Relato "La fe escondida en tu mirada" (Capítulo 1)

martes, 10 de enero de 2017
CAPÍTULO 1.  CUANDO UNA PUERTA SE CIERRA, SE ABRE UNA VENTANA.


MARÍA


Tras salir del consultorio, se me vino a la mente todo aquel proceso que asumí con tanta fe y que ahora, amenazaba mi vida.
     
Caminé durante horas en la vereda del lago, viendo el atardecer, esa hora gris cuando el sol se oculta. Se me acercaba la llegada a casa, me esperaba Hilda, la mujer que he amado desde la primera vez que la vi bailando en el balneario, una semana santa.


Camino a casa reviví todo el proceso que me llevó a ir al médico. Apenas unos meses atrás era una mujer llena de salud y entusiasmo. Por las mañanas hacía ejercicio, luego llevaba a mi amada a su trabajo, la despedía entre besos y ternura para luego irme a mi oficina. Donde caminaba en la industria, tomaba algunas fotos y luego me sentaba a planificar el lado positivo de todo el “proceso perdido” que lleva la política en mi país y que tanto mal hacía a la industria azucarera y a los que dependían de ella. Sin embargo, mi rol de periodista y mi ética profesional me hacían argumentar solo lo positivo, exaltándolo a nivel nacional.


Por las tardes, Hilda iba a ejercitarse y luego a tomar té con sus amigas. En cambio, yo solía aprovechar mi tiempo a solas para leer y escuchar música, actividad que liberaba todo el estrés proporcionado por el trabajo.


Por un instante, pensé que tanta fe y esperanza en Dios me había hecho sentir que estaba sana, mientras estos síntomas se apoderaban de mi. La comezón en la piel, la orina de color oscuro, el excremento un poco blanco y mis ojos amarillos me llevaron inocentemente a una consulta con mi médico internista.


Todo empezó con un examen físico, un reconocimiento del cuerpo, para revisar el estado general de salud, identificar cualquier signo de enfermedad, buscando cualquier otra cosa que saliera de lo normal.


La Doctora Álvarez, también  me tomó datos sobre los hábitos de salud, así como los antecedentes de enfermedades y tratamientos anteriores. Posteriormente, me indicó otro tipo de exámenes normales como pruebas de laboratorios, procedimientos con imágenes y pruebas genéticas. Esta últimas, causaron ruido y no pude evitar preguntarme si estaba pasando algo malo.


Cuando acudí con la doctora  Álvarez, pensé que podría estar sufriendo del hígado o, lo más trágico, que estaba presentado síntomas de una hepatitis. Ella intentó tranquilizarme.


- María, celebro tu juicio al acudir a mi consulta fielmente cada seis meses. Todos los seres humanos podemos caer en enfermedades que muchas veces ni sabemos que existen, de las cuales desconocemos los síntomas, y cuya magnitud no somos capaces de valorar. Tú presentas ciertos síntomas que podemos identificarlos con el hígado o el páncreas. Para ellos, indicaré ciertos exámenes y tras los resultados te medicaré o te referiré a un especialista.


-Quisiera que fuese más directa doctora, pero entiendo perfectamente su ética.


Salí del consultorio con la certeza  de que era algo pasajero, cualquier virus o algo fácil de tratar. Pensé en Hilda y tomé la decisión de no ahondar en el tema y le expresé que eran exámenes de rutina y que todo estaba bien.


Pasado un mes,  ya la patología estaba totalmente clara. El cáncer de páncreas estaba avanzado y mi pronóstico tenía poco de positivo.


Llegué al piso. Ella, inesperadamente, estaba en casa, impaciente. Se notaba que quería hablar conmigo.


HILDA


- María, ¿sabes que soy feliz a tu lado?- hizo una pequeña pausa.- Eres una mujer maravillosa, que ha llenado de esperanza estos cuatro años de relación. Cuando tuve miedo, siempre me tendiste la mano y me cobijaste. Recuerdo todo lo que hiciste para enamorarme, para acercarte a mí, aun sabiendo que yo era una chica que se afirmaba heterosexual, y de aquel pueblo que veía la homosexualidad como una enfermedad. Recuerdo que nos presentaron, tú eras la novia de aquella ex amiga mía, pero tus ojos al verme se llenaron de luz, no parabas de mirarme mientras yo, más tímida, solo te esquivaba. Recuerdo que horas después me pediste el número y yo, ebria, te lo di. Te dije "Nos vemos en Maracaibo al terminar las vacaciones, escríbeme".  Tú te quedaste anonadada y al pasar las vacaciones y unas semanas más, te dignaste a escribirme. Pasamos el día mediante textos, no podía creer lo mucho que hablaba con una tía pero seguía respondiendo...


Yo la observaba con los ojos brillantes, viviendo de nuevo cada una de sus palabras. Mientras, mi corazón palpitaba sin cesar, pero también pensaba que tenía que herirla al decirle que pronto dejaría de estar con ella.


- María, un día me llamaste y, sin pensar, me preguntaste que si tenía novio. Te dije que no, porque ninguno me llenaba a pesar de todos los pretendientes que tú ya sabías. Yo era bastante loquilla, me gustaba tener a muchos tíos detrás de mí, y les daba alas a todos. Sin esperarlo me dijiste "Quiero que seas mi novia. Piénsalo. Yo te volveré a preguntar en un tiempo. Solo te pido, que si deseas decir que no, lo hagas en este momento o antes de que vuelva a pedírtelo." Me colgaste y me quedé sin palabras. Una mujer me había pedido que fuera su novia. Recuerdo que me pregunté "¿Señor, será mejor que me aleje de María? ¿Será nociva esta mujer para mí?"


Yo la miraba y ella siguió hablando.


- Poco a poco, te acercaste a mí entre discos, rumbas y mucho alcohol, nos hicimos inseparables. Dos meses después, me invitaste a un centro comercial, me dijiste que querías comprar varios obsequios para tu ahijada, y que querías mi opinión. Yo acepté con gusto, sin saber que esos regalos eran para mí, y que el momento de decir "Sí" había llegado. Me invitaste a un café-bar, escogiste una mesa en un rincón, había poca luz, la decoración era entre verde aceituna y marrón, el servicio era excelente. Pediste una botella de vino, me dijiste que los obsequios que tanto tardamos en comprar, un peluche y algunos chocolates, eran para mí y que si oficialmente quería ser tu novia. Yo enmudecí. Solo te coloqué un anillo y brindé por nuestro amor un primero de julio. Para cambiar de tema, te dije "¿Cómo llamamos al peluche?" "Julio" respondiste. Yo te dije "Julia. Es niña" y entre risas seguimos disfrutando del Merlot que endulzaba nuestro inicio.- Hizo una pausa.- María, ¿recuerdas nuestro primer beso?
– Sí. Fue después de tres meses. Una noche platicando, luego de tomar unos tragos sociales, luego de tantas miradas de seducción, y tomadas de las manos, a escondidas de nuestras amigas. Queríamos mantener en secreto la relación pero, éramos tan obvias en las visitas juntas al baño, las miradas, los roces bajo la mesa, los textos como medio de comunicación personal, en fin, todas sabían nuestra relación y se reían de cómo tratábamos de ocultarlo. ¡Cómo me costó llegar a tu boca! Te respetaba tanto, que temía hacerte daño o, peor aún, tu rechazo.- Risas pícaras adornaban nuestra charla.
- ¿Entonces también recuerdas nuestra primera vez?
- Sí. Fue un fin de semana que quedé sola en la residencia universitaria. Te invité y tu llevaste a un grupo grande de tus amigos y pretendientes. Al amanecer, se fueron todos y quedamos juntas. Recuerdo que había dos camas individuales, las sábanas eran azul marino y, en la otra cama, decoraban unos dibujos animados, sábanas de cuando éramos niñas. La habitación era de un color blanco ostra, adornado con franjas amarillas, había un espejo grande en la pared derecha, por el cual me pediste dormir en la cama que estaba a la izquierda. Sentí que te daba vergüenza hasta verte conmigo.- dije entre risas.- Allí,  me pediste que durmiera a tu lado, estabas pasada de tragos. Yo te observaba, y tú me abrazaste. Me dijiste que me querías tener más cerca y me subí encima de ti. Te besé con pasión, besos que recorrían, sutilmente, todo tu cuerpo. Yo me sentía en las nubes. Tocaba tus caderas y tú me agarrabas por el cuello. Sentí como tu ritmo cardíaco comenzaba una sinfonía que, hasta ahora, no he podido olvidar. Tu cintura se movía, me apretabas, tomabas mi cabello. Me decías que no me separase de ti, en susurros. Desabroché tus pantalones y acaricié tu clítoris, delicadamente. Comenzaste a gemir. Yo correspondía tus caricias sin pensar en nada más. Mordía tus labios, luego los acariciaba hasta borrar mi rastro. Fui hasta tu cuello, succioné un poco y me gritaste que no parase. Te movías rápido. Te gustaba. Yo también me movía, buscando tus caricias. Subí mi mano y poco a poco te quité tu sujetador y, mientras pellizcaba tu pezón ya erecto, gemiste. Luego recorrí todo tu seno, explorando por primera vez su gran tamaño. Tú me decías que te gustaba. Comenzaste a tensar el cuerpo y llegó tu clímax. Te quedaste inmóvil. Yo también. Colocaste tu mano derecha en tus ojos, querías desaparecer del mundo. Por minutos, me quedé allí sin decir una palabra. Decidí bajar por tu vientre y recorrerte el cuerpo con mi boca. Fui quitando la ropa que estorbaba a mi recorrido, seguías afectada por ese mágico orgasmo. Sin embargo, yo seguía con ganas de más. Lentamente, besé y mordí cada parte de tu vientre y tus caderas. Mientras mis manos recorrían las piernas más suaves que jamás había tocado. Tenerte así, para mí, invadía mi alma de deseo. Decidí llegar a tu intimidad. Acaricié tu vientre y sutilmente, entre movimientos, fui bajando. Te acaricié los labios, delicadamente, notando como te humedecías, tu respiración se entrecortaba y gemías ante cada una de mis caricias. Levantaste la cadera buscando mis labios, y mi lengua acarició tu clítoris. Era la primera vez que probaba a una mujer, tu sabor era delicado, mi boca te buscaba con avidez, y tú movías suavemente tu cadera, siguiendo mi ritmo. Tenías un sabor tan único... Jamás imaginé que sería así. Recorrer tus labios, succionar tu clítoris mientras tu gemías y retorcías en la cama, no sabía si lo hacía bien solo quería saciar mi sed de ti. Mi lengua se llenó de tu jugo. Yo no sabía cuándo sería suficiente, pero era tan maravilloso hacerte mía, que juguetear se volvió casi adictivo. Tomaste mi cabello y me obligaste a continuar, ¡eso me excitó tanto! Yo sólo seguí tus sutiles indicaciones y entregué todo de mí, hasta lograr ese maravilloso orgasmo que vino acompañado de gritos, gemidos que me hicieron entender lo que es hacer sentir a una mujer. Al terminar, solo me atrajiste hacia ti, me besaste en los labios tantas veces hasta quedar dormidas. Una abrazada a la otra, inmersas en algo que va más allá de un orgasmo compartido.- Me lancé sobre ella y besé sus labios.
- En tus palabras recordé la magia de nuestro amor, ya hace años de eso. Tengo una noticia que darte.
-Yo también tengo una noticia que darte.- María cerró los ojos.
-Amor, nuestro sueño se cumplió. Seremos madres. La inseminación fue un éxito.


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 "La fe escondida en tu mirada"          Capítulo 2


Escrito por LaImposibleIvii

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