Relato: "Dudas, mentiras y tópicos: Carol y Vero" (Capítulo 5)

miércoles, 4 de mayo de 2016
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Carolina y Verónica se pasaron días así, en horizontal. Por momentos ambas perdieron la noción del tiempo. La luz entraba a ratos por la ventana de la casa de Carolina, lo cual hacía que pudiese tener alguna noción sobre la franja horaria, aunque en realidad no sabía muy bien si aquello le importaba o no. Lo que realmente le interesaba era seguir estirando el momento. Ese instante, increíblemente extraño y genuino que se produce a veces entre dos personas, en el cual existe una conexión legítima e inigualable con el otro. Donde te ves y te encuentras. Donde compartes y eres tú.

Carolina pensó que jamás volvería a tener un instante así, otra vez, con un ser humano. Lo admitía, estaba completamente sorprendida tirada en esa cama desnuda. Con la cabeza encima del regazo de Verónica, mientras ella dormía y escuchaba su respiración. Casi le parecía un milagro verla dormir así. Tan tranquila y ajena a su absoluta perplejidad. Tan preciosa y cercana a ella.

Carolina tuvo que ponerse de pie para poder respirar. Hacía mucho tiempo que no tenía un ataque de pánico. Desde hacía unos meses no había grandes cosas que le preocupasen. Simplemente estaba de muy mal humor con el resto del mundo. Todo su mal genio, sus malas caras y sus disgustos habían sido lo suficientemente enormes para que no hubiera cavidad para nada más, y eso era algo que a Carolina le había dado mucha paz, porque de esa manera había conseguido dormir por las noches.

Desde que dejó entrar el mal humor podía viajar, hablar con los demás, comer y seguir viviendo. No obstante era cierto, y eso tenía que admitírselo a si misma, que en esa atmósfera de mal genio, Carolina se había abandonado del todo. Ella antes de su ruptura con Julia era una persona feliz. Era una mujer fuerte, cariñosa, divertida y dulce. Una de esas personas que todo el mundo quiere tener cerca porque alegran y dan luz. Carolina siempre se había considerado un foco. Una mini lámpara transportable capaz de iluminar hasta el mayor de los páramos lúgubres. Hasta que donó toda su luz sin preguntarse donde la ponía. La regaló sin cordura, sin retorno y sin ninguna consideración a si misma. Hasta que su luz se apagó, se fulminó y se extinguió como si nunca hubiese existido antes. Carolina se ha maldecido durante meses por ser tan inocente. Por matar lo más bonito que tenía por no medir. Por no quererse lo suficiente y quedarse con el alma muerta.

Su luz murió con Julia. Como sus sueños, sus chistes, su anhelos y sus intenciones. Durante un tiempo la culpó a ella. La odió por haberla aplastado así. Por hacer que alguien tan bueno y tan puro se convirtiera en otra persona. Como una flor marchita que espera a ser regada, a que le vuelva a dar el sol para ver si reanima, pero no reanima, solo se apaga y se seca, recordando que nunca más será lo que no puede ser. Y es cierto. Carolina nunca volverá a ser la flor que fue. Ella se creyó un tronco muerto pensando, erróneamente, que la luz y la vitalidad vienen de fuera. Sintiendo de verdad que no se puede volver a la vida sin que te rieguen y te mimen. Sin que te cuiden y te digan que puedes. No se preguntó ni una sola vez, en todo ese proceso, si ella tenía la posibilidad de salvarse a si misma y convertirse en otra cosa. Por lo menos no se lo había preguntado hasta hace un momento. Hasta que vio a Verónica tumbada en su cama, confiada y genuina. Dispuesta a amar sin pedir nada a cambio. Dispuesta a confiar en dormir con una extraña con la que a penas ha compartido más que algunos lapsos de tiempo. Momentos de verdad, eso es cierto, pero instantes al fin y al cabo. Algo poco cuantificable como una prueba válida a largo plazo. Algo que no podría constar como una experiencia irrefutable de verdad, ante un juez, un amigo o un erudito del amor. Pero hacia ella…Hacia Carolina, ver a Verónica así le servía de mayor certeza que cuarenta años de amor bordados en una sábana. Por eso ahora le cuesta respirar y le sudan las manos. Por eso se sienta en el borde de la puerta de su cuarto y apoya la espalda sobre la pared fría para encontrar su sitio.

Le tiemblan las manos y le suda la frente. Algo en su pecho le aplasta y se hace enorme. Verónica duerme en un halo de lejanía mientras Carolina se encuentra con la mayor de las verdades. Carolina tiene la capacidad de volver a ser flor solo porque ella quiera serlo. Puede volver a crecer de su tallo seco. Puede regarse y darse luz a ella misma. Esa luz que creyó extinguida y apagada. La misma luz que siente con aplomo en el centro de su estómago y lo está volviendo a iluminar todo. Carolina llora mientras se siente planta. Se tapa la cara mientras se nota vulnerable y débil. Ahora que puede crecer y reconvertirse en otra cosa, también puede volver a morir de una forma nueva. ¿De qué sirve recomponerse para volver al mismo punto lúgubre? ¿De que sirve encontrar paz si se puede caer más alto?

Son las ansias de no saber lo que disipa a los humanos en sus noche mas bellas. La incapacidad de perderse, el miedo a lo desconocido, a que nos hagan daño, a que nos volvamos humanos, frágiles, pequeños, díscolos, humildes, y alguien pueda vernos dentro de ese caos. Por eso Carolina no es capaz de despertar a Verónica y pedirle que la arrope. Carolina tiene miedo. Carolina es la persona mas vulnerable del mundo en este momento. El pánico, aunque ella no lo entienda y no lo vea, le está devolviendo a la vida, y ella no lo está disfrutando porque las dudas y la niebla le están imposibilitando disfrutar del viaje.

Pero como todo en esta vida, al final el tiempo lo acaba colocando todo. Aunque sea en la situación más remota que exista. Como Carolina en su cuarto, desnuda de cuclillas, ante una pared fría. Siendo consciente por primera vez que no es posible aparcar todas las cosas en una caja de objetos perdidos. No existen los cuartos de los monstruos, ni los cajones con agujeros de gusano eternos. Vale más encontrar tu luz para iluminar tus miedos que esconderlos para que nos despierten por las noches, porque lo cierto es, que tarde o temprano nos acaban encontrando.

-       ¿Estás bien? – pregunta Verónica incorporándose en el borde de la cama.
-       Sí.
-       ¿De verdad? 
-       Sí.

Carolina se seca las cuatro lagrimas que tiene en las mejillas con las palmas de las manos. La penumbra que envuelve la habitación tapa el rostro de Carolina. Hay una inmensidad lo suficientemente grande como para que se pueda esconder en la oscuridad, sintiéndose un poco más a salvo y menos expuesta. Si es cierto que Verónica no es capaz de ver las gotas que resbalan por su cara, si es capaz de notar que ocurre algo. Ella es capaz de percibir los pequeños cambios de Carolina, tiene esa facilidad innata de entenderla. Por eso no duda en ponerse de pie aunque Carolina le haya mentido con innegable convicción. Por eso se sienta a su lado y no dice nada. No la presiona, no la juzga, ni le pide explicaciones. Simplemente se sienta cerca y comparte el silencio con ella. Como si de una procesión se tratase. Un culto a no hablar, a no hacerse entender. Aunque se trate precisamente de todo lo contrario. Porque ambas son conscientes que están compartiendo algo, algo que ninguna sabe muy bien que es, pero no por ello deja de estar ahí.

Carolina no quiere ponerle nombre. No quiere desvirtuarlo. Además todo es demasiado grande y demasiado abrumador para ella. Verónica por su parte no quiere estropearlo. Ella es de saborear las cosas cuando ocurren. A veces de una forma imprudente y desenfrenada pero siempre segura y firme. Verónica nunca hace nada por azar. Todo lo que hace tiene cierto toque de premeditación. Como estar así ahora, sintiendo a Carolina cerca. Tocando su pierna con las yemas de los dedos. Haciendo círculos concéntricos encima de su piel. Dándole calor, dándole ánimos.

Tal vez sean siempre eso. Ellas en estado puro. Algo que quede ajeno al resto de los mortales. Un vínculo impreciso que escapa de lo normal, de lo mundano, lo simple y lo corriente. Un magnetismo especial que arde desde el comienzo, quemando el corazón de los intensos y la razón de los sensatos. Un sentimiento que haría tambalear a más de un ser humano y huir al mas rápido de los valientes, pero que aviva el alma de Carolina y Verónica como si nunca se hubiese encendido antes.

Carolina hace un esfuerzo enorme para levantar la vista y dejar que Verónica la mire. La mire de verdad. Dejando que sus ojos traspasen sus corazas y lleguen al fondo de sus miedos. Desabrochando lentamente cada capa construida con el paso de los años. Desabotonando cada miedo con un beso, con un poco de piel, con caricias que no preguntan apoyadas sobre una pared fría. Así se genera el compás y se reanuda el baile. Ellas se besan, se inundan y se comprenden en su forma de expresarse. Puede que nadie más lo haga. ¿Que más da? Al fin y al cabo lo que están viviendo solo les pertenece a ellas.


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Escrito por Fusaa

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