Ir a: Inicio Capítulo 38 "Un café y un polvo"
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"¿Recordáis el primer secreto que empezasteis a guardar? Ese que decidisteis no contarle a nadie. Esos secretos infantiles sobre no decir que eras tú la que se había terminado las galletas, la que había pintado la pared con rotuladores o la que había roto tal o cual cosa... Esos secretos que contábamos de una manera muy discreta... (No, yo no he sido la que se ha comido las tres galletas que quedaban en el bote para merendar) y nosotros éramos felices porque creíamos que sabíamos ocultarlos...
Esto me trae a la memoria una anécdota de mi hermano pequeño, hace ya bastante. Por el día del padre le habíamos comprado un reloj a nuestro padre, bueno se lo había comprado mi madre, ya sabéis, lo nuestro eran esas tarjetas adorables que regalan los niños. Y le dijimos a mi hermano que guardase el secreto. Y él, muy contento, fue a decirle a mi padre que el regalo se ponía en la muñeca y que era un reloj, pero que no podía decirle lo que era.
Un buen secreto, como lo guarda un niño.
¿Nadie ha vivido nunca la situación de que un niño coja el teléfono y te diga que es alguien con quién, justo en ese momento, no quieres hablar? Es entonces cuando le dices que diga que no estás. Y el niño, muy feliz, dice por el teléfono "Dice (tu nombre) que no está", mientras tú quieres que te trague la tierra y le arrebatas el aparato.
Comparad aquellos dulces secretos con los de ahora, todas esas cosas que nos carcomen por dentro y que queremos vivir solos. Ahora, incluso las pesadillas y los miedos se vuelven secretos.
Cory Doctorow decía "Todos los secretos son profundos. Todos se vuelven oscuros. Está en la naturaleza de los secretos"
Pensándolo unos segundos... volvemos todos nuestros miedos, profundos y oscuros. Los alimentamos del secreto, de la oscuridad, del silencio. Y crecen, se expanden, te devoran... quizá Cory Doctorow tenía razón. Y quizá, solo quizá... los secretos los inventamos los seres humanos para debilitar a los nuestros, hasta que nos creímos nuestros propios secretos... y estos se alimentaron de nosotros"
MARTINA
Alba había conducido todo el viaje callada, no había dicho ni una sola palabra desde que habíamos dejado a Lu en casa. Creo que no hacía más que pensar en lo que había pasado. Aunque durante los análisis, había estado pegada a Lu y parecía que había sacado una vena que no había visto antes, y, para qué negarlo, me había encantado. Me gustaba su manera de ser dulce, parecía insegura, como si algo en la bondad le diese miedo. Posé mi mano izquierda sobre su muslo y apreté ligeramente. Como un recordatorio de que estaba allí. Ella me miró. Sonreí.
-Va a salir bien.- dije mirándola a los intensos ojos azules que tenía.
- Es muy joven, Martina. Y por lo que nos ha contado, me temo que saldrá positivo. No me gustaría que lo tuviera. - suspiró - No he querido decírselo porque creo que no es el momento, pero pienso que sería lo mejor.
- ¿Por qué? Quizá ella quiera tenerlo... - Noté como agarraba con rabia el volante al escuchar mis palabras.
- Es una locura. Tiene 16 años, joder. Y… y el padre es un puto niñato al que conoció hace… ¿unos pocos meses? ¿Cómo coño va a pensar querer tenerlo? Que piense en terminar sus estudios y no en follar tanto - Aparcó el coche con un frenazo más fuerte de lo normal y salió de él, casi sin mirarme, hacia su casa.
Cogí tranquilamente el bolso. Si empezaba a enfadarse ahora, sería una larga noche. No creo que hubiese dicho nada malo, Lucía podía perfectamente elegir tenerlo y Alba no podría impedírselo. Salí del coche y entré en casa. Oí unos fuertes golpes en la cocina. Dejé el bolso en la entrada y me dirigí hacia allí.
Alba sacaba el lavaplatos haciendo un estruendo enorme cada vez que algo golpeaba la encimera.
- Vas a romper la vajilla. - Dije serenamente.
- Mejor la vajilla que la cabeza de mi hermana - gruñó - ¿Qué te preparo de cenar? ¿Una tortilla francesa? ¿Unas pechugas de pollo? - Abrió la nevera y husmeó que más había - Creo que mañana sin falta, habrá que ir a saquear el supermercado - Prosiguió dando manotazos a todo lo que veía en el frigorífico - Puedo hacerte un bocadillo de salchichón, o mortadela… - me miró esperando alguna respuesta - Lo siento, pero la carta gastronómica de hoy acaba aquí - me guiñó un ojo.
- Café, por favor. ¿Qué vas a cenar tú?
- ¿Solo un puto café? Te hago una tortilla francesa que es poca cosa y entra bien.
-Alba, libertad...- me había acercado a ella y la abracé por la espalda, cogiéndole las manos. Notaba su respiración y eso me calmaba, aunque en estos momentos fuera agitada. Podía sentir como a ella también le agradaba aquel gesto, adoraba como era capaz de relajarse con un abrazo. - Tranquila, preciosa.- No sé si era la primera vez que le decía algo cariñoso, pero cómo se deslizó la palabra por mi boca y el efecto que tuvo en ella, me fascinó. La giré, recogí el mechón rebelde que siempre se le escapaba y mi mano acarició su mejilla. Era preciosa, increíblemente guapísima. Decidí repetírselo.- Preciosa.- dije sonriendo.
- Joder, de acuerdo. Pero no me engatuses con moñerías - abrió de nuevo la nevera y se cogió una manzana - No me mires con esa cara. La manzana es para mí. Hazte el café como a ti te guste. Me voy al sofá.
-Aún son las nueve.- dije ignorando lo del café. Lo cierto es que no me apetecía comer ni beber nada. Cogí un vaso y lo llené de agua. Me dirigí al salón. Estaba sentada en el sofá, mirando la tele mientras daba mordiscos a la manzana. Tenía la piel más increíble que había visto nunca, brillaba bajo la luz del salón. Me di cuenta de que hacía muchísimo que no me fijaba en ella detenidamente. Me fijé en cómo el pelo moreno y liso le caía sobre la piel desnuda de sus hombros, me quedé absorta con su manera de sentarse, de suspirar, de cómo su pecho ascendía y descendía con cada inspiración y espiración que realizaba.- ¿Sabes lo que me apetece?
- ¿El qué?
-Bailar.- Sí. Me apetecía bailar con Alba, bailar salsa. Rozarla, acariciarle y moverme con ella.
- ¿Ir a bailar ahora? En serio, estás como una puta cabra. Yo no me muevo de casa.
-En realidad…- salí disparada hacia el cuarto, subiendo las escaleras como si mi vida dependiera de ello. Saqué una cajita de mi cajón de la mesilla y la abrí. Allí estaban. Los cogí y bajé tan rápido, que casi me tropiezo y me caigo. Entré precipitadamente en el salón. Alba me miraba como si me hubiera vuelto loca. Me acerqué a ella y dejé caer lo que había cogido, delante de ella, sobre una mesita de cristal que había.
-¿Qué coño te pasa? Estáte quieta de una puta vez.- Yo esperaba impaciente a que mirase lo que había ido a buscar. Ella al ver que esperaba su respuesta, se incorporó mejor en el sofá y los miró. Conseguí descubrirle un gesto de curiosidad. Se acercó un poco más a la mesa y leyó. Levantó la mirada hacia mí. No supe descifrarla. ¿Le había gustado lo que había visto? ¿Pensaría que estaba loca? Seguramente pensaría lo segundo.
- ¿Me estás pidiendo que me case contigo? - dijo burlona mientras empezaba a reírse nerviosa - Estos billetes y reserva de hotel, ¿qué coño son?
-Un regalo de mi padre, por mi cumpleaños… a estas alturas si todo hubiera salido según los planes de mi familia, estaría casada con Mateo. No pensaba utilizarlos… pero, el viaje es a final de verano. Y quiero ir contigo.
ALBA
Joder. Me cago en la puta. Me estaba regalando ir con ella a Tailandia. Dos billetes de avión y la reserva de la suite nupcial de no sé qué hotel de cinco estrellas. Me estaba empezando a dar un infarto, o es que mi corazón ya no daba a más para bombear la sangre necesaria a mi cerebro para que empezara a pensar con claridad.
Yo. Vacaciones. Con Martina. No me lo podía creer. Me faltaba el aire y sentí que empezaba a hiperventilar. Me quise controlar y respirar pausadamente como me enseñaron en las terapias. Funcionaba.
-¿Estás bien? - la cara preocupada de Martina, me devolvía la mirada. Se había ido a sentar a mi lado y me rodeó con el brazo.
-Un día de estos, con tus locuras, me vas a matar. Te lo juro.- una carcajada salió de sus labios.
-Eres una exagerada. ¿Lo sabías?
-Y tú una puta loca - le acerqué la manzana a la boca - Anda, dale unos mordiscos. - me miró como para recordarme esas dichosas reglas de nuevo. - Solo te la estoy ofreciendo, no te estoy obligando.- dio felizmente un bocado, se notaba que estaba ilusionada. En un rápido movimiento se sentó a horcajadas sobre mí.
-Entonces, ¿iremos? - mis manos cobraron vida propia y comenzaron a acariciarle la espalda.
-Sí, si me prometes que intentarás comer más. Yo, en cambio, no puedo prometerte que llegues virgen a España.
-¡Hecho!- sonreía felizmente.-¡Va a ser increíble!
La besé. No pude resistirme. Era superior a mí. Esa sonrisa, se le veía feliz y eso me hacía feliz a mí. Quería besarla, sentirla con mis labios, con mi lengua. Quería cuidarla, protegerla. Lo quería todo de ella. La tenía sentada en mis piernas, a horcajadas, y la acerqué a mí con un abrazo tierno. No quería asustarla. Habíamos pasado mucho en tan poco tiempo, que no sabía cómo actuar para no ahuyentarla. Por ella había dejado vicios, ido a terapias, buscarla en una remota cabaña… La cabaña… Separé ligeramente mis labios de ella. La abracé más fuerte y apoyé mi frente a la suya. Los recuerdos me vinieron y solo quise tenerla así, entre mis brazos. Era lo que más deseaba en el mundo. Tenerla conmigo.
-Martina, quiero enseñarte una cosa.
-¿El qué? - Ella y su curiosidad constante…
Me senté mejor en el sofá, con ella encima de mis piernas, por supuesto no quería ni por un momento que se fuera de donde estaba. Cogí el bajo de mi camiseta y comencé a subirla. Martina me miraba expectante, esperaba que no pensara en otra cosa porque ya bastante cachonda estaba con ella en esa postura. La subía lentamente y con cuidado, me gustaba esa mirada de niña nerviosa que se le ponía. Le sonreí y terminé de dejar a la vista mi costado derecho. Las costillas se me marcaban, mi rostro cambió en un instante, pero no quería pensar en ello, y me acaricié tiernamente mi nuevo tatuaje. Era el nombre de Cati, colocado exactamente en el mismo sitio donde yo la herí a ella el día que iba totalmente colocada. Ahí, la quería ahí conmigo, siempre. La que me salvó la vida, la que me quiso tal y como era, la que me soportó hasta lo insoportable. La quería en mi costado, para recordarme lo que fui, y me recordara la que no quiero volver a ser. Quería compartirlo con Martina, esperaba que lo comprendiera. Levanté la vista hacia ella, no apartaba la vista del tatuaje, pero parecía haberse quedado totalmente petrificada. Incluso la sonrisa se había borrado de su cara. Noté como su respiración se alteraba. Apartó la vista y se levantó.
-Voy a por café.- dijo sin mirarme.
- ¡Martina! - fui detrás de ella - Pequeña, mírame. Creía que te gustaría.
Apretó la taza de café que tenía en las manos y que acababa de coger del armario de la cocina. Noté como se mordía el labio.
-Es bonito.- se limitó a decir.
- ¿Qué te pasa? - la rodeé entre mis brazos, no pensé en ningún momento que esa fuera su reacción - Sabes que sin ella no estaríamos ahora aquí, juntas, abrazadas...
-Sí. - se escabulló de mi abrazo, hacia la nevera, cogiendo la leche. La cogí del brazo y le hice que me mirara.
- ¿Qué coño te pasa?- desvió la vista.
-Nada, es bonito… es el sitio de su cicatriz...
- ¡Y una mierda bonito! No te gusta y punto. Pues que sepas que es permanente. Si algún día deseas tocarme, que sepas que siempre estará ahí. Y no me arrepiento. Me estoy arrepintiendo del otro.
-Sé lo que es un tatuaje. - me miró duramente. Vi como dudaba un segundo.- ¿Qué otro?
- Nada. Tómate tu puto café.- No la soportaba cuando se ponía así. De repente, tan Martina, la ternura personificada, sus palabras, sus abrazos… Y de repente, tan gilipollas y tan distante. La dejé en la cocina sola, y me subí hacia mi cuarto - Buenas noches. Apaga todo antes de acostarte.
MARTINA
El cuerpo de Cati yace sin vida en mis brazos, la chica rubia me mira fijamente. Parece más asustada que yo. Miro a mi alrededor, busco algo desesperadamente. Mis ojos se posan sobre un bulto negro en la esquina del salón.
Dejo el cuerpo de Cati sobre la alfombra y le cierro los ojos. Ni siquiera noto la tristeza, solo rabia. La rabia recorre mi cuerpo, haciéndome temblar. Me acerco despacio al bulto negro, Alba. Veo que su pecho se mueve ligeramente, está viva. El aire se escapa de mis pulmones. Está viva. Le doy un pequeño beso en los labios. Solo está inconsciente, reviso que no tenga ninguna herida y vuelvo a percatarme de la situación. El cuerpo de Cati. Cati… está muerta.
-Muerta.- Es algo irreal. Y ni siquiera pronunciándolo parece que se vuelva estable y real. La furia vuelve a extenderse y salgo de la cabaña para ver quién es el hombre.
El cuchillo que tenía clavado en una parte del cuello, está tirado en el suelo. Un reguero de sangre se extiende hasta el bosque. Cojo con rabia el cuchillo y sigo el rastro. No tardo ni dos minutos en encontrarlo, él está herido. Yo estoy cabreada. Sin embargo mi mente se ha vuelto fría, y es capaz de pensar.
Está apoyado en un árbol. Los ojos abiertos, azules, como los de Alba. Su sonrisa chulesca…
-¿Vienes a matarme, rubita? - No le contesto. Solo le miro fijamente. ¿Qué quiero hacer? Está borracho y herido. Yo estoy llevada por un sentimiento, ¿quién es más peligroso? Me acerco a él unos pasos, lo suficiente como para quedarme a unos 50 centímetros de él. Yo estoy de pie, él sentado. ¿Necesito que me ataque? Le tiro el cuchillo que tengo en la mano. -Encima considerada. - Lo coge con una mano y empieza a reírse, se ahoga entre las risas, es el sonido más desagradable que he oído nunca. En realidad, puede haber sido la propia Cati la que le matase… o puede ser defensa propia… Le miro fijamente, él está intentado levantarse. Saco el cuchillo que he cogido de la cocina antes de salir de la cabaña. Y antes de que pueda pensar con claridad, el cuchillo entra en su garganta. Sus ojos se llenan de terror y me mira. Abre la boca, pero la sangre le impide hablar. Miro como intenta coger aire mientras la sangre le inunda los pulmones. No aparto la vista. Extiende una mano hacia mí y me aparto ligeramente para que no me toque.
-Digamos que es algo justo… - me giro hacia la cabaña, no he dado ni tres pasos cuando me quedo parada.- Y no soy rubia.- pronuncio sin girarme.
Abro los ojos y me siento rápidamente en el sofá, mirando a mi alrededor, intentando ubicarme. Estoy en el salón, me he quedado dormida. La televisión, aún encendida, me devuelve una imagen de la mirada oscura de una mujer, ahogo un grito y cogiendo rápidamente el mando, apago la tele. Me quedo quieta en medio de la oscuridad de la casa, mientras mi respiración vuelve a recobrar su nivel de normalidad.
Me llevo las manos a la cabeza y las paso por mi pelo, intentando quitar los mechones que caen sobre mi cara. Un escalofrío recorre mi cuerpo y decido levantarme. Me dirijo a la cocina y abro el grifo del fregadero. El agua cae, mientras mis lágrimas recorren mis mejillas. Me mojo la cara y el cuello, intentando controlar mis propias sensaciones. Y antes de que pueda evitarlo, la bilis me sube por la garganta y vomito.
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Esto no acabará bien...
ResponderEliminarA saber... Ni yo misma sé como acabará todo.
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