Ir a: Inicio "Secreto de confesión"
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Me miró con una sonrisa de superioridad, y se marchó.
Me quedé en shock por unos segundos, esa mujer se me había insinuado, pensé en contárselo a alguien, tal vez a Sofía, o al padre Emilio cuando fuera a confesión.
Dentro de mi celda me tranquilicé, me quite el hábito, y me puse el camisón que me habían proporcionado, era feísimo pero, ¿qué esperaba dentro de un convento?, me lavé los dientes y puse el despertador. Tenía que levantarme a las 5:30, a las 6:30 tenía Laudes y Maitines. Llamaron a la puerta, yo había cerrado con llave por miedo a la hermana Catalina, pregunté quien era.
- Hermana, soy la madre Sofía.
Respiré hondo y quité el pestillo dejándola entrar.
- Hola Sarah, ¿qué tal tus primeras horas?- preguntó cerrando la puerta tras ella.
- Bien, es todo un tanto diferente a lo que estoy acostumbrada.- dije sonriendo.
- Poco a poco te harás al convento ya lo verás. Estáss un poco pálida, ¿te encuentras bien?- me preguntó acercándose.
- Sí, sí. No pasa nada- mentí.
Ella se acercó mas y me acarició la mejilla.
- Sarah, sabes que me puedes contar lo que sea, estoy aquí para eso y no saldrá de aquí.
- Sofía, a veces pienso que tengo motivos equivocados por los que quiero ser monja- confesé sentándome en el camastro.
- Todas hemos tenido algún motivo para querer ser monjas. Yo, por ejemplo, mis padres quisieron que me dedicara a esto, vieron algo en mí que no era precisamente una llamada espiritual, se asustaron y me metieron aquí, y me gustó, mira donde he llegado- me dijo sentándose a mi lado y tomando mi mano.
No me asusté con su tacto, me confortó y sentí un cosquilleo en el estómago.
- Yo... Quise ayudar a todo el mundo desde que era pequeña, y las monjas en mi pueblo ayudaban a todo el mundo por eso quería ser como ellas... Pero...- me quedé callada.
- ¿Pero?- preguntó Sofía.
- Cuando cumplí los dieciséis, me di cuenta que me gustaban las chicas, y siempre me han dicho que eso estaba mal y creí que aquí...- no pude seguir.
Imaginaba la cara de Sofía, cara de asombro mezclada, con desprecio, su mano no se apartó de la mía, y sentí como con su mano libre cogía mi barbilla obligándome a enfrentar su mirada.
- Sarah mírame- me dijo.
Me volví asustada, pero me tranquilicé al ver su sonrisa sincera, seguía tocando mi mejilla y con su dedo pulgar retiró una lágrima que se había escapado sin permiso.
-No es malo que te gusten las chicas, es algo natural. Aunque es cierto que la gran mayoría de religiosos lo ven como un sacrilegio, pero sabes eso es cosa tuya, solo una cosa... No lo digas muy alto por aquí, más de una de las hermanas pondría el grito en el cielo- Me explicó sonriendo.
Sonreí aliviada.
- ¿Quieres acompañarme a mi celda?, necesito quitarme el hábito y ponerme cómoda, si quieres seguir hablando, claro- me dijo.
Yo accedí, me gustaba esa mujer, podía hablar con ella y no se había asustado cuando le confesé que era lesbiana.
En silencio nos dirigimos al final del pasillo, donde se encontraba su habitación. Cuando entramos me di cuenta que tan solo era un poco mas grande que la mía, igual de sencilla, Sofía cerró la puerta tras ella y se quitó el velo, me di cuenta que tenia el pelo largo y moreno, se soltó el moño y pude ver que era sedoso, quería acariciárselo, se dio la vuelta y nos quedamos de frente, sin la tela que cubría su pelo pude ver lo guapa que era. Sus facciones eran dulces y sus ojos verdes se clavaron en los míos.
- ¿ Te importa si me cambio?- me preguntó.
- Oh, no para nada- dije dándole la espalda.
-Sarah no me importa que me veas, no creo que sea la única mujer que has visto en ropa interior- dijo mientras se quitaba el hábito.
Yo me di la vuelta en ese momento y vi su cuerpo semidesnudo, era perfecta, al menos a mi parecer, no tenía una figura esbelta, era alta, más que yo, algunos dirían que le sobraban unos kilos pero yo la veía genial. Tragué saliva cuando inspeccioné sus pechos a través del sujetador negro, ella se dio cuenta de donde miraban mis ojos y se acercó hacia donde yo estaba.
Sus pezones estaban erguidos, podía distinguirlos tras la tela, otra vez volví a sentir el fuego entre las piernas. Mi boca pedía a gritos lamer sus pechos, y yo no sabía que hacer. Me contuve cuando ella me dio la espalda y me pidió que le desabrochara el sostén.
- Por favor, ¿puedes...?- dijo esperando.
Las manos me temblaban, pero accedí y desabroché los corchetes con sumo cuidado, no pude evitarlo y acaricié la piel entre sus omóplatos, ella suspiró.
- Perdón- dije retirando la mano enseguida.
- No pasa nada- dijo ella dándose la vuelta y enfrentándose a mi mirada.
Sus manos sujetaban el sostén contra sus pechos, se inclinó hacia mí y cogió el camisón de la cama, retirando las manos y dejando caer la tela sobre sus senos. Me pareció de una sensualidad extrema y mojé mi tanga sin poder evitarlo, sus pezones a la vista eran grandiosos. Sofía sonrió y se puso el camisón privándome de la visión de su cuerpo.
Nos sentamos en el camastro muy juntas y por un momento no supe que decir.
- Te voy a contar algo, pero me gustaría que no saliera de aquí- me dijo ella rompiendo el silencio.
Asentí poniendo toda mi atención en sus palabras.
- Mis padres me metieron aquí porque me encontraron besando a una chica- me dijo.
Debió ver mi cara de asombro, porque me cogió de la mano para tranquilizarme y lo consiguió.
- No te asustes Sarah, no pasa nada, te dije que no es algo malo. Hay gente que no lo entiende, pero no pasa nada- me dijo.
- Hay más... Aquí... Ya sabes...-no sabía como decirlo.
- ¿Lesbianas?- dijo sonriendo. Yo asentí.
- Bueno, no lo sé, eso es cosa de cada una... ¿Sarah, alguna hermana te ha dicho algo?- preguntó.
- No, no, solo era curiosidad- mentí.
- Escúchame, no permitas que nadie te diga o haga nada, estoy aquí para ayudarte, ya te dije que lo que me cuentes se quedará aquí entre nosotras- me dijo.
- ¿Cómo un secreto de confesión?- pregunté.
- Sí, como una confesión- contestó.
Después de hablar de cosas triviales, me dió un beso en la mejilla y volví a mi celda.
Aquella noche mis sueños fueron húmedos, Sofía entraba en mi alcoba y se metía en mi cama, besándome, me decía palabras preciosas al oído... el sueño se volvió borroso y ahora la hermana Catalina me acorralaba contra la pared.
No podía con mi alma cuando a las 5:30 sonó el despertador, había tenido una noche llena de pesadillas despertándome a cada rato, tenía que ir al baño y fui al servicio compartido de mi planta, al ser la única postulante, no tenia problemas de esperas. Al acabar la puerta se abrió y entró Sofía corriendo.
- Me hago pis- dijo al verme.
Sonreí, esa mujer me gustaba, me daba paz y me hacía sonreír. Cuando salió para lavarse las manos me sonrió y me guiño un ojo.
- Tienes mala cara, ¿has dormido bien?- dijo acercándose.
- No mucho, he tenido pesadillas, pero nada grave- contesté mientras me secaba las manos.
-Por cierto, buenos días- dijo dándome un beso en la mejilla, para marcharse hacia su celda.
Me quedé allí tocándome la mejilla, justo donde ella me había besado. Esa mujer me estaba volviendo loca, y me encantaba.
Fui a Laudes y Maitines, canté y recé, pero siempre con la atenta mirada de Sofía sobre mí. Era una mirada dulce y apasionada al mismo tiempo, no lograba entender porqué me sentía así. Pero notaba en mi nuca un escalofrío, la hermana Catalina también estaba pendiente de mí, me encontré con sus ojos un momento y no me gustó lo que vi, lascivia. Era lo que me trasmitía su mirada y me dio repelús y una sensación desagradable.
A las 7:30 fuimos a misa con el padre Emilio, un hombre de unos 45 años que nos habló del servicio a los pobres y ancianos. Me senté al lado derecho de la Abadesa justo en el borde del banco, ella me sonrió inclinando la cabeza, y a su lado izquierdo la hermana Catalina que miró a Sofía de arriba a abajo, igual que me miraba a mí, sentí repulsión.
A lo largo del sermón me senté mucho más cerca de Sofía.
- ¿Estás bien?- me susurró al oído mientras posaba su mano en mi muslo ligeramente.
- Solo pensé que me caía.- contesté.
Me volvió a sonreír, pero no apartó su mano, la dejó un momento en mi muslo y acarició levemente con los dedos. Me ardía la piel donde ella me tocaba, y sin más me di cuenta que alguien nos miraba, la hermana Catalina tenía sus ojos clavados en Sofía, que apartó la mano lentamente de mí y la miró interrogante, la hermana giró la cara posando su atención en el padre Emilio.
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