Relato erótico: Feliz San Valentín

jueves, 23 de mayo de 2019

Me encanta mi trabajo. Sé que soy muy afortunada. Trabajo en lo que me gusta, tengo un sueldo más que razonable, me siento bien conmigo misma y… cerré los ojos imaginándomela. Se me dibujó, como siempre ocurría, una sonrisa boba de oreja a oreja. Tengo una mujer que es lo mejor que me ha pasado en la vida. María es mi todo. Es la que quiero ver nada más despertarme, la que deseo ver antes de estar en brazos de Morfeo, en la que pienso a la menor oportunidad que tengo, como ahora. La verdad es que no soy afortunada por tener todo lo que tengo. Soy afortunada por tenerla a ella. Todo lo demás es secundario.

Desperté de mi ensimismamiento y seguí introduciendo los datos de mi último paciente. Juan Antonio López Arias, albañil, con un esguince de tobillo de grado dos. Fecha de la revisión, catorce de febrero. Día de los enamorados. Suspiré. No es que sea fiel seguidora de la celebración de este día. Soy de las que pienso que hay que demostrarlo cada día, incluso los catorce de febrero, pero no puedo resistirme en hacer algo especial en esta fecha.

Este año se me ocurrió sorprenderla con unas entradas para el espectáculo de Pancho Varona pero, como todo en Menorca, las cosas no salen siempre como se quiere, siendo la actuación para el día diecisiete, viernes. Tuve que decírselo para que pudiera planificarse con su trabajo y claro… ya no era una sorpresa, aunque le encantó. Por eso, tenía que pensar en otra cosa para impresionarla. Se me ocurrió encargar un relato y una poesía personalizada. Me pareció muy original y, conociéndola como la conozco, estoy segura que flipará viéndose como protagonista de la historia. El día de hoy me parecerá más largo que la muralla china como mínimo. Estoy deseando leérselo.

— Laura llamando a Ana. Necesitamos que vuelvas a la tierra para seguir con la consulta.

En cuanto oí mi nombre, miré hacia la puerta entreabierta de mi consulta. Laura, la administrativa, asomaba su rubia cabecilla con una sonrisa bastante… pícara. No supe descifrar lo que significaba eso, pero tampoco le di mayor importancia. Lo achaqué a que yo estaba en las nubes pensando en la persona más bella del mundo, al menos, para mí.

— Disculpa, Laura. Hoy estoy algo despistada. Ya sabes… un día raro, como tu sonrisa.
— Sí, ya veo. Parece que hoy no es un día típico de trabajo — dijo con esa misma sonrisa que no se le borraba del rostro.

Inés, mi enfermera, apareció por la puerta contigua que comunicaba su consulta con la mía.

— ¡Sois increíbles! No calláis ni debajo del agua. Soy la única que trabajo aquí.

Nos hizo burla socarronamente,  cerrando la puerta que nos comunicaba. A Laura se le escapó una carcajada.

— Pero… ¿De qué váis?
— Un mal día lo tiene cualquiera, Ana — intentó calmar su risa — Te hago pasar a la siguiente, ¿no?
— Sí, claro. Hazla pasar.

Traté de centrarme de nuevo en mi trabajo. Terminé de introducir los datos de mi último paciente cuando escuché cerrar la puerta.

— Siéntese, por favor.
— Prefiero estar de pie.

¡Esa voz! Alcé la vista en un microsegundo.

— ¡María, cariño! ¿Qué…? ¿Qué haces aquí? — logré decir entre tartamudeos.
— Yo también te quiero, amor.

Se burló de mí y de mi nerviosismo al verla en mi consulta. En mi trabajo, yo era la seriedad y responsabilidad personificada. Que ella apareciese allí, siempre me hacía perder el control de todo, me ponía nerviosa. No dejaba de observarla apoyada de espaldas a la puerta, sonriente.

— ¡No te quedes ahí! Pasa y siéntate.
— No, estoy mejor aquí. Tengo mejores vistas.

Su mirada la tenía puesta en el canalillo que dejaba ver mi blusa. Me di cuenta enseguida, y se me escapó una risa tonta entre vergonzosa y morbosa.

— ¡Siempre estás igual! Me has asustado al verte aquí, ¿sabes? Aunque tu sonrisa ya me dice que, al menos, no ha pasado nada malo. Anda, mueve ese culo y ven para acá. ¿Para qué has venido? Todavía quedan tres horas para comer.
— Tenía ganas de verte, solo eso. Pero por lo que veo, el trabajo se lleva toda tu atención. Me voy entonces.

Abrió un poco la puerta con las manos a la espalda. No sé cómo lo hice pero, cuando me di cuenta, me encontraba frente a María cerrando la puerta tras ella. Acaricié su corto pelo plateado, intentando no despeinar mucho su típico flequillo de punta.

— No seas tonta, cariño. ¿Dónde vas a ir tú sin mí?
— Precisamente por eso…

Me agarró, con ambas manos, el culo acercándome a ella. Su boca buscó la mía y, con un deseo incontrolado, nos fundimos en un beso interminable.

— Hagámoslo aquí mismo.
— Tengo la sala de espera repleta de pacientes. No puedo…
— Shhh… Sí puedes. Inés se encargará de ellos y Laura lo tiene todo organizado.
— ¿Lo has planeado todo con ellas? ¡Ahora lo entiendo todo!

Me calló con otro beso. Un beso de deseo, de posesión, imperativo. Agarrada a mi culo, fue desplazándome hacia la pared de la izquierda, acorralándome allí. Me aprisionaba con su cuerpo. Su boca impedía cualquier réplica por mi parte. Que me dominase de esa manera, me ponía de una manera inimaginable. Ya estaba mojada y ni siquiera me había tocado.

Fue desabrochándome la bata con desespero. Me comía la boca con ansia. Continuó con mi blusa, mis pantalones, mi ropa interior. Me quedé desnuda casi sin darme cuenta y, aún estando así, el calor me ardía por dentro.

Su boca fue deslizándose por mi cuello, dibujando el recorrido con su lengua. Llegó a uno de mis pechos, perfilando mi pezón con ella. Me lo mordió. Grité. Inmediatamente, recordé que estaba en mi trabajo con decenas de personas esperando consulta. Traté de contener mis gemidos mordiéndome el labio. Mi respiración fue agitándose cuando colocó una de sus piernas entre las mías, alzándola para rozar mi sexo. Estos polvos rápidos, sin previo aviso, y en el lugar de trabajo, me ponían cachonda hasta extremos insospechados. La quería sentir, notar su calor, tenerla dentro de mí…

Le quité la camiseta como pude. Como siempre, sin sujetador, mostraba unos pechos que me volvían loca solo con mirarlos. Seguí despojándole de su ropa hasta dejarla en las mismas condiciones que yo. Ella se dejó desnudar, pero sin dejar de devorarme entera. Ya había pasado por ambos pechos y bajaba por mi costado.

— Necesito sentirte...

No había ni terminado de susurrarle mis deseos, cuando me agarró por la cintura y me colocó de espaldas a ella, inclinándome hacia delante, semitumbada en la camilla. Una cachetada en la nalga derecha me hizo estremecer.

— Ábrete para mí.

Esa dominación me hacía enloquecer. Ella lo sabía y encima le gustaba dominarme. Éramos tal para cual. Sentí sus dedos en mi sexo, jugando con mi humedad, rozando levemente mi clítoris y mis labios inflamados.

— Estás realmente cachonda. Me pone mucho verte así.

Se inclinó hacia mí dejándome sentir sus pechos y su vientre en mi espalda. Me encantaba sentir sus pezones erectos, que me transmitiera su calor a través de su cuerpo. Me hizo probar mi propia humedad metiéndome sus dedos en la boca. Ese sabor salado, ese olor tan característico, me excitó más.

María sabía jugar conmigo, elevar mi grado de excitación con cada cosa que me hacía. Estaba a punto de llegar al último nivel, en el cual explotaría en mil placeres, pero le gustaba dosificarlo. Aumentó un poco más mi calentura cuando comencé a sentir el roce de su sexo en mi nalga izquierda. Resbalaba fácilmente, ella también estaba mojadísima. Una nueva cachetada. Grito contenido, o eso creí, porque María me tapó la boca inmediatamente.

— Contrólate, mi amor, que estás en la consulta — susurró en mi oído en un tono burlón. — Estás a punto, ¿verdad? Lástima que estés en el trabajo, no vamos a poder entretenernos mucho — me mordió el lóbulo.

Con su mano izquierda, me agarró del hombro. Sentí que con la otra empezaba a estimularme el clítoris haciendo círculos, de forma rápida, con presión… Me conocía perfectamente, sabía que era eso lo que necesitaba en esos momentos previos al placer más increíble. Me abrí más, moviendo mi cadera al ritmo de sus dedos. Buscaba más roce. Necesitaba ese último empujón para caer por completo en ese orgasmo. Esos dedos juguetones entraron en mí con una facilidad manifiesta, estaba empapada. Gemí demasiado fuerte.

— Shhhh…

Me tapé la boca con ambas manos mientras me apoyaba con los codos en la camilla. El orgasmo era inminente y mis ganas de gritárselo al mundo eran bestiales. Reconozco que soy muy ruidosa cuando lo hago. Intenté controlarme, pero, aseguraría,  que varios gemidos traspasaron las paredes.

Estaba llegando a lo más alto. La sentía dentro de mí, su ardiente cuerpo en mi espalda, su sexo rozándose contra mí. No podía más, explotaría en cualquier momento. María descendió, con pequeños besos, desde mi lóbulo a mi cuello. Me cogió del pelo y tiró de él. Esa forma de dominarme me hacía casi perder el control. Un mordisco certero en mi hombro, con la fuerza justa, y un fuerte empujón para que la sintiera muy dentro de mí, fue lo que desató un torrente de sensaciones por todo mi cuerpo. Mis manos no pudieron acallar los continuos gemidos que me producía este orgasmo regalado por mi mujer. Me tapó de nuevo la boca porque no lograba contenerme.

— Shhhh… Controla, cariño — dijo casi en un susurro.

¡Dios! Seguía sintiendo su calor apoyada en mi espalda. ¿Cómo controlar tanto placer recorriendo todo mi cuerpo? ¿Cómo frenar esos gritos, indicios inequívocos de haber llegado al clímax? Lo intentaba… Intentaba contener mis gemidos pero solo el hecho de sentir el roce de su sexo en mi culo me lo impedía. Verla cómo buscaba en mí su orgasmo, me estaba produciendo otro. Tiró fuertemente de mi cabello, y ambas nos precipitamos en otro torbellino de sensaciones. Nuestros cuerpos convulsionaron al unísono. Éramos un par de cuerpos agitados, luchando por recuperar la compostura tras dejarnos llevar por el placer de la carne. Comencé a temblar en cuanto mi cuerpo volvió a la normalidad. María se abrazó a mí, como siempre hacía.

Me di la vuelta para abrazarla. La besé tiernamente. Un beso donde le declaraba todo lo que sentía por ella. Me separé un poco, mirándola a los ojos, con esa sonrisa tonta que siempre se me dibujaba al verla.

— Te quiero, mi amor — dije acariciándole la mejilla.
— Yo también te quiero, mi vida. Espero que te haya gustado mi regalo de San Valentín.

FIN

Arwenundomiel

1 comentario:

  1. Necesito contactar contigo, te escribí en Messenger, en Twitter y por email... es importante.

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