Relato erótico: "Secreto de confesión" (capítulo 4)

martes, 3 de mayo de 2016
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- No es la primera vez que pasa esto, hermana. Aunque, ya no se merece ese título - dijo la madre Sofía.


- Madre, ella se estaba insinuando- replicó la hermana Catalina.


- ¿ También se insinuaban las hermanas María y Beatriz ? Lo sé Catalina. Entraste en la celda de María y la acorralaste y... ¿ Beatriz? Pobre niña, la forzaste. Tenía 16 años. Huyeron asustadas, les dije que te denunciaran y no lo hicieron - continuo Sofía.


Catalina estaba roja de rabia. No sabía que las dos postulantes le habían confesado a la hermana Sofía, antes de ser abadesa, lo que había hecho.


- Ojalá hubiera sido abadesa en aquel momento. Te salvó que la Madre Isabel sufriera aquel ictus, pero ahora lo soy. Catalina, tienes dos horas para salir del edificio. Se ha realizado un procedimiento de exclaustración. Ya he enviado los documentos al vaticano. A las hermanas se les dirá que te has tomado un período de reflexión fuera del convento.


- Sé que tú eres como yo y que has hecho lo mismo. Te arrepentirás de esto - rabió Catalina. Seguidamente salió del despacho dando un portazo.


Escuché el golpe desde mi mesa, y agache la cabeza. No quería encontrarme con la mirada inquisitiva de la hermana Catalina.


- Sarita, sé lo que te llevas entre manos con la madre superiora - me dijo apoyándose en mi mesa y acercándose a mi cara.


- No la entiendo hermana - dije apartándome de ella.


- Tengo que tomarme un retiro forzoso por vuestra culpa. Esto no quedara así.


- ¡Catalina! ¿ Qué hace? - preguntó Sofía que salía del despacho.


- Me despedía - dijo enfadada, dándose la vuelta y marchándose.


Nos quedamos solas en la estancia en silencio unos segundos hasta que Sofía me hizo una señal para que la siguiera dentro del despacho. Ya en la habitación cerró la puerta tras ella.


- Ven aquí - me dijo cogiéndome de la muñeca y tirando hacia ella.


- ¿Estás bien? - le pregunté abrazándola.


- Ahora sí - contestó posando su mejilla en mi coronilla.


- Sofía, creo que la hermana Catalina sabe lo que pasó anoche - murmuré asustada.


- Ya no es hermana. La he expulsado del convento. Intentó abusar de ti.


- No lo hizo. Llegaste antes.


Sofía se separó de mí, indicándome que me sentara.


- Sarah, no eres la primera víctima de esa mujer. Antes hubieron dos chicas más. Una tan solo tenía 16 años - me confesó.


- ¿Como sabes eso? - le pregunté sorprendida.


- Ellas mismas me lo confesaron antes de que tuviera este cargo. Yo se lo confesé a la madre Isabel, pero cuando pensó en tomar medidas le dio un ictus, y desgraciadamente murió. Desconozco si hubieron mas chicas.


- Ella no solo lo intento en la ducha. El segundo día que llegue aquí, se me insinuó descaradamente cuando vine para que me dieras una labor.


- Sarah, tenías que habérmelo dicho - dijo arrodillándose entre mis piernas.


Yo inconscientemente acaricie su mejilla y la besé. Ella me correspondió con pasión acariciando mis piernas por debajo del hábito. Suspiré al sentir como sus caricias subían por mis muslos.


- Te deseo - dijo sin dejar de besarme.


Mi pasión se encendió y jugué con su lengua provocándola. Sofía había levantado la tela por encima de mis pantorrillas, metiendo los dedos en la cinturilla de mi tanga y quitándomelo suavemente.


- Sofía, ¿ Que haces? - dije extasiada.


- Shhhh, confía en mí - susurró besando la piel desnuda de mi cadera.


Gemí anticipándome a lo que venía, y ella suspiró satisfecha. Sentí como sus labios recorrían mi monte de venus, mientras con sus manos abría mis piernas y se colocaba mejor entre ellas. Agarré su cabeza obligándola a buscar el punto exacto donde necesitaba sentirla, y noté que sonreía. Hundió su lengua en mi húmedo sexo y creí que moriría de placer. Su lengua lamió el punto exacto que me llevaba al éxtasis. Chupó, paladeo, una pasada, dos, tres, no sé cuantas fueron. Sentí sus dedos dentro de mí al mismo tiempo empujando varias veces. Con su brazo libre abrazo mi cadera y agarró mis nalgas. Cada vez me movía mas rápido, no podía aguantar tanto placer. Sofía sacó sus dedos de mí, abrazándose con los dos brazos a mi cintura y hundiendo su cabeza dentro de mi sexo. Lamió más fuerte, y entonces exploté en su cara. Los espasmos recorrían mi cuerpo y ella no dejaba de lamer. Nunca había sentido nada parecido. Sofía me miraba sonriente, y yo me puse colorada tapándome la cara.


- Sarah, estas preciosa cuando te corres.


- ¡Sofia! - me sorpendí sonriendo.


- Deberíamos volver al trabajo - dijo sonriente.


- Espero que nadie nos haya oído.


- Hey, nadie nos ha oído. Estos muros son enormes - me tranquilizo ella.


- Catalina parecía saber que tenemos algo - confesé.


- Sarah, no te preocupes. Esa mujer no sabe nada, y yo no se lo voy a decir a nadie. Esto es un secreto entre tú y yo.


Al menos ella no iba a decir nada. ¿Y yo? Yo tenía que confesarme con el padre Emilio, y no sabía si contarle lo bien que me sentía y sobre todo el por qué.


Pasaron unos días, y no supimos nada más de la hermana Catalina. Cada noche dormía entre los brazos de Sofía. Hacíamos el amor a cada ocasión, y en cualquier lugar donde estuviéramos solas. La deseaba a todas horas y a ella parecía pasarle lo mismo. En las horas de oración no dejábamos de mirarnos, en misa nos sentábamos juntas. Yo tenía miedo de que las hermanas se dieran cuenta de lo que estaba pasando, pero mi amante me aseguraba que nadie sabía nada.

La hermana Águeda se convirtió en un apoyo en los momentos en los que yo echaba de menos a mi familia o tenía algunas preguntas de tipo espiritual. Pero no podía contarle lo que sentía por Sofía y mucho menos lo que pasaba cada noche en su celda.


Acabaría por confesar lo que sentía al párroco, al fin y al cabo era secreto de confesión, y él no podría contárselo a nadie. No quería dar nombres, así que creí que lo mejor sería decir que había tenido pensamientos impuros. No daría nombres, ni describiría los hechos.
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Escrito por Nika

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