Observo cómo entra en mi piel, cómo aparecen esas pequeñas gotas de sangre tras el recorrido lento por mi muslo. Puedo localizar el dolor, controlar su intensidad, su porqué… Siento alivio en estos momentos, la paz interior que necesito para sobrellevar esta mierda de vida. Vuelvo a dar otro buen trago a este asqueroso whisky que encontré en casa. Esto es lo que quería, lo que buscaba… Un momento de control, de tranquilidad, de calma. Se me nubla la vista. Alzo la botella, como medianamente puedo, sonriendo al ver que casi me lo bebí todo. Paso de “rallarme”. Estoy completamente borracha y me siento de puta madre. La cuchilla penetra en mi muslo de nuevo, consigue que me sienta dueña de lo que siento. Presiono un poco más, lo quiero más profundo. ¡Joder, me he pasado en el corte! Lo controlo. Sé que puedo dominar la situación. Mi corazón se acelera. La cabeza me da vueltas. No consigo atinar con la herida para intentar limpiarla. Mi mano tiembla. Arcadas, pérdida de visión, mareo, inconsciencia.
— ¡Gracias a Dios!¡Está viva! ¡Sandra, llama a una ambulancia!
Los gritos de mi madre me hacen volver de mi letargo. Me va a estallar la cabeza. Le siseo para que amaine sus chillidos. Está de rodillas, frente a mí. Intento recordar lo sucedido, el por qué estoy sentada en el suelo ensangrentado de mi baño. Siento como me da palmaditas en la cara, como me besa la frente, las mejillas...
— No, Vero, no te vuelvas a dormir. Despierta, cariño. Soy mamá. ¡No te quedes ahí mirando!¡Llama de una vez!
— Es que… No… No sé dónde llamar. No sé qué número…
— ¡Al 112! ¡YA!
En ese instante lo recordé todo. Mi madre lograría que mi cabeza estallara en mil pedazos con sus berridos, pero consiguió que me ubicara. Me acordé de ese vomitivo whisky, el sabor perduraba en mi boca, y las heridas… Cinco ¿o fueron seis? Mi mano fue como una exhalación a mi muslo. No quería que viera mis cortes, mis otras cicatrices, mi otra vida.
— No quiero que llames a nadie, Sandra. Cuelga — logré decirle a mi novia, que no sé qué mierda hacía allí y, mucho menos, con mi madre.
— ¡Que llames te he dicho!
— ¡NO!
Grité con las pocas fuerzas que me quedaban, apretándome el muslo inconscientemente. Me produje tal dolor, que volví a desmayarme.
— ¡De nuevo en el mundo de los vivos!
Me besó en los labios. Me aparté inmediatamente, mi boca debía saber a rayos. Miré a mi alrededor. Me encontraba en mi habitación, tumbada en la cama, con mi novia sentada a mi lado. Me habían puesto el pijama y, por el tacto, supuse que me habían curado y vendado las heridas.
— No llamaste, ¿verdad? ¡Me mandarían directamente a un loquero y yo no estoy loca! ¿Entiendes?
— Tranquilízate, mi amor. No, no los llamé. Sé que no estás loca, pero también sé que necesitas ayuda... ¡Pero ya!
Cerré los ojos en señal de asentimiento. Sabía que Sandra tenía razón, pero me daba pavor enfrentarme a todo. Le agarré la mano. Ella hacía que me sintiera más segura de mí misma, me hacía pensar que podía vencer a mis monstruos.
— ¿Y mi madre?¿Se quedó sin voz en uno de esos gritos de loca fumada?
— ¡No digas eso, imbécil! — su sonrisa era aire puro para mis pulmones. Me hacía volver a vivir, a tener ganas de seguir luchando, a poder enfrentarme a todo y a todos. — Tu madre estaba muerta de miedo. La obligué a tomarse una tila. Bueno… Creo que lleva tres o cuatro ya. Tuve que contárselo todo para que no llamara a la ambulancia, lo siento.
Al oír sus palabras, un sudor frío recorrió toda mi columna. Mi gran secreto desvelado a la mujer que, de ahora en adelante, me guardaría en una urna de cristal, no me dejaría sola ni para ir al baño. No lo comprendería. Su hija es la hija perfecta, a la que todo el mundo quiere y admira. No le pueden hacer bullying en el instituto por ser callada y tímida. No puede ser golpeada e insultada solo porque sus compañeras se divierten grabándolo todo. No pueden gritarle “¡bollera de mierda! ¡Tú lo que necesitas es una buena polla que te folle bien!” porque, su hija, no puede ser lesbiana… Todo mi cuerpo tembló solo con imaginármelo. En ese instante, me abrazó como si no hubiera un mañana. Estoy segura que en mi cara se pudo reflejar todo mi miedo. Yo se lo agradecí en el alma, juro que sí, pero esto ya no tenía arreglo ni vuelta atrás.
De repente, la puerta de mi habitación se abrió. Me separé de ella en un microsegundo. Con un manotazo la obligué a levantarse, alejándola de mí. Mi corazón iba a mil y mis pensamientos ya ni te cuento. Quise incorporarme pero mi madre entró rauda, impidiéndolo.
— Tranquila, cariño, cálmate. Sandra, vuélvete a sentar junto a ella — la obedeció sin rechistar. Mi madre, siempre metomentodo, nos cogió las manos para que las juntáramos. Nos miró con esa ternura que siempre, desde pequeña, vi en sus ojos.— Ya me ha contado que estáis juntas desde hace unos meses. ¿Por qué creíste que no lo comprendería? Siempre hemos hablado de todo, y sabes que no tengo ningún problema con todo esto.
— Lo sé, mamá. Supongo que me agobié con… — Se me hizo un nudo en la garganta impidiéndome continuar.
— Shhh… Tranquilízate. Sé por todo lo que estás pasando, Sandra me lo ha contado. No entiendo por qué no has acudido a mí en cuanto empezó todo.
— Creí que podría solucionarlo sola. Bastante tienes con sacarnos adelante.
— Eso es una tontería, Vero. Somos una piña, tú y yo, bueno… Y Sandra — sonreímos las tres — Vamos a salir juntas de todo esto, ¿entiendes? Ya pedí cita con el director del instituto y…
— ¡Ni se te ocurra llevarme a un loquero, mamá! — la interrumpí. Esa mirada cómplice que cruzaron mi madre y Sandra, lo decía todo.
— Mi amor, sabes perfectamente que hoy te has pasado. No has podido controlarte. Los cortes que te has hecho son casi para ponerte puntos.
— Sí, lo sé.
Bajé la mirada. Mi novia volvía a tener razón. Lo único que creía controlar, en mi mierda de vida, se me escapaba de entre los dedos también.
— ¿Eso es un sí?
No podía resistirme a su sonrisa. Era tan única, tan sincera, tan ella. Afirmé con la cabeza y, sin esperarlo, me encontré con sus dulces labios besando los míos. A mi madre se le escapó una lágrima. La vi rodando solitaria por su mejilla mientras yo, sin miedo al rechazo, me entregaba a ese maravilloso beso.
En ese instante me sentí libre, sin complejos, querida, apoyada. Ya podía respirar con normalidad, sin ahogos, sin esa opresión en el pecho que no me dejaba vivir. Nunca, en mi puta vida, me había sentido tan en paz. Ahora sí tenía claro lo que quería, ME QUERÍA A MÍ.
FIN
Escrito por Arwenundomiel
Que duro relato! pero es la triste realidad para muchas/os chicos/as al día de hoy, sería genial que todos tuvieran una mama como la de Vero...
ResponderEliminarPues sí que está muy de actualidad. Ojalá que haya madres/padres, noviXs, amigos, familiares... que apoyen y saquen de todo eso a todXs.
EliminarGracias por comentar
Una triste historia pero muy bonita al fin y al cabo :) ¡BUEN TEMA!
ResponderEliminarUn tema algo espinoso pero muy de actualidad por desgracia. Gracias por comentar.
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