
Carol llega al
baño de mal humor, con las mejillas rojas, la falda mojada y la respiración
entre cortada. Coge un montón de servilletas de papel que hay en la pared y se
frota la falda con brusquedad. Exasperada arroja el papel con furia sobre la
papelera. Apoya las manos sobre la pila y cierra los ojos para no tener que mirar
su reflejo en el espejo.
- ¿Estás bien? – dice Verónica entrando en el baño.
- Sí, estoy perfectamente. ¿Por qué todas me hacéis la misma pregunta? – pregunta toscamente Carolina
- Tal vez porque parece que vayas a arrancar la pila sobre la que estás apoyada – dice Verónica pasando de largo.
Carolina suelta
las manos rápidamente de la pila, abre el grifo y deja correr el agua. Coge un
poco de agua con las dos manos y se moja la nunca mientras ve, a través del
espejo, los movimientos de Verónica por el baño. Verónica se está
secando la camiseta rosa de tirantes que lleva puesta. Tiene una mancha enorme
a lo largo de toda la prenda.
- Siento haberte mojado – dice Carolina percibiéndose un poco culpable.
- No pasa nada, sobreviviré – dice Verónica mirando a Carolina a través del espejo – Sólo es una camiseta.
Carolina se lava
las manos mientras mira a Verónica por el espejo. La camiseta que lleva puesta
le marca las clavículas. El recuerdo de sus manos sobre ellas, dibujando su
contorno con suavidad con las yemas de sus dedos, consigue que Carolina se
ponga incluso más nerviosa de lo que ya está. Sin querer abre el grifo más de
la cuenta y se salpica aún más la falda.
- ¡Mierda! – dice Carolina roja como un tomate.
Verónica se
acerca a ella con un montón de servilletas en la mano, sin parar de reírse.
- ¿Y tú de que te ríes? – pregunta Carolina, furiosa, cogiendo las servilletas bruscamente.
- De ti – responde Verónica apoyando una de sus manos en la pila –. Como sigas así vas a acabar duchándote en agua fría. Pensaba que esta fase se te había pasado, Carol.
- ¿De qué hablas? – pregunta Carolina irritada.
- Si tantas ganas tenías de verme podías haberme llamado – dice Verónica tranquilamente.
Carolina levanta
los ojos y mira a Verónica justo en frente de ella. Tiene el cuerpo muy cerca
del suyo. Mientras Carol se siente expuesta, enfadada y frustrada, Vero se
muestra sosegada y divertida mirando a Carolina.
- No te he llamado porque he estado muy ocupada – dice Carolina bajando la cabeza.
- Ya – contesta Verónica acercándose a ella.
Carolina da un
paso hacia atrás cada vez que Verónica da un paso hacia ella. Va caminado de
espaldas, huyendo del contacto de Verónica.
- ¿Qué haces? – pregunta Carolina con un hilo de
voz.
- Voy a besarte – contesta Verónica.
- No…- dice Carol negando con la cabeza.- No era una pregunta, Carol – dice Verónica-. Además, se te está acabando el espacio
.
Carolina choca
con la espalda contra la puerta de uno de los baños. Respira entrecortadamente sin
fuerzas ni ganas de luchar contra si misma. Espera a Verónica, en un segundo
que se le hace eterno, hasta que sus labios consiguen juntarse.
El deseo recorre
la espalda de Carolina como un impulso eléctrico. No puede quitarle las manos
de encima a Verónica. Sabe tan bien que sólo quiere probarla ferozmente. Sus
manos actúan por puro instinto, llevadas por la necesidad de abarcar todo el
cuerpo de Verónica, que les sea posible. Carolina necesita febrilmente volver a
sentirla de nuevo.
Con un
movimiento simple y preciso Verónica abre la puerta del baño en el que están
apoyadas y empuja a Carolina dentro. Besa a Carolina con ansía empotrándola
contra la pared. Utiliza un pie para cerrar la puerta mientras juega con las
manos en el interior de la falda de Carolina.
- Tienes la falda empapada – dice Verónica bajándole la cremallera – Será mejor que te la quites.
Carolina se
estremece con ese gesto y mira a Verónica completamente expuesta. Se muerde los
labios, mirando a Verónica a los ojos, mientras ésta desliza una mano por
dentro de su ropa interior.
- Nunca pensé que unas bragas de elefantes pudieran ser tan jodidamente sexys – dice Verónica espontáneamente, con una sonrisa en la boca.
- ¿Cómo? – pregunta Carol atónita.
Carolina agacha
la vista deseando que no sea cierto, pero ahí están. Sus bragas de animales se
la han vuelto a jugar. ¿Cómo es posible que sea la segunda vez que le pase?
Contemplar su
ropa interior hace que Carolina se ponga roja al instante y se sienta increíblemente
incómoda. Con un gesto convincente coge la mano de Verónica,
sacándola de su ropa interior.
- ¿Qué ocurre? – le pregunta Verónica preocupada.
- Nada – contesta avergonzada ,Carolina, mirando hacia otro lado.
Verónica gira la
cara de Carolina, con suavidad,
hasta que los ojos de Carolina se posan sobre los suyos.
- Me encantan tus bragas de elefantes – dice Verónica de una forma dulce.
- No digas tonterías – responde Carol intentando escaparse del abrazo.
- Carol, son solo bragas – dice Verónica acercándose a la oreja de Carolina –. Te follaría aunque llevarás puesto un faja que te llegara al ombligo. ¿O es que no te has dado cuenta todavía de lo mucho que me gustas?
Carolina se gira
hacia Verónica completamente embelesada. Las palabras de Vero se le han colado
tan dentro que no puede más que besarla como contestación. Carolina besa a
Verónica aflojando el cuerpo y un poco el alma. Se aferra a las manos de Verónica
sin importarle que esté jadeando en un baño público. Vive el momento dejándose
llevar, volviéndose a sentir, en ese instante, ella misma dentro de su piel.
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Escrito por Fusaa
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