Relato "Un café y un polvo" Parte 13 (Capítulo 40)

jueves, 3 de noviembre de 2016
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PARTE 13. SORPRESAS INESPERADAS.
CAPÍTULO 40. EL MUNDO SON TODAS LAS FLORES QUE HAN CREADO LAS MARIPOSAS.

"Había una vez una pequeña mariposa a la que le gustaban tanto los colores, que un día decidió convertirse en el arcoiris, fundiéndose con el Sol y... muriendo"

https://youtu.be/u2j6tAPfXQM

MARTINA
Siempre me ha gustado el color del cielo al atardecer. Se juntan los colores como si la naturaleza hubiera meditado, detalladamente, cuáles conjuntaban para poder hacerte mirarlos y sentir tranquilidad. Así eran las puestas de Sol, sencillamente, perfectas.
No es verdad que no haya nada perfecto. La naturaleza lo es. Funciona bien. Muchísimo mejor que la vida, la muerte o la justicia. La naturaleza se mueve de una manera que te hace sentir que fluyes.
Eso te transmite una puesta de Sol. De pequeña, las nubes rosas eran mis favoritas. Nubes que me recordaban al algodón de azúcar. Me encantaba el algodón de azúcar. La verdad es que era una glotona. Me encantaba comer y me encantaba el dulce.
Y, sin duda, el algodón de azúcar era lo que más me gustaba en el mundo.
Las nubes de la puesta de sol empezaron a transformarse en algodón de azúcar. Yo extendía la mano y cogía aquel manjar del cielo.
Comía y comía algodón de azúcar y las nubes seguían sin acabarse. Una mano se extendió desde mi lado derecho, no era mío. Me giré.
Su pelo rosa se alargaba y se transformaba en nubes.
-Ayúdame.- sus ojos grises me miraban, fijamente.- Martina, ayúdame.- la sangre empezó a brotar de sus ojos, su nariz y su boca. Retrocedí unos pocos pasos, aterrada.- ¡MARTINA!
-No… no puedo.- El miedo me paralizaba. Cati se levantó y avanzó hacia mí, abriendo la boca, desde la que salía la sangre a borbotones. Yo retrocedía, asustada. Tropecé y Cati se abalanzó sobre mí.
Abrí los ojos. Tenía la respiración alterada y estaba empapada en sudor. Había sido una pesadilla. Miré a mi izquierda, Alba dormía plácidamente. El reloj de su mesilla marcaba las ocho de la mañana. Me levanté intentando no hacer ruido. Me daría una ducha y me calmaría debajo del agua fría. Había empezado a odiar las noches.

ALBA
Desperté despatarrada como siempre, pero buscaba algo, mejor dicho, buscaba a alguien. Me incorporé de un salto buscándola, mi corazón se aceleró y busqué con la mirada por toda la habitación algún rastro de ella. Estaba su ropa, bien doblada como solía ser su costumbre, en la silla de la habitación. Me tranquilicé un poco, y más aún cuando escuché el agua caer de la ducha del baño. Me volví a tumbar en la cama, en el lado donde había dormido Martina. Olía a ella. Era un olor tan característico que podría distinguirla en cualquier parte. Era narcótico y afrodisíaco a la vez. ¡Joder, me estaba poniendo solo con su aroma!
Noté la vibración del móvil situado en la mesa de al lado. Os juro que, un día de estos, asesinaré a alguien del trabajo por no respetar las horas de sueño. Lo cogí con rabia, con la mala intención de saber el nombre del gilipollas éste y mandarlo a la mierda, ahora a través de un mensaje, y después, en su puta cara, cuando tuviera que pasar por la oficina.

Mateo: “No me contestaste ayer. ¿Nos vemos hoy?”

¿Qué mierda era eso? Joder, era el móvil de Martina. Se estaba escribiendo con ese hijo de puta. Definitivamente, Martina era gilipollas, y yo otra por aguantar todas las movidas donde se metía ella. La rabia no me dejaba pensar en otra cosa que no fuera estrangular al cabrón y mandar a la mierda a Martina. Tanta libertad, tanto dejar a la otra hacer lo que quisiera… Ya entendía el porqué de todas las reglas que me imponía. Los nervios se me pusieron en el estómago y me entró una arcada. Me levanté, como alma que lleva el diablo, y me dirigí al baño donde se encontraba Martina. No tenía mucho que vomitar, y eso me hacía sentir mucho peor. Una nueva arcada, un nuevo dolor en el estómago, y otro en el corazón.

- Joder. ¡Qué puto asco todo! Mierda.- la cortina del baño se corrió y la cabeza de Martina, con el pelo totalmente enjabonado, apareció en mi campo de visión con la mirada preocupada.
-¿Alba? ¿Estás bien?
- No, no estoy bien. Pero a ti te da igual. Eres libre de hacer lo que te salga del coño. El cabrón de tu ex está esperando a que le contestes si vais a quedar hoy - mientras hablaba su cara había ido tiñéndose de confusión. Pero al mencionar a Mateo se había quedado seria, no conseguía descifrar su cara y eso me cabreaba aún más. Cuando terminé de hablar, volvió a meterse tras la cortina de la ducha.
-Quizá quede con él hoy. Ya veré.- su voz me llegaba desde detrás de la cortina y debajo del agua, ¿Había oído bien?

Descorrí la cortina con furia. Su desnudez, sus curvas, su cuerpo… no me hicieron el efecto de siempre. Ni me inmuté. La hubiera estampado en ese mismo momento con un puñetazo de derecha y la hubiera dejado allí para que luego se preparase para ver al puto Mateo. En cambio, lo único que pude hacer es mirarla e intentar no hacer nada de lo que me arrepintiera después.
-¿Qué haces? - sus manos cubrían su cuerpo, o más bien, la piel que había debajo de su pecho, como si se abrazase. Ella me miraba interrogante.
- ¡Eres una capulla! ¡Una auténtica capulla! No pensé que fueras tan gilipollas y que además me lo restriegues por la cara y te quedes tan tranquila.
-No empezaré a discutir tan temprano contigo, Alba.- movió la cortina de la ducha de nuevo, impidiéndome verla.
La volví a descorrer con mucha más rabia y ella apagó el agua, mirándome, seguía tapando la parte de debajo del pecho.
- No me vengas a buscar cuando te viole otra vez, ¿lo has entendido?- vi como sus ojos relampagueaban.- Parece que la paliza que ordené darle, te jodió y me lo has estado echando en cara todo este tiempo. Pero que él abusara de ti no es tan grave para volver a verlo y ...- no me dejó acabar, sus puños se apretaban con fuerza, corrió la cortina con una rabia descomunal y oí como volvía a abrir el grifo. - Capulla.

Cerré con un portazo al salir de allí. No me lo podía creer. Sabía que Martina podía hacer muchas tonterías, pero esto ya se pasaba de la raya. ¡Raya! Necesitaba una raya, un algo fuerte, a Doris… Algo. Opté por un porro, era lo que tenía más a mano y lo que podría calmarme, no alterarme más.
Martina salió del baño sin mirarme, envuelta en la toalla. Sacó una bolsa de debajo de la cama y en unos segundos se había movido por la habitación cogiendo algunos vaqueros y camisetas. Dejó la toalla sobre la cama mientras ella misma se vestía. Se puso un vestido negro y unas sandalias, cogió la toalla de la cama y fue a dejarla al baño, colgada. Sin mediar palabra cogió el bolso y se dirigió a la puerta.

- Espera, Martina. - salió de mi boca sin yo quererlo. Miraba por la ventana, mientras daba caladas de forma casi automática. No sé para qué mierda tenemos el subconsciente, creo que para jodernos a nosotros mismos. Tampoco sirvió de mucho, ella me ignoró completamente y siguió bajando por las escaleras. Oí como la puerta se abría y se cerraba. Ni un portazo, ni un grito. Salí tras ella, bajando los escalones de dos en dos, casi me la pego en los cuatro últimos escalones. Logré abrir la puerta sin darme con ella en las narices. Iba en pijama pero era lo que menos me importaba en esos momentos. - ¡Martina, joder! Espera. Déjame ir contigo, no quiero que vayas sola. Vale, acepto toda la mierda de ser libre y las putas reglas esas. Pero deja que me ponga algo decente y voy contigo - esperé alguna contestación por su parte. Se me quedó mirando - Por favor, Martina.

No me respondió, solamente siguió caminando hasta su coche y metió la bolsa en el maletero. Abrió las puertas traseras y tiró el bolso dentro, cerró y se apoyó en el coche.

-Un minuto.- se colocó las gafas de Sol y se quedó mirándome.

Con el vestido negro, las gafas de Sol, el pelo suelto y los brazos cruzados, apoyada en el coche mientras el Sol le acariciaba, se me volvió a iluminar de nuevo la cara. Esta niñata tenía ese poder en mí. De repente, me ponía de mala hostia, que al segundo me ponía como una moto. Subí las escaleras, esta vez de tres en tres, a este ritmo haría la competencia a las gacelas, me puse lo primero que pillé. Mi vestuario de andar por casa no varía mucho, pantalones negros pitillo y una camiseta del mismo color. Para qué buscar más nada. Si Martina decía un minuto, era un minuto. Como tardara más era capaz de dejarme plantada. ¡Anda que no! Ella sí que tenía cojones, para eso y más. De nuevo a bajar esas dichosas escaleras, que empezaba a odiar con toda mi alma, y me peinaba como podía con los dedos, para al menos no tener los pelos como la bruja Lola.

- Ya estoy.- Ella asintió y se metió en la parte del conductor.
- Conduzco yo.

Me senté en el asiento del copiloto. Ella arrancó sin decir nada, no tenía ni idea de dónde había quedado con Mateo, pero estaba nerviosa. Se notaba que ella no estaba especialmente tranquila esa mañana. Fuimos hacia el centro de la ciudad. Me percaté de que tomaba la dirección hacia la casa de Cati y se me removió algo dentro, sin embargo, la pasó de largo. No tenía la menor idea de dónde quería ir esta niñata. Por fin, se metió en un parking y aparcó el coche, lo apagó, cogió las llaves, y sin más, salió del coche.
Cogió el bolso de la parte de atrás y, al ver que yo no me movía, se dirigió hacia mí.

-¿Te vas a quedar en el coche? - cerró la puerta trasera y se colocó las gafas de Sol en la cabeza.
- No, no. Claro que no - salí sin más. No había cogido nada, ni cartera, ni documentación, solo las llaves de la casa. La seguí, parecía estar muy segura de dónde íbamos. Sin embargo, la decepción se hizo patente cuando entró en una cafetería totalmente normal y sencilla, y se dirigió a la barra.
-¿Qué quieres de desayunar?- me miraba, lo estaba diciendo totalmente en serio.
- Nada. Después de potar tengo el estómago...
-Un café y un batido de fresa, a ser posible muy frío. Para llevar, por favor.- empezó a hurgar en su bolso, sacó la cartera y dejó un billete de diez euros en la barra. El camarero lo cogió y se dirigió hacia la caja. Yo esperaba, impaciente.
-Aquí tiene.- dejó las vueltas delante de Martina y ella lo guardó en la cartera, volviendo a dejar ésta en el bolso.
No tardaron ni cinco minutos en dejar el café y el batido, también.
-Gracias.- me tendió el batido.
- ¿Cómo sabes que me gustan los batidos de fresa y además, bien fríos?
-Secreto de bruja.- me guiñó un ojo. Y se dirigió a la salida con el café. Esta niña me iba a volver loca. Ya volvían a revolotearme las imbéciles mariposillas de los cojones. No andamos ni treinta pasos. Se paró en una casa abandonada e hizo fuerza para abrir la verja. ¿Sabía que eso era allanamiento de morada?
- Martina, ¿sabes dónde vamos? Esto que estamos haciendo no es muy legal que digamos.- ella se rió.
-Shh, confía en mí. - consiguió abrir la verja y entró.- Vamos, corre. Que nadie te vea.- la seguí y ella volvió a dejar la verja cerrada. Fue hacia la casa y dió un pequeño empujón a la puerta de la entrada, yo la seguía, totalmente confundida. Atravesó la casa como si la conociese de toda la vida y bajó por las escaleras, supuse que llevaban al sótano.

Esta niña cada vez me confundía más. O realmente la había cabreado de una manera increíble, y estaba preparándolo todo para degollarme en un mísero sótano abandonado que olía a humedad, o quizás se había vuelto completamente loca y yo, que ya estaba loca por ella, me iría tras su locura sin tan siquiera preguntar nada. Llegamos al sótano y ella se quedó mirándome, quieta, mientras yo terminaba de bajar los últimos escalones.
El sótano estaba lleno de cuadros, cuadros de todos los tamaños y colores. Y todos los cuadros representaban un mismo tema, las mariposas. Mariposas pintadas totalmente realistas, mariposas que parecían pintadas por un niño de cinco años, mariposas que ocupaban casi un metro, grupos de mariposas del tamaño de una medalla…
Había mariposas por todas partes, la mayoría pintadas en lienzos que se extendían por toda la pared, pero también había muchas que estaban directamente pintadas en la propia pared. Y en el centro del sótano, como si fuera la reina de todas las mariposas que había allí, había una enorme mariposa de color rosa, la misma mariposa que tenía Cati tatuada en el centro de la espalda, entre los omóplatos. Martina esperaba, callada.

- Me cago en la puta - estaba alucinando con el lugar, y esa mariposa enorme  del centro me hizo recordarla - Esa era su mariposa, la que tenía tatuada en su espalda - Me fui acercando al centro. Era maravillosa. Exactamente igual a como se la recordaba a ella. Se la dibujé cientos de veces con mis dedos y mi lengua. Miré a Martina con ojos vidriosos - Este era el famoso sótano de Cati, ¿verdad? Tendrías que haber sido especial para Cati. No le gustaba enseñar este sitio, decía que era su rinconcito, solo suyo.- me miraba con los ojos brillantes.
-¿Sabes? Cuando ella me trajo no pude fijarme en todos los detalles. Desde que se fue, he venido varias veces. Y supongo que ahora casi me sé de memoria este sótano. Me ayuda a pensar. Siento esa libertad de la que hablaba ella. Su cabeza estaba llena de mariposas y creo que, para ella, cada persona de su vida, era una mariposa. Mira.- dijo acercándose a la mariposa de Cati.- Si te fijas, en el ala derecha de cada mariposa, en la punta inferior, hay un nombre.- Efectivamente, la gran mariposa rosa, tenía dos pequeñas letras en la punta. “Yo”. Martina me cogió de la mano y me llevó a un extremo de la habitación, me señaló una mariposa del tamaño de mi cabeza, estaba dibujada en diferentes tonos de azul, con destellos negros, sin embargo, el cuerpo era blanco.- Creo que eres tú.- dijo señalándome el nombre. “Alba”. - No hay ninguna Alba más...

Me dolía el pecho. Mi corazón no paraba de bombear a un ritmo desenfrenado. Mi mano quiso acariciar a esa mariposa, a esa esquina donde estaba puesto mi nombre. No tenía ninguna duda de que era yo, no había ni un solo día que Cati no me dijera que le encantaba el color azul de mis ojos. Una lágrima se me escapó y rodó por mi mejilla. Inmediatamente me la sequé, no me apetecía que Martina me viera flaquear de nuevo.

- ¿Estás tú?- ella asintió y la cara pareció que se le iluminaba. - Dime dónde - a mí también me brillaron los ojos. Se movió como si no pisara el suelo hacia la pared de la izquierda de la entrada, estaba al otro lado de la habitación de mi mariposa.
-Es la única que no está acabada.- dijo mientras se arrodillaba en el suelo y se sentaba sobre sus piernas. - Mira.- La mariposa tenía el tamaño de un cuaderno grande, estaba la silueta entera dibujada, pero el ala derecha estaba sin pintar, solo estaba el nombre de Martina, en negro. El ala izquierda tenía miles de colores, parecía blanca, sin embargo había destellos rosas, morados, naranjas y azules. Estaba justo al ras del suelo y aún estaba el plástico debajo de ella.- Es del color del atardecer...
- Es preciosa - la rocé con mis dedos - Supo plasmarte en ella - mi mano acarició mi costado derecho, su nombre en mi cuerpo y mi nombre en su pared.
-Quiero tatuármela.- Martina se levantó del suelo.- Pero justo así, inacabada.
- Me encanta así - no sé porqué, pero la abracé con ternura, apoyando mi barbilla en su hombro, quedándonos las dos mirando esa obra maestra inacabada. - Siempre será parte de nosotras - dije besándole el cuello.
-Quiero enseñarte otra cosa.- dijo apartándose un poco de mí y quitándose parte del vestido. Ya tenía un tatuaje. La mariposa de Cati, justo en esa zona de piel que ocultaba en la ducha, unas horas antes. Debajo del pecho izquierdo, en el corazón.
-Martina, ¡te la habías tatuado tú también! - sonreí mientras rozaba su piel, dibujándole el contorno de la mariposa. No era un tatuaje reciente, debía tener ya varias semanas. - ¡En tu corazón! Me encanta.- ella sonrió.

-Esta habitación tiene fuerza, como su mariposa.- bebió del café que llevaba en la mano. Se me había olvidado por completo que fuera de aquella habitación existía un mundo.
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Buzzys
Arwenundomiel

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