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PARTE 9. LA DIFICULTAD DE COMPRENDER.
ALBA
La espalda me dolía a rabiar, yo diría que me dolía mucho más que cuando estaba en casa de Doris. Sabía que Martina tuvo que curarme las heridas y eso seguro que tuvo que ser un momento muy desagradable. Estas heridas, para no dejar marcas, había que curarlas de una manera muy peculiar, apretando en las propias heridas para que expulsara toda la sangre acumulada. Martina cada vez me sorprendía más, no pensé que pudiera llegar a estos extremos de cuidados y atenciones hacia mí. Mi espalda se resentía por todo ello, de ahí el aumento del dolor en las heridas ya tratadas.
La mañana en la oficina fue un no parar, en cierta manera, lo agradecí. No me dejó pensar en nada más que no fuera en el trabajo acumulado. Solo en los movimientos bruscos era cuando mi espalda se resentía y era cuando volvía a sentir todo el dolor en mi cuerpo. Deseaba que llegara la tarde y salir de allí rauda hacia la casa de Martina. Necesitaba verla. Había decidido, que no iba a luchar más en contra de mis deseos y sentimientos.
- ¿No te aburres de leer ese tocho de libraco?- le pregunté a Martina mientras me preparaba un porro apoyada en el cabecero de la cama de la habitación de ella. Ella en cambio, estaba sentada con el enorme libro en las piernas y echada hacia delante, mientras pasaba páginas y apuntaba continuamente en un cuaderno que tenía al lado. Llevaba más de 1 hora aburrida viendo como estudiaba.
-No. Y si piensas que vas a encender eso aquí dentro, estás muy equivocada- no apartó la vista de los apuntes que tenía sobre las piernas.
-Me estoy aburriendo muchísimo viendo cómo pasas las páginas. Déjame que al menos pueda fumármelo mientras me sigo aburriendo.
-No- soltó una pequeña risita.- Pero puedes hacer otras cosas. Los baños están sin hacer, si tanto te mueres por hacer algo...
- ¡Y una mierda!. ¿No te da ninguna pena verme así?
-Admito que parece que has envejecido unos diez años- me miró a la cara por fin.- Pero veo mujeres de 40 años todos los días por la calle ¿por qué ibas a darme pena?- sonreía burlona. La niñata me estaba vacilando.
- Eres una capulla. Y te libras porque me duele todo, porque sino te daba de hostias.
-Quieta abuela, que no puedes ni hablar casi como para intentar darme- rió.
-No me provoques, Martina. No estoy inválida, te lo advierto- soltó el libro dejándolo sobre la cama y con un rápido movimiento se puso a horcajadas sobre mí.
-Y si no… ¿Qué?- dijo mirándome fijamente a los ojos.
Inconscientemente mis manos se posaron en su culo, acariciándoselo lentamente. Hacía semanas y semanas que no dejaba de pensar en otra cosa: en su cara, sus ojos, su sonrisa, su cuerpo, en ella. Sí, lo admito, Martina se había alojado en mis pensamientos y no era capaz de desalojarla de allí.
- No respondo de mis actos.
-Creo... -hizo una pausa mirándome a los ojos- que correré los riesgos…- pasó la lengua por el lóbulo de una de mis orejas, atrapándolo entre sus labios. Yo le apreté más hacia a mí, quería sentir su calor y lo que sentí más bien, fueron miles de punzadas en mi espalda, y mi corazón que se me saldría del pecho si seguía latiendo de esa manera tan descontrolada. Hice un gesto de dolor pero quería más.
-Yo también los correré.
-¿Segura?
-Por supuesto- busqué su boca y la besé. Nunca jamás había sentido todo lo que sentí en esos momentos. Era tan ansiado ese momento, que todo mi ser se centró en ese beso. La volvía a tener entre mis brazos, después de todo lo pasado, de todo lo vivido y de todo lo que nos habíamos hecho y dicho, la tenía allí, encima de mí, respondiéndome al beso.
-Si te duele avísame - dijo susurrando las palabras en un suspiro mientras jugaba con sus labios y su lengua en mi boca.
- No me duele nada, no te preocupes- mis manos se deslizaron por debajo de su camiseta, y con maestría le desabroché el sujetador con un movimiento experto de dedos. La acaricié ambos costados, desplazándome hacia delante para tocar esos pechos que tantas veces me quitaron el sueño.
Ella echó la cabeza hacia atrás y me acercó su cuerpo, buscando mis caricias mientras veía como se mordía el labio. Rápidamente se quitó la camiseta y el sujetador y sonrió provocativa, mirándome de nuevo a los ojos. Me besó, acariciando mis labios con su lengua. Cogió la camiseta y me la fue quitando con cuidado. Yo también me mordí el labio, pero fue por otro motivo muy diferente al de ella. El solo movimiento de mis brazos alzados, me dolió a rabiar. Vi como me preguntaba con la mirada si me encontraba bien y asentí con la cabeza. Bajó hacia mis pezones sin apartar sus ojos de mi mirada y lamió y humedeció uno de ellos jugando con su lengua.
-Alba…- su voz era apenas un susurro.
-Sigue, Martina.
-Dime una cosa… - su voz era tremendamente sensual y provocadora. Ella seguía jugando con mis pezones y su lengua mientras hablaba y sentí como mis bragas se humedecían, respondiendo a ella.
- Di- de mi boca no logró salir ninguna otra palabra, y fue todo un susurro casi inaudible. Sus labios fueron recorriendo mi cuerpo hasta llegar a mi oído.
-¿Esto también lo hacías con Doris?- paró y me miró a los ojos sonriendo irónica. E igual de rápido que se había subido a horcajadas sobre mí, se bajó y volvió a ponerse la camiseta mientras me dejaba mirándola como una idiota. Mi cuerpo iba a reaccionar yendo a su encuentro pero el incipiente dolor, me hizo pararme al instante, agarrando las sábanas con ambas manos que se me pusieron blancas de tanto apretarlas.
- ¿Y esto es lo que tú hiciste con Ana y su novia? ¿Ponerlas cachondas y tirártelas a las dos? - vi como enarcaba una ceja y su mirada se oscurecía, pero no perdió la sonrisa, que ahora era diferente.
-Sí, pero a ellas me las tiré.- dijo lentamente. Y salió de la habitación.
-¡ESO ES MENTIRA, MENTIRA!¡TÚ NO HAS SIDO CAPAZ DE TIRARTE A NADIE!
-Piensa lo que quieras.- me dijo desde el salón. Lancé la almohada contra la puerta, en un arrebato de rabia e ira. El móvil de Martina empezó a vibrar y a sonar en la mesilla.
Lo cogí sin pensármelo dos veces. No sé por qué, pero en la primera que pensé fue en Ana. Me estaba controlando por no lanzárselo también contra la puerta, agarrando la sábana y haciendo un gurruño de ella.
“-¿Martina?”
Una voz suave y melódica sonó al otro lado del teléfono, una voz que yo conocía perfectamente. Era la voz de Lucía. Esa voz era de mi hermana.
- ¡Lucía! Lucía, ¿dónde coño estás?- me levanté como pude y alcé la vista, observando como Martina abría la puerta. Me colgó y Martina se acercó hacia mí arrebatándome el móvil de las manos.
-¿Qué haces?
-¿Qué coño pasa, Martina? ¿Ahora hablas con Lucía a mis espaldas?- la cogí del brazo zarandeándola.
-¿Qué dices? Estás perdiendo el juicio Alba. Te lo digo en serio.- dijo quitando el brazo. Miró el móvil. - Era mi amiga Julia joder, mira.- me enseñó el móvil. Ponía Julia en la última llamada.
- Y una mierda Julia. Era Lucía, joder. Era mi hermana. ¿Dónde coño están?- la miré con unas ganas de darle de hostias increíbles.
-No sé de que hablas.- se guardó el móvil en el bolsillo.- Y a mí no me mires así.
- Te miro como me sale del coño- empecé a colocarme la camiseta- Y no te estampo contra la pared, porque me haría más daño a mí que a tí. Pero no esperaba eso de ti. De ti, no.
-Escúchame bien, ¿vale? - su tono era frío y me miraba a los ojos, atravesándome con la mirada- Punto número uno, tú a mí no me pones una mano encima. Punto número dos, tú decides lo que quieres por tu cuenta, así que yo decido por la mía. Punto número tres, yo no te he pedido que esperes nada, así que eso es problema tuyo.
- Vete a la mierda, Martina- dije mientras terminaba de ponerme las botas para marcharme de allí y no volver jamás- Con esa cara de mosquita muerta, ya veo como engatusas a todo el mundo.
-¿Sabes cuál es tu problema? Que no tienes control, ¿en serio crees que Lucía te iba a hablar a ti? Pero si se fue huyendo de ti porque fuiste las que les pusiste en peligro. Te crees mejor que todo el mundo, pero sólo sabes arreglar las cosas a puñetazos.
- No te acerques más ni a mí, ni a mi familia ¿Te ha quedado claro?
-Haré lo que me salga del coño ¿Te ha quedado claro? - dijo repitiéndome las palabras, irónica. Le di un empujón que la desestabilicé, quise cogerla para que no cayera, pero me retuve y cayó dándose con la cabeza contra el pico de la mesilla. Todo pasó demasiado rápido, la sangre empezó a brotar por debajo del pelo de Martina, empapando sus rizos de color caoba, las lágrimas brotaban de sus ojos. Se llevó las manos a la cabeza y vi como apretaba sobre el sitio en el que se había llevado el golpe. Se levantó tambaleándose. En ese momento, la puerta se abrió y Gabi y Carmen entraron en la habitación. Fui hacia ella con la intención de ver el alcance de la herida.
-¡NO ME TOQUES!- me miró y pude distinguir lo que tantas veces había conocido, la odiosa mezcla de la mirada de mi madre, pánico, incredulidad, miedo… pero sobretodo dolor y defraudación.
- Pequeña, yo no pretendía...
-Ahórratelo.
-¿Qué cojones ha pasado aquí?- Gabi voló hacia Martina y la agarró del brazo. Carmen me miraba desde la puerta.
-Carmen, te juro que no quería hacerle daño. Martina sabe dónde está Lucía, joder.
-Gabi, llévame al hospital, por favor…- las lágrimas seguían deslizándose por las mejillas de Martina, vi como empezaba a parpadear y a abrir los ojos más de lo que debería. Era justo lo que hacía yo antes de… Martina se desplomó y los brazos de Gabi la sujetaron a tiempo, justo antes de que se golpease contra el suelo. Gabi lloraba, me miró.
-Eres una zorra- acto seguido intentó coger el cuerpo de Martina, pero le temblaban las manos incontrolablemente.
Carmen corrió hacia donde Martina. Se colocó debajo del brazo de ella e indicó a Gabi que hiciera lo mismo con el otro. Sabía perfectamente qué hacer. Tantas veces la había llamado para que me ayudara cuando sucedía en mi casa, que ya para ella era todo algo inconsciente.
-Espera, Carmen. Te ayudo- quise reaccionar como ella.
-Ni se te ocurra, Alba. No te muevas de donde estás, si no quieres tener la espalda peor de cómo la tienes- me amenazó Gabi. Carmen me miró con una mirada que no pude descifrar. Quizás odio, resignación, rabia tal vez. ¡Qué coño había hecho!
LUCIA
No había vuelto a llamar a Martina desde que Alba me había cogido el teléfono. Había pasado un mes desde aquello y no sabía nada de ellas, algo que me ponía nerviosa. Sabía que mi madre ya no estaba en el hospital y vivía con mi tío Luis en su casa, cosa que al menos me dejaba tener cierta tranquilidad. Almu se adaptaba perfectamente a cualquiera ambiente y parecía que estaba hecha para aquella familia, se había hecho íntima de mi prima pequeña y no se separaban. Y en el cole siempre traía “amarillos”, los sobresalientes de los pequeños. Yo… yo no podía decir que me adaptaba igual que ella, más bien hacia todo lo contrario. Quería ver a mi madre, quería hablar con Martina, solo me había hecho amiga de Manu, con el que pasaba el mayor tiempo del día y no conseguía aprobar ni un solo examen. Eran las once de la noche y como cada noche, lloraba en la cama pensando en cómo conseguir que algo mejorase. El móvil vibró en la mesilla
Manu: “Lu, te espero abajo. No tardes. Y no me valen excusas”
¿Qué estaba diciendo? Me levanté de la cama y fui hacia la ventana. No vi nada
Lucía: “¿Qué dices? Estás loco jaja”
Manu: “Venga, baja. Estoy aquí, esperándote. Como no bajes pronto, me lo quedo yo.”
Lucía: “Manu, sabes que no puedo. Mis tíos están durmiendo”
¿De qué hablaría?
Manu: “Saca la basura. Huele fatal jajajajjaj”
No pude evitar reírme. Me puse rápidamente los vaqueros y unas botas y dejé la camiseta del pijama, cogí una chaqueta y salí por la puerta intentando no hacer ruido. Atravesé el jardín y abrí la puerta exterior, buscando a Manu. Cerré la puerta tras de mí. No veía nada.
-¡Esa es mi chica! - Manu apareció de entre las sombras, agarrándome de la cintura y dándome un beso casi en la comisura de los labios. Sonreí.
-Estás loco - susurré bajito.- ¿Qué haces aquí?
-Te vi esta mañana en el insti, con el nivel de azúcar bajo. Y me dije “ A Lu, que es lo más dulce que conozco, ¿le falta azúcar?”, y te traje esto.- Reí sorprendida.
- Menudo cursi estás hecho.- miré lo que me ofrecía. Era un merengue de la confitería más cara que había en la zona.- ¡Manu! No tendrías que haberte molestado. - pasé un dedo por el merengue y me lo metí en la boca. - Mmm… - Manu no dejaba de mirarme, sonreía como un bobo, nunca lo había visto así- ¿Qué? - sonreí y le ofrecí del merengue.
- ¿Me vas a dejar probar de tu merengue?- lo dijo con tono pícaro y guiñándome un ojo. Noté como la sangre me subía a las mejillas.
-Eres idiota.- volví a pasar el dedo por el merengue y dirigí los dedos hacia su boca. Su lengua acarició mi dedo y un escalofrío me recorrió la espalda, era una sensación placentera. No aparté la vista de sus ojos, aunque notaba como iba enrojeciendo. Él tampoco apartaba su mirada de la mía, sujetó mi dedo en su boca para terminar de saborear el resto de merengue que quedaba.
- Mmm buenísimo. El merengue y tú.
-Qué idiota… - fui a sentarme en la acera y Manu me retuvo sujetándome el brazo. Le miré interrogativa.
-Venga, vámonos. Cómete rápido el merengue, que me ha costado un dineral.
-¿Qué dices? Mi tía me mata si se entera.
-¿Te mata si te comes un merengue? Vaya tia mas rara.
-Si me voy.- me reí.
-No se va a enterar - Nos paramos al lado de su moto. No solía cogerla, nos gustaba ir andando a todos los sitios, pero allí estaba- Anda, termina de subirte el azúcar y ponte el casco. Te voy a secuestrar esta noche. Si te gusta, te advierto que nos obligarán a casarnos -sonrío mientras me alargaba el casco del acompañante.
-Con el ambiente que hay en esta zona, no me extrañaría. - sonreí y me metí el último trozo de merengue en la boca, cogiendo el casco.
Subidos en su moto, me llevó por barrios que ni conocía, le abracé y dejé que el viento me acariciase el cuerpo. Fuimos cogiendo rumbo hacia los montes que rodeaban toda esa urbanización. Ascendíamos y vi como las luces de la ciudad iban empequeñeciendo cada vez más. Estas vistas no las había visto nunca. Se empezaba a ver toda la ciudad desde esa zona alta donde me estaba llevando.
-¿Dónde vamos?- proyecté la voz para que me oyese.
-A que disfrutes de un paisaje maravilloso, con la mejor compañía que puedas tener.
No tardó mucho en parar en un pequeño rellano que se encontraba a la derecha de nuestro carril. En medio de un monte, allí arriba, todo a oscuras, ese sonido insistente de los grillos, la primera impresión no es que fuera muy agradable.
-¿Vas a matarme?- Manu entrelazándome los dedos, me dirigió a través de unos matorrales. Y allí estaba, la imponente ciudad totalmente iluminada. Se veía perfectamente la iluminación a tres colores de la catedral a nuestra derecha, y calculando, intuí donde podría estar el piso de mi tío. Era una imagen maravillosa, no tenía palabras. Aquello era mágico.- Es increíble…- la voz se escapó en un susurro y parecía que me hablaba a mí misma en vez de a Manu.
-¿Te gusta? Eres a la primera que traigo aquí. Me encanta este lugar. Suelo venir por aquí, me tranquiliza un montón esta paz que se respira.
-Me fascina… gracias. - le sonreí y me moví para darle un beso en la mejilla.
-Creí que necesitabas también esta tranquilidad- me abrazó por la cintura dándome la vuelta para que pudiera observar la ciudad mientras él me abrazaba por la espalda y apoyaba su barbilla en mi hombro. Lo oí suspirar y sonreí inconscientemente.
-Sí… es cierto… necesitaba algo de paz en mi vida.
-Es todo tuyo. Te lo regalo - me besó en la mejilla, una, dos, tres veces, tímidamente.
-Para tener a tantas chicas detrás, eres todo un tímido. - me giré y acaricié sus labios con los míos.- Gracias por este sitio, de verdad. - apoyó su frente contra la mía y me apretó más a él.
-Habrá otras chicas detrás, pero yo solo me he fijado en una, y no dejo de pensar en ella en todo el día.- me sorprendió su respuesta, no me esperaba que Manu sintiera eso, era la primera persona que lograba pillarme desprevenida siempre.
-¿Qué?- mi voz salió casi en un gallo. Intenté calmarme.- Es decir...
-Lu, no me creo que no te hayas dado cuenta de que me gustas.- noté el pánico en el cuerpo. No, no, Manu debía estar confundido.
-Quizá no estás del… del todo seguro y… y has confundido… esto…. Yo...
-Eso se lo dices a mi corazón cuando late a mil por hora cada vez que te ve. O díselo a mi almohada cuando no puedo dormir porque te tengo en la mente siempre. O se lo dices a mis mariposas del estómago.- me separé de él aterrada por lo que me estaba diciendo, mi mente funcionaba como loca entrando en modo de alerta. En cambio yo también sentía las cosas que él estaba diciendo y el corazón ahora mismo me latía tan fuerte que se me iba a escapar del pecho.
-Joder, Manu... - andaba de un lado a otro, yendo del bosque a las luces y sin dejar de pensar.- Joder...
-No pasa nada, Lu. Solo quería que lo supieras. Necesitaba decírtelo.
-¿Qué lo supiera? Joder Manu… no te puedo gustar… yo no… eso lo destruye todo, el amor es una droga dañina que confunde las cosas…- en estos momentos pensaba en Alba, ahora la entendía.
-Me da igual que me destruya. Ya estoy medio destruido si no te veo cada día, o no te puedo hablar a diario… - le miré fijamente.
-Eres un cursi.- empecé a reírme.
-Ya. Es lo que pasa cuando uno se enamora. Pero yo no huyo de este sentimiento, en cambio, veo que a otras les da pánico- me acarició los brazos. - Anda, vámonos, parece que está refrescando y te veo algo incómoda.
-Yo… - No quería que me malinterpretase. No quería que pensara que yo no sentía nada. Sin embargo me daba terror que supiera que sentía. El amor daba poder, lo había comprobado más de una vez.- En realidad, no tengo frío.- fue lo único que conseguí decir, me estaba comportando como Alba cuando yo la había empujado hacia Martina. Vi como se acercaba a mí. Yo no era capaz de moverme. Me miraba a los ojos mientras lo veía acercar su rostro al mío. Cerré instintivamemte los ojos, esperando… no sé que esperaba en realidad, así que volví a abrirlos y en ese momento noté como rozaba con mimo su nariz contra la mía. Un gesto muy típico en él, me encantaba. Noté que me había tranquilizado aunque seguía sintiendo el latido del corazón en cada centímetro de mi cuerpo.- Podíamos... quedarnos un rato más…- dije observando cómo reaccionaba a mi proposición
-Como quieras. Pero no tienes porque hacerlo. Quería saber que te parecía todo, y ya lo sé. Podemos irnos sin problemas, y seguiremos como hasta ahora. Tú siendo borde conmigo y yo dándote la lata.
-¿Ya sabes? ¿El qué?- Me dirigí hacia la zona en la que se veían la luces y me senté en el suelo, sobre la hierba. Él me siguió, haciendo lo mismo y sentándose a mi lado. No me miraba, miraba a las luces de la ciudad, quizás más allá de esas luces. Se puso a jugar con la hierba, a arrancarla, solía hacerlo cuando pensaba en algo o estaba nervioso.
-Que te ha gustado el sitio, y me alegro.
-Hoy en clase quería pedirte un favor- dije cambiando de tema mientras miraba hacia las luces.
-Dime.
-Bueno… tú eres un cerebrito con las mates y… pensaba… es decir… me pareció… - No sabía cómo planteárselo.
-Pues claro que te daré clases. Y si fueran necesarias, serán hasta intensivas. Eres tonta, y tú ¿por qué no me lo has pedido antes? ¿Y por qué tartamudeas?-sonreí sin mirarle.
-Nos interrumpió Gloria.- era una compañera de clase que no paraba de perseguir a Manu por los pasillos.- Y yo no tartamudeo.
-Ya - rió - ¡es verdad! Gloria. No está mal esa chica, tendré que guiar mis mariposillas hacia un nuevo destino glorioso.
-Estoy segura de que le encantaría… aunque… no me convence la idea.- No le miraba, intentaba centrarme en las luces de la ciudad. Pero él sí me miró y también pude distinguir de reojo que sonreía. Decidí armarme de valor y seguir los consejos que yo misma le había dicho a Alba, respiré profundamente y hablé- Tú a mí también me gustas, Manu.
Me siguió observando sin decir nada. Este chico era de lo peor, tenía todos los encantos del mundo pero también sabía cómo ponerme histérica cuando a él se le antojaba. Lo sentí acercarse otra vez y me giré a mirarle. Esta vez mantuve los ojos abiertos, siempre me había preguntado por qué la gente cerraba los ojos al besar, yo quería ver a Manu, no quería cerrar los ojos de ninguna manera. Pero él sí los cerró cuando nuestros labios se rozaron, su lengua acarició mis labios y los ojos se me cerraron lentamente. La sensación era maravillosa, parecía que estallaba algo dentro del pecho, la sangre circulaba más rápido y mi cabeza se quedó en blanco por primera vez en la vida.
A la mañana siguiente le esperé en la puerta del colegio, como siempre hacía, pero esta vez deseando verle más de lo normal. Estaba feliz, había pasado unas horas magníficas ahí arriba, hablando de cualquier cosa y besándonos bajo la mirada atenta de la ciudad dormida. Mi tía no me había pillado y todo había ido de maravilla. Así que decididamente el día empezaba bien.
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