Relato "Un café y un polvo". Parte 3 (Capítulo 8)

jueves, 12 de noviembre de 2015
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PARTE 3. POR PROBAR... TAMPOCO PASA NADA ¿NO?
CAPÍTULO 8. TODO PASA POR ALGUNA RAZÓN.

MARTINA

Desde que se fue hasta las siete de la tarde estuve de malhumor continuamente y para despejarme decidí hacer limpieza. Así que me pasé el día moviendo muebles, barriendo, fregando y quitando el polvo en general. A las siete comencé a prepararme, cenaría con Mateo y conociéndole estaría aquí sobre las nueve menos cuarto.
En cuanto me metí en la ducha noté lo agarrotado que había tenido el cuerpo desde la noche anterior, el agua caía lentamente acariciando mi cuerpo y dándome una sensación de placer y tranquilidad que necesitaba en esos momentos, estuve unos cuarenta minutos debajo del agua, me lavé el pelo y me duché mientras intentaba poner mis pensamientos en orden.
Una vez fuera me decidí por un vestido plisado de color beige y unas bailarinas. Me pasé las planchas por la parte delantera del pelo y ondulé suavemente los mechones que me caían hacia los lados de la cara.
Antes de darme cuenta sonó el timbre, las nueve menos veinte, siempre puntual, siempre a la misma hora. Cogí mi bolso y me dirigí a abrir. Mateo se encontraba ante mí con camisa y vaqueros.


-Hola.
-Hola - contesté simplemente, no quería generar una conversación que tuviera que ver con esta mañana así que hablé de nuevo.- ¿Nos vamos?- Me ofreció el brazo y me dejé caer sobre él, necesitaba tranquilidad aquella noche.


No tardamos mucho en llegar al restaurante, él siempre elegía por mí, algo que me ponía de los nervios pero que había dejado de discutir hacía ya tiempo. Me comí el entrante de algo rosa y amarillo que no lograba identificar, ninguno de los dos hablaba y la situación estaba volviéndose incómoda.


-¿Qué tal el trabajo? - pregunté, dejando de comer y mirándole a los ojos.
-Bien.


No conseguí que volviese a hablar conmigo hasta el final de la noche cuando me llevó a casa. 


-Tu madre quiere verte en cuanto tengas un hueco, y me ha pedido que te recuerde lo del martes.


Asentí y me metí en el piso tras darle un pequeño beso en el que apenas había rozado sus labios. Suspiré aliviada tras la puerta. Menudo día llevaba…


LUCÍA
-¡No quiero más! ¡No tengo más hambre de pipi, teno hambre de natillas!- sonreí ante aquellas palabras y dejé de fregar los platos un segundo para mirar a aquella pequeñaja que me miraba desde la silla enfurruñada, agitando el tenedor e intentando reivindicar sobre la comida. Era un miniyó de Alba, con sus ojos azules intensos y su pelo negro, había heredado mi pelo ondulado, pero en todo lo demás era como ella. Siempre tenía aquellos coloretes rojos en las mejillas que recordaba en Alba por las fotos, la vería el martes de nuevo… Estaba impaciente. -¡Luuuuuuu! ¡Que no teno hambre de pollo!
-Ya te he oído, ya te he oído chiquitaja.- dije sonriendo.- Pero, si no te comes el pollo no vas a crecer y ser grande.- Me miró y soltó una risita por lo bajo.- ¿De qué te ríes tú enana?
-Yo no quero ser grande. ¿Me das natillas?- suspiré.
-Haces bien enana - dije mientras abría la nevera y sacaba las natillas. Le retiré el plato del pollo que se había dejado prácticamente entero y le puse las natillas delante - Espera un segundo y no te la comas con los dedos que te doy una cuchara - dejé el plato y abrí el cajón de los cubiertos. No había cucharas, abrí el lavavajillas y cogí una para limpiarla, cuando terminé de secarla fui a dársela. Ella ya tenía uno de sus regordetes dedos metido en las natillas y se lo relamía golosa con una sonrisa en la cara y mirándome triunfante.- ¿Qué te había dicho Almu?
-¡Tardabas mucho Boo!- soltó frustrada. Reí con lo de Boo, se había acostumbrado a llamarme así y ya no había quién se lo sacara de la cabeza. Le dejé la cuchara al lado y no tardó ni un segundo en zambullirla en las natillas y metérsela en la boca riendo. Era una pequeñaja, ella era uno de los motivos por los que me había puesto en comunicación con Alba, debía sacar a Almu de allí, solo tenía dos años y estaba apunto de cumplir tres en apenas unas semanas…


Vi que había terminado de zamparse las natillas y daba golpes con la cuchara en la mesa para captar mi atención.


-Chiquitaja, para.- le cogí la cuchara de las manos y la saqué de la trona para dejarla en el suelo.
-¿Jugamos? ¡Podemos ir al parque! - le gustaban estas cuatro paredes lo mismo que a mí… nada. - Mamá no está y papá tampoco, nadie se enterara.
-Está bien, está bien, ¿vamos a por una chaqueta?


Asintió sonriente y me cogió de la mano, no daba dos pasos nunca sin agarrarme de la mano, yo hacía eso con Alba… la historia se repetía.


MARTINA
Ya era martes, el sonidito del despertador me hizo dar un brinco de la cama. Cogí la ropa perfectamente doblada de la silla que había preparado el día anterior y fui al baño para ducharme. Una vez vestida y duchada me sequé el pelo y me pasé las planchas mientras oía como sonaban los despertadores de mis compañeras de piso, siempre se levantaban tarde. Tranquilamente cogí las llaves del coche y salí, cogería un café al lado de la uni. Hoy no tenía mucha hambre.
Después de tragarme 5 horas eternas de conceptos biológicos y psicológicos de las personas, salí agotada de la clase y miré el móvil ya instalada en el coche. Había un whatsapp de mi madre “Acuérdate de llevarle las pastillas a tu padre”.
Se me había olvidado, menos mal que ya había comprado las pastillas el día anterior, decidí pasarme. Mi padre trabajaba en una empresa de publicidad, siempre me había encantado de pequeña, entre aquellas paredes se concentraban miles de ideas que volvían ovejas a miles de personas inteligentes. Mientras iba pensando en ello llegué a la empresa, bajé del coche y cogí las pastillas. Hacía tiempo que no pisaba por allí, mi padre y yo nos habíamos distanciado hace años, mínimo llevaba desde los doce o trece años sin pasarme por aquellas oficinas, habían pasado 6 años.
Entré, era un típico edificio de oficinas, alto, negro y lleno de ventanas, por dentro jaleo, papeleo y luz. Mucha luz. Siempre me habían gustado aquellos ventanales de pequeña por los que entraba tantísima luz, ahora me desagradaba, me resultaba irónico, era como una burla de la “transparencia” de aquel sitio.

-¡Martina cariño! ¿Eres tú?- me giré, una mujer gordita con traje y un moño en la nuca se acercaba a mí desde el mostrador que había en la entrada. La reconocí al instante.
-Pilar, cuánto tiempo.
-Estás igual, aunque más alta y más preciosa. Debes tener ya veinte años ¿no?
-Los cumplo en unas semanas Pilar.
-Sí sí cierto.


Quería salir de allí pronto, ya no me gustaba aquel sitio.


-Pilar, tengo prisa, ¿está mi padre?
-Sí cariño, en la tercera planta.
-Pilar, por favor. Dame el proyecto para la reunión de hoy- no podía ser, enseguida reconocí aquella voz. Me giré y a unos pasos de mí estaba Alba, vestida de traje. Pantalón largo negro ajustado a su figura delgada, chaqueta a juego con el pantalón, y blusa celeste con los botones abrochados justamente donde mis ojos se posaban. Las mangas de la blusa las tenía remangadas por encima de la chaqueta, todo muy “cool”. Aquello no podía estar pasando. Me quedé mirándola incrédula.
-Claro cariño, un segundo, estoy con una vieja amiga.- Pilar se me adelantó a hablar. No sabía que decir así que me quedé callada.
-Gracias, eres un solete - Le agradeció Alba. En ese instante noté los ojos de ella sobre mí, yo estaba inmóvil. - ¿Martina?
-Vaya, ¿os conocéis?- pobre Pilar, si supiera...
-Sí…- conseguí articular.
-No puedo creerme que conozcas al ojito derecho de tu padre.- admitió Pilar riendo.
-¿Ojito derecho? - conseguí decir ante tal sorpresa.
-Pilar, por favor, no digas esas cosas. Es mi trabajo. - Alba restó importancia al comentario de Pilar.
-Pero si es verdad cariño.- me guiñó un ojo.- Ella es el nuevo juguete, ya sabes como es tu padre con las mujeres.


Me entraron náuseas. Miraba a Pilar y a Alba alternativamente.


-Esto debe ser una broma - dije mirando a Pilar.
-Anda dame el proyecto, que aunque eres un solete no veas como  truenas a veces - le pellizcó la mejilla cariñosamente y Pilar riendo volvió hacia el mostrador.


Me quedé mirándola.


-¿Te marchas ya? - me preguntó de una manera educada y con una sonrisa en la boca. Era increíble que esta muchacha fuera tan diferente y cariñosa en uno de los lugares que yo más aborrecía del mundo.
-Iba a subir a darle unas pastillas a mi padre y luego supongo que me marcharé. ¿Tú a qué hora sales?- ¿Por qué había preguntado eso? Me daba igual lo que Alba hiciera o dejara de hacer ¿no?
-En realidad no tengo un horario fijo. Además…. soy el nuevo juguete de tu padre - me dio con la carpeta del proyecto en el brazo mientras me sacaba la lengua en forma de burla.


¡Cómo no! Típico de mi padre. Decidí ser simpática, ella no tenía la culpa de ser preciosa y mi padre era un cabrón y un mujeriego. Sonreí.


-Idiota - me giré hacia el mostrador.- Pilar, puedes darle tú las pastillas.
-Claro cielo, ¿ya te vas?
-Sí - hablaba alto para que Alba me oyera.- Alba me ha dicho que me invita a comer, y no soy de rechazar una invitación. -Pilar rió, seguía tan inocente y agradable como siempre. Fui hacia Alba. - ¿Vamos?
-Espérame un minuto que deje la carpeta en mi despacho y nos vamos. - Me contestó con una sonrisa en la cara, parece que le gustó mi autoinvitación.
-Claro, te espero aquí - me encantaría seguirla hasta el despacho, moría por besarla, pero debía pensar y no dejarme llevar por los impulsos, el sábado ella se había ido a follar con otra y aunque no éramos nada, se había asegurado de que la oyera y eso me había cabreado. Y aunque vestida de traje estaba aún más impresionante de lo que la recordaba y estaba claro que parecía otra chica diferente, sonriendo y tan amable, iba a comportarme, iba a ser la chica formal que todos decían que era. A los pocos minutos volvió sin la carpeta bajo el brazo.- ¿Ya?
-Ya. ¿Dónde quiere que le lleve señorita Ardá?
-Hace seis años que no piso esta zona. Dónde usted quiera.- sonreí, la nueva Alba era encantadora.
-Muy bien, pues sígame señorita. Vamos en mi coche.
-Mmm… De acuerdo - la seguí hasta el aparcamiento y montamos en un Audi A3 Sedan de color rojo intenso, me encantaba ese tipo de coche por eso no me fue difícil identificarlo.- Bueno, dime - dije cuando arrancó y salimos del parking.- ¿Aquí saben de tu otra vida?
-Aquí, como tú dices, es mi trabajo. - me contestó distendida, sonriente, me encantaba esta otra Alba - Y mi vida, que no es mi “otra” vida - me apuntilló la palabra otra - es mi vida, no tienen porque conocerla.
-Vale vale.- sonreí.- Oye… ¿Y cuántos años tienes?- acababa de caer en la cuenta de que ella trabajaba, y no era una becaria, sino que trabajaba como una subdirectora en el departamento de marketing de mi padre. Aproveché su estado de ánimo para preguntarle. ¿Sabría que yo estaba en la universidad?
-No te pases conmigo capullita - me dijo pero con un tono completamente diferente al de ese odioso fin de semana. Ahora era suave, bromeando, mirándome de reojo y sonriendo.
-Bueno, de acuerdo.- no pretendía estropear su perfecto estado de ánimo. Le devolví la sonrisa y miré por la ventana sin fijarme en las cosas y abstraída en mis pensamientos.
- 27 -  soltó sin más, me giré hacia ella sorprendida. Me sacaba ocho años. Eso sí que no me lo esperaba.
-Vaya… Pareces más joven.
-Se agradece el cumplido. - Comenzó a reír - Tú pareces mayor y virgen. - no paraba de reírse.
-Eres idiota Alba. En serio.- la miraba mientras ella no dejaba de reír.- ¿Quieres prestar atención a la carretera?
-No te preocupes Martina, que controlo. No estoy como el otro día - su mano derecha se posó en mi muslo y noté como un escalofrío me recorría el cuerpo y la sangre empezaba a agolparse en mis venas.
-Sí sí, lo controlas todo. Y yo no soy mayor, y respecto a lo de virgen, te ha marcado demasiado ¿no? - dije recordando lo que había dicho. Mientras ella aparcaba el coche.
-¿No me dirás que no es extraño a tu edad ser virgen?
-¿Y qué edad supones que tengo?
-¿25?
-¿25?- la miro sorprendida.- ¿En serio?
-¿26?- volvió a contestarme. No puedo creerlo, la miro a los ojos y empiezo a reírme.
- No dudo que se te dé muy bien la publicidad pero desde luego los números no son lo tuyo…- ahora la que no puede parar de reír soy yo.
-Pues no tengo ni puta idea - empezó a contagiársele mi risa.
-Tengo 19.- dije mientras seguía riendo.
-¿19? Vamos, no me jodas. ¿Por qué te vistes de mayor? - su risa fue en aumento.
-¡Oye! ¿De qué vas? Yo no me visto de mayor.- me dolía el estómago de reírme, y no podía dejar de sonreírle. Vi que había parado el coche. Me desabroché el cinturón.- ¿Es aquí?
- Sí. Te presento a mi casa.
-¿Me has traído a tu casa?- me pareció un gesto muy bonito. Me incliné hacia delante y rocé sus labios con los míos.- ¿Vamos?





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Buzzys
Arwenundomiel

6 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Bienvenid@ a nuestro blog y gracias por comentar. Nos animas a seguir.

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  2. Cuando subirán el proximo,me encanta
    *-*

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    1. Por un error nuestro, no habíamos modificado el "Continuará" con el enlace al siguiente capítulo. Ya está solucionado. Puedes seguir leyendo más capítulos ahora. Gracias por comentar.

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  3. Vaya vaya no puedo parar de leer capullas me tenéis engancha

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