Relato erótico: Ella y yo (capítulo 3)

martes, 23 de mayo de 2017
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Lía se despertó un poco alterada. Después del sueño que tuvo, era normal. Rebeca estaba rodeada de sangre y persiguiéndola con un cúter. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo.

— Es solo un sueño —  se dijo a si misma.

Agarró el teléfono y le mandó un WhatsApp a su novia.

Lía: Hola, nena. ¿Qué tal has dormido? Yo bastante mal. He tenido una pesadilla asquerosa y terrorífica.

Rebeca: Pues del tirón, como siempre. ¿Has vuelto a soñar que comías carne? ¿Qué era esta vez? ¿Un chuletón de Ávila? 😂😂

Lía: Muy graciosa, 😤. He soñado que me perseguías, con un cúter, para matarme, después de que yo viera como matabas a alguien. 😰😰😨

Rebeca: 😱 Ostras....

Lía: ¿Qué?

Rebeca: Solo es un sueño... Quedamos a tomar ☕? Hoy no curras, ¿verdad?

Lía: Me doy una ducha y voy.

Lía dejó el teléfono en la mesilla de noche y se dirigió a la ducha. Se enjabonó a conciencia. Se depiló, aunque no le hacía falta, y se lavó el pelo. Tenía esa manía desde pequeña. Su madre le había metido en la cabeza que el cuerpo era el templo del espíritu santo, y no debía estar corrupto.

— ¡Ay, mamá, si levantarás la cabeza! — le dijo al aire sonriendo.

Después de verse perfectamente limpia, cogió sus vaqueros favoritos, una camiseta escotada, y una chaqueta que le quedaba genial. Se peinó con una cola de caballo y se fue a buscar a su novia.

Cuando llegó al edificio de Rebeca, se encontró con tres coches de la Policía Nacional, un Zeta, y al menos diez tipos armados hasta los dientes. Lía se dirigió directamente al portal que estaba abierto, subiendo a casa de su chica.

— Nena, ¿has visto toda esa policía?
— Hola —  le dijo una mujer que no era su novia.

Lía se quedó de piedra al ver la pistola acoplada a su cintura. Detrás de ella había un hombre hablando con Rebeca.

— Si se acuerda de algo, aunque fuera tan solo un sonido, no dude en avisarnos, señorita Castillo. Tanto la agente Cortés, como yo mismo, le atenderemos encantados. Muchas gracias por atendernos — dijo el que parecía otro policía.

Seguidamente, pasaron por delante de Lía saludando.

— Cariño, ¿qué hacían esos agentes aquí?
— ¡No te lo vas a creer! Pero están buscando a un asesino. Han tomado declaración a todo el edificio — contestó Rebeca entusiasmada.
— ¡Vaya! ¿Y que les has dicho? — preguntó Lía besándola ligeramente.
— ¿Qué les voy a decir si no se nada?
— Pero si hubieras visto algo se lo dirías, ¿verdad? — preguntó conteniendo la respiración.
— Pues claro, mujer. No quiero que un asesino ande suelto por ahí.

Lía soltó el aire aliviada. Por un momento, recordó su sueño y se asustó.

— Vamos a desayunar — dijo Rebeca cogiéndola de la mano.

Fueron a una cafetería nueva en la que solo habían estado un par de veces. La camarera les tomó nota. Dos cafés con leche, una tostada con tomate y un croissant de jamón y queso.

— No te molesta que coma jamón, ¿verdad? — preguntó Rebeca.
— Cariño, que yo sea vegetariana no quiere decir que no puedas comer carne si estamos juntas. No me incomoda ni nada de eso.

La mujer sonrió, cogiendo el teléfono móvil.

— ¿Crees que habrá alguna noticia del asesino en Internet?
— Búscalo. Seguramente habrán publicado algo en alguna página — contestó Lía intrigada  también.

No los vieron acercarse, ni los habían escuchado, hasta que alguien habló.

— Señorita Castillo, ¿podría acompañarnos a la comisaría? — dijo una voz de hombre.

Rebeca alzó la mirada encontrándose con el agente Garrido.

— ¿A comisaría? ¿Por qué? — preguntó Lía asustada.
— Solo son unas preguntas rutinarias — dijo la agente Cortés.
— ¿Me están siguiendo? — pregunto Rebeca poniéndose a la defensiva.
— Señorita Castillo, tranquilícese. Hemos venido a pedir información, y... Mire, mejor se lo explico en comisaría — dijo el agente Garrido.
— ¿Estoy detenida? — preguntó Rebeca estirando los brazos.
— Todavía no — dijo la otra mujer.
— Cortés, no la acojones, joder. Señorita Castillo, si quiere su… — siguió hablando el agente mientras se dirigía a Lía.
— Novia, soy su novia. Y si no hay problema, me gustaría acompañarla.

El trayecto hacia la comisaría fue rápido y en silencio, roto solamente por la pregunta de Lía a su novia.

— Rebeca, ¿qué está pasando?

La mujer solo levanto los hombros negando con la cabeza, sin poder explicar qué estaba sucediendo.

— ¿Quiere un café o algo? — preguntó el agente Garrido.
— No, gracias. Solo me gustaría saber qué narices está pasando.
— Señorita Castillo, ¿conoce usted a Regina del Olmo? — preguntó Cortés.
— Conozco a una Regina, no sé su apellido. Es la camarera de la cafetería donde estaba.
— ¿Dónde estaba anoche, entre las 12  y las 5 de la madrugada? — preguntó la policía de nuevo.
— Durmiendo.
— ¿No fue ayer a un bar llamado la Bella y el Bollo?
— Ayer no salí. Me quedé viendo el Sálvame Deluxe. Le mandé un mensaje a mi novia, y me quedé frita en el sofá. ¿Quiere que le diga que pasó en el programa?
— Señorita Castillo, Regina del Olmo es la camarera de la cafetería, y apareció muerta esta mañana, en un contenedor cercano a su domicilio — explicó el agente Garrido.
— ¿Y eso que tiene que ver conmigo?
— Según sus compañeras de trabajo, usted estuvo coqueteando con Regina ayer por la tarde, en la cafetería. Ella les dijo que había quedado con alguien en la Bella y el Bollo.

Rebeca estaba con la boca abierta, negando con la cabeza.

— Yo no coqueteé con ella. Ella lo hizo conmigo y la rechace. Tengo novia y, además, no fui a ese bar. De hecho, no he ido nunca.
— Señorita Castillo, está bien. Solo estamos corroborando información. Ya puede marcharse — dijo el agente Garrido.

Rebeca no se lo pensó. Salió de la sala, como alma que lleva el diablo, blasfemando.
Lía ya no sabía que hacer. Llevaba al menos dos horas allí esperando. Solo podía pensar que su sueño era real, y estaba saliendo con una asesina. La puerta se abrió y Rebeca salió murmurando. Agarró del brazo a Lía, arrastrándola hacia la puerta seguida muy de cerca por la mirada de Cortés.

— Esa chica miente.
— Sí, pero no tenemos pruebas — contestó Garrido.

— ¿Qué ha pasado?
— Pues, a ver... ¿por dónde empiezo? Básicamente, han insinuado que he matado a Regina — contestó Rebeca mirándola.
— Espera... ¿Qué? ¿Quién es Regina?
— La camarera de la cafetería donde estábamos.
— ¿Y tu la conoces?
— Solo he hablado un par de veces con ella. Mira... El caso es que han matado a esa chica y...
— Cuéntame todo lo que ha pasado ahí dentro — le cortó Lía.
Rebeca le contó el interrogatorio con pelos y señales.

— ¿Le dijiste a la policía que no habías salido?
— No quería meterme en más líos.
— Joder, Rebeca. Tendrías que haberles dicho que estabas en el Silencio — se alteró Lía.
— Tendrías que haberte venido conmigo. Podría, al menos, haber tenido una coartada.
— Sabes como estoy de cansada después del trabajo. Podías haber venido a casa y nos hubiéramos evitado todo esto.
— Nena, tengo que contarte algo. Yo vi a la chavala en el Silencio. Estaba con sus amigas y bueno… quería tema y...
— ¿Cómo? — preguntó Lía con los ojos totalmente abiertos.
— No pasó nada. La rechacé y me fui a casa. Nunca te pondría los cuernos — explicó Rebeca mientras abrazaba a Lía.
— Vamos a contarle todo esto a la policía — dijo la chica agarrando del brazo a su novia.
— Vale, vale, vale. Pero iré mañana. Lo prometo. Déjame que disfrute de la noche contigo, por favor.

Lía la creyó, la besó en los labios y se fueron juntas a prepararse para una noche de baile y sexo.
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Escrito por Nika

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