- Sin pecado concebida.
- Perdóneme Padre porque he pecado.
- Dígame hermana - dijo el padre Emilio.
- Padre, he tenido pensamientos impuros.
- ¿Qué clase de pensamientos?
Me pilló desprevenida. No sabía que querría saber detalles, y tuve que pensar rápido.
- Pensé en besar a otra mujer. Pero solo fue un segundo - dije esperando que no quisiera saber más.
- Todos a veces tenemos algún pensamiento. Es la naturaleza humana. Estás confesándolo y es porque te arrepientes. Reza tres padre nuestro y dos Ave María. Ego te absolvo.
Seguidamente me dio su absolución y la bendición.
- Sarah, te vi confesándote con el padre Emilio - dijo Sofía metiéndose en mi cama.
- Sí. Tenía que hacerlo. Se supone que debo confesarme cada semana, y llevaba al menos dos sin hacerlo.
- Espero que no le hayas contado nada sobre nosotras - dijo Sofía un poco incómoda.
- ¡ No soy tonta ! - repliqué. - Solo le dije que había tenido pensamientos impuros. Que pensé en besar a un chica durante un segundo. Además, él no puede decir nada. Es secreto de confesión.
- Perdóname, cariño. No quería molestarte. Es que no quiero que me alejen de ti - dijo abrazándome con fuerza.
Me quedé pensando que Sofía tenía miedo a ser descubierta. Perdería su puesto de superiora, y la echarían del convento. Por lo que sabia, sus padres si aún vivían, le darían la espalda. Entendía el por qué no quería que nadie lo supiera. A mí de repente me da igual donde estar, mientras estuviera a su lado.
Cuando llegué aquella mañana al despacho de Sofía, el padre Emilio estaba reunido con ella, y me entró el pánico.
- Madre, la hermana Catalina vino a verme la otra tarde. Me dijo una serie de cosas que me gustaría comprobar. Dice que usted la echó del convento - dijo él.
- Es verdad, padre. Aunque le recomendé un tiempo de reflexión. He mandado una carta de exclaustración a la santa sede - explicó la mujer.
- Madre, la hermana Catalina me dijo, que la echó porque las encontró a usted y a la hermana Sarah juntas en la ducha, en una actitud un tanto comprometida.
- ¿Cómo? Padre, yo encontré a la hermana Catalina acosando a la hermana Sarah, y no es la primera vez - dijo Sofía sonriendo.
- ¿ Cuántas más? - preguntó el hombre bajando la cabeza.
- Fue en confesión, padre. No puedo decírselo.
- Entonces hizo bien, madre. Por cierto ¿qué tal lo lleva la hermana Sarah? ¿Se adapta bien al convento? - preguntó con interés.
- Es un encanto, padre. Se ha adaptado muy rápido, y trabaja muy activamente en el blog del convento..
- Bueno, madre. Gracias por aclararme estas cuestiones. Nos veremos en otra ocasión.
Seguidamente el padre Emilio salió del despacho cerrando la puerta tras él.
- Hermana Sarah ¿Qué tal está? - me preguntó el hombre.
- Muy bien, padre. Gracias por preguntar.
- Hermana, sabe usted que si tiene algún problema puede acudir a mí. No solo como confesor, si no como amigo.
- Gracias, padre - contesté desviando la mirada.
Él me sonrió y salió por la puerta. ¿Por qué me habría dicho eso? No me preocupaba. Era su obligación como párroco del convento. Pero Sofía estaba nerviosa. Me estuvo esquivando, solo hablando de cosas triviales. Hasta que llegó la noche y le pregunte.
- ¿Qué pasa?
- Catalina le dijo al padre Emilio que nos vio en la ducha. Le expliqué, que ella te acosó y parece que me creyó.
- Es lo que pasó. No has mentido.
- Es verdad. Perdóname, esa mujer me saca de quicio.
- Él me dijo que contara con él, no solo como párroc. Supongo que quería que le contara lo que paso - le conté.
- Supongo que le gustaría saberlo. Al fin y al cabo es un hombre.
- Es un cura - repliqué.
- Y nosotras monjas - contestó levantando las cejas y dejándome sin palabras.
El tiempo pasaba y yo me había creado una rutina. Rezar siete veces al día, el trabajo de la página web y el blog, vendiendo los dulces, la misa y las noches con Sofía, que eran lo mejor del día. La adoraba, se había convertido en lo mejor que podía pasarme. Esa mañana, volvíamos de la capilla cuando la vi. Me quedé en shock. No supe que hacer. Escuchaba los gritos de las hermanas en la lejanía. Su cuerpo descuartizado, su sangre encharcaba el suelo. Sofía estaba abierta en canal y sus intestinos esparcidos por el suelo.
***
Llegaba tarde a la capilla. Tenía que firmar unos papeles y me detuve en mi despacho. Sarah me había dejado una nota en el cajón donde guardaba la pluma.
" Sé que debía decírtelo de otra forma, pero quiero que sepas que me he enamorado de ti.
Sarah"
Me derritió el corazón. Guardé la nota en el bolsillo interior del hábito. Era hora de tomar una decisión, quería proponerle a Sarah que abandonásemos el convento y nos fuésemos a vivir juntas. No podíamos seguir ocultándonos tras el muro. Se lo pediría esa misma noche.
Salí de mi despacho a toda prisa para dirigirme a la capilla, pero me encontré con ella de sopetón.
- Hermana, no esperaba encontrarla aquí - dije al verla.
- Quería hablar con usted madre.
- Dígame hermana.
- Sé lo que haces con la hermana Sarah - me dijo sin preámbulos.
Me quedé con la boca abierta y negué con la cabeza, pidiendo una explicación a su acusación.
- Me acerqué a tu celda para confesarme, y os vi. Os estabais besando, desnudas en la cama.
- Hermana, nos vamos del convento. No hace falta que humille a nadie - le confesé.
- Nunca debiste ser la abadesa. Sabía que eras una pecadora. Yo merecía el puesto - dijo con rabia.
- Ahora que nos vamos, debería presentarse.
- Madre, está cometiendo pecado mortal, homosexualidad, y perversión de una inocente. Eso solo puede erradicarse de una manera - dijo acercándose a mí.
Noté el frío metal atravesando la piel de mi estomago. Una, dos, tres veces. Cortando, seccionando las venas y las conexiones nerviosas. Me dolió durante unos instantes, talv ez cuando rajó mi cuerpo desde mi bajo vientre hasta mi esternón. Sangre, mucha sangre por todos lados, y una voz repitiendo lo mismo.
- Ego te absolvo. El poder de Cristo de salva. Ego te absolvo. El poder de Cristo de salva.
El olor metálico de la sangre me nublaba la parte aún viva de mi mente. Mi corazón todavía latía, y entonces lo sentí. Se paró sin más. Tiraron de los órganos de mi cuerpo. Todo se oscureció, y yo solo pude ver el rostro de Sarah.
***
" El martes 22 de marzo, sobre las 7 de la mañana, se encontró el cadáver de la abadesa del convento de las benedictinas. La madre Sofía, que así se llamaba la abadesa, apareció descuartizado a la salida de la capilla. La policía no tardó en encontrar al asesino de la madre superiora. Se trataba de otra monja del mismo convento, la Hermana Águeda, que así se llama la agresora. Estaba celosa de la abadesa debido al puesto que ostentaba, creyendo ella que debía ser merecedora de tal honor."
Así rezaba el periódico cuando lo leí. Sofía me descubrió un mundo nuevo. La lloré como un viuda desolada, pero lo hice fuera del convento. Nadie debía saber qué era lo que había pasado realmente. Yo encontré a Águeda bañada en sangre, antes de que lo hiciera la policía. Me dijo que Sofía no me volvería a pervertir, que ahora podía servir a Dios sin pecados a mi alrededor, que no hacía falta que me fuera del convento como quería Sofía. Ella me protegería. Luego cerró su celda, y yo avisé a la policía.
Intentaría ser feliz, pero el recuerdo de Sofía permanecería encerrado en mi corazón eternamente.
FIN
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