Relato "Un café y un polvo" Parte 12 (Capítulo 37)

jueves, 13 de octubre de 2016
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PARTE 12. PORQUE NADIE VIVE CON UN LIBRO DE INSTRUCCIONES.
CAPÍTULO 37. SI SE ROMPE UNA DE LAS REGLAS ANTERIORES... DESAPARECERÉ.

"-¿Cómo era vuestro amor?
-Era raro, Nina. Era raro. -me miró con una clara expresión de confusión en la cara.
-¿Por raro quieres decir que era diferente?
-No. Quiero decir que era raro.
-Oye, papá... si no quieres hablar... podemos dejarlo aquí.- las lágrimas corrían por sus mejillas, igual que la lluvia por la ventana en la que él perdía la mirada. Mi padre no contestó y yo me levanté de la silla, dispuesta a marcharme. No quería molestar.
-La primera vez que vi a tu madre... - me giré y le miré, esperando que dijese algo más.- la primera vez...- bajó el tono de voz, como si hablase para sí mismo.- pensé que era la mujer más hermosa que había visto nunca.- yo no decía nada, sabía que le estaba costando hablar. Mi padre jamás había hablado de sus sentimientos. Y mucho menos le había visto llorar delante de mí, antes.- ¿Sabes? Ella no se veía así, se veía fea y sin gracia.- pensé en mi madre y me costó imaginarlo, mi madre siempre había sido de esas mujeres que la gente se gira a mirar en la calle. Imaginarla desprotegida ante el espejo era algo que ni se me había pasado por la cabeza.
-Pero si es una de las mujeres más...- no me dejó terminar.
-Lo sé. Pero la gente es mala, Nina. La gente no sabe el daño que puede hacer.- yo me callé y me imaginé a mi madre llorando cada noche porque no le gustaba como era. Inconscientemente una lágrima rodó por mi mejilla. Él seguía mirando por la ventana y me enjugué la lágrima, en un rápido movimiento. - Tu madre era como ese viento suave que se te cuela en el interior de la ropa y te acaricia la piel. Era fuerte como la sensación que te inunda el pecho en un primer beso...- se quedó callado lo que me pareció una eternidad.- He visto como miras a Alba. - se levantó de la silla y me miró fijamente.- He visto como te mira. Sois como una bocanada de aire para la otra, os buscáis con la mirada y sonreís cada vez que vuestros ojos se encuentran. - se metió las manos en los bolsillos y volvió a mirar por la ventana.- Ella dejó de quererme hace tiempo, yo ya sabía lo de Mateo, en algún momento ella me miró como le mira a él. Siento no haberlo evitado, esperaba que se diera cuenta en algún momento de que él no la mira así... Lo siento, Nina, lo siento.- yo asentí mientras la imagen se me nublaba por las lágrimas. Se acercó y me abrazó y yo escondí mi cara en su chaqueta, aspirando el olor característico de mi padre. Siempre olía a menta. 
-Tranquilo- murmuré."



MARTINA
Me paseaba histérica por el salón, Alba no había contestado a mi mensaje.

-¿Quieres calmarte? Quizá no lo haya leído. -Gabi se sentó en el sofá con un tazón de cereales.
-Claro que lo ha leído. Sale en leído.- vi cómo escondía una sonrisilla disimulada.- ¿Y tú de qué te ríes?
-De nada, de nada. Tú cálmate.
-Eso es muy fácil decirlo. - me dejé caer en el sofá.
-¿Por qué no te vistes con otra cosa mientras contesta? Estoy harta de verte con ese albornoz cochambroso.
-Imbécil.- me levanté del sofá.- Es que me siento cómoda.
-Pues siéntete cómoda con otra cosa, anda.- Gabi me sonreía irónica. Los nervios me comían, así que decidí ir a vestirme. Pero no había dado ni un paso cuando sonó el timbre. -Venga, abre.
-¿Quién será? ¿Esperas a alguien?- le pregunté. Abrí la puerta y pretendía girarme rápidamente hacia el cuarto. Pero ver a Alba en la puerta me dejó paralizada. Qué inoportuna era siempre… Me quedé mirándola a los ojos y noté como mi corazón me golpeaba el pecho, como si quisiera avanzar hacia ella. Diría que la abracé, pero prácticamente me lancé hacia sus brazos y escondí la cara en su cuello. Aspirando el olor a crema hidratante, que siempre tenía.
-Hola, pequeña - me susurró. Noté que me derretía por dentro. Necesitaba a Alba en mi vida. Parecía que el mundo nos quería separar cada semana, pero el destino volvía a unirnos continuamente. Estaba hecha para mí. Y yo estaba hecha para ella.
-Oye...- dije bajito para que solo lo pudiera escuchar ella.- No quiero volver a separarme de ti…- Lo decía de forma sincera. Era ella. Alba hacía que mi mundo pudiese girar tranquilamente, quería levantarme cada mañana y que lo primero que viese todos los días, fuese ella. Quería cuidarla y hacer que se sintiese segura. Que cada día tuviese un sitio al que poder llamar hogar. Sentí como se puso tensa tras mis palabras. Nerviosa quizás. Sus manos recorrían mi columna mientras me abrazaba, estaba estudiando todo lo que había cambiado mi cuerpo. Sin palabras, solo con una mirada sincera en sus ojos y un roce de nuestras mejillas, me lo dijo todo. La conocía, sabía que le costaba expresar sus sentimientos por medio de palabras. Se volvió a acercar a mi oído tras un leve beso en mi mejilla.
- Venga, prepáralo todo. Te vienes a vivir unos días conmigo - Se separó y me ofreció un par de maletas que había traído junto con Carmen. Sonreí a Carmen para saludarla.
-¿Qué? - la miraba totalmente sorprendida. ¿Había dicho a vivir? Alba se adentró en el salón y se puso a mirar por la cristalera del balcón. Su respiración se le agitó.
- Que prepares las maletas. Que nos vamos.
-¿A vivir juntas?
- ¿Qué frase no has entendido? No tardes - Me contestó sin tan siquiera mirarme. No entendía porqué me evitaba la mirada.
Carmen se le puso al lado y se pusieron a  hablar en voz baja. Gabi me cogió del brazo y me dirigió a mi habitación con las dos maletas. No conseguía procesar la información.

- ¡Martina! Venga mujer, que tardas más que una tortuga con reuma.- dijo Gabi.
-¿No crees que es una locura? ¿Y por qué no me mira? ¿Por qué ahora quiere vivir conmigo? ¿Me ocultará algo? - las preguntas se me amontonaban en la cabeza.
- ¡No empecemos otra vez! Estoy harta de todos los putos días de este último mes. Ha venido a buscarte. Vete con ella. Punto.
-Hay algo raro.- Gabi metía toda mi ropa en las maletas. -No me mira...
- No digas gilipolleces. Estará cansada, como tú. Todo ha sido muy fuerte para vosotras dos.
-No. No es eso. Lo sé…- ¿Qué sería? Dejé a Gabi metiendo mi habitación entera en dos maletas, de una manera que me haría tener que planchar todo más tarde. En el salón, Alba y Carmen hablaban en cuchicheos.

ALBA
- Alba, ¿Qué coño te pasa ahora? Has venido todo el tiempo con unos nervios del carajo y ahora ni la miras.
- Joder. No sabía que estaba tan mal. Ha adelgazado, sus ojeras no dejan ver esos ojazos que tiene. Está pálida. ¿Por qué mierda no me lo habías dicho antes?
- ¿Perdona? ¿Me lo estás diciendo en serio? Llevo semanas intentando que me escuches, capulla. - Levanté la mirada hacia Carmen. Sí, supongo que con rabia, con ganas de estrangular a alguien - Y no me mires con esa cara, sabes que es verdad - me empujó para que no me acercara más a ella para intimidarla.
- Me cago en la puta, Carmen. ¿Pero tú la has visto?
- ¿Te has visto tú?
- No me jodas, ehhh. Yo no importo. Ella no debió llegar a esto.
-Sí que importas…- la voz de Martina, en un susurro, llegó desde nuestra espalda.- A mí sí.- me miraba fijamente a los ojos.
- Déjate de chorradas y vístete - me dirigí hacia ella y cogiéndole del brazo la hice entrar en su habitación.
-No soy un muñeco ni una niña. Por favor, no me trates como si fuera estúpida.
- ¡Eres estúpida! ¿Tú te has visto? ¿Cómo se te ocurre quedarte de esta manera, joder? Eres gilipollas.
-No tienes mejor aspecto que yo, así que cierra la boca.- me miraba seriamente.- Vamos. - cogió el bolso y salió del cuarto mientras Gabi cerraba las maletas, dirigiéndose al baño. La seguí sin decir palabra. Se quitó el albornoz y pude ver como se le marcaban las costillas en el cuerpo. Cerré la puerta del baño e inconscientemente la abracé. La abracé como si no hubiera nada más en el mundo. Cómo la eché de menos, como la echaba de menos. Quería abrazarla, mimarla, cuidarla. Me dolía en el alma ver en lo que se había convertido. Quería a esa Martina alegre, a esa tocapelotas, a la que me sacaba siempre de mis casillas. Aquella que me hacía vibrar solo con esa mirada. Esa mirada… - Ahora no llores ¿eh? - sonrió y se apartó cuidadosamente. Cogiendo un vestido azul oscuro que estaba colgado detrás de la puerta. Y dejó que se deslizara por sus brazos.
- ¡Qué coño voy a llorar! Eres imbécil. Pero estás preciosa - sí, Martina estaba dentro de ese cuerpo que casi no reconocía. Me acerqué y la besé tiernamente en los labios. Ella me rodeó con los brazos por el cuello, pegándose a mí. Es cierto que las mariposillas existen. Doy fe de ello porque no paraban de revolotear en mi estómago. Se separó ligeramente de mí, pero no dejó de abrazarme.
-Tú también estás preciosa. - sonrió.- ¿Has comido?
- No tengo hambre. Pero ¿dónde quieres ir tú a comer?
-Vamos a comer las dos. Aún me debes una lasaña. - Salió del baño y sonreí al recordar la primera vez que hicimos un intento de comer juntas, acabando en el suelo llenas de lasaña.

Carmen se quedó en casa con Gabi. Ya las vi acurrucaditas en el sofá sobándose por todos los lados. Nosotras colocamos las maletas en el maletero de mi coche y me dispuse a conducir hacia la pizzería que había no muy lejos de mi casa.
Todo el camino lo pasamos casi en silencio. Yo, atenta a la carretera, miraba cada dos por tres de reojo a Martina. Debería estar contenta, estaba a su lado, venía a vivir conmigo, pero no era así como siempre me lo había imaginado. Carraspeé, quería decir cualquier cosa, matar ese silencio tan incómodo, pero no lograba articular palabra. Esta niña producía cortocircutos en mi cuerpo.

-¿Estás bien?- fue ella la que cortó el silencio.
- Sí, genial. Voy a vivir con una niñata que me saca de quicio siempre que hablamos - sonreí queriéndole contagiársela - Gabi estaba loca por sacarte de la casa.- me sacó la lengua y sonrió.
-Soy yo la que va a tener que soportarte.
- ¿Perdona? Eres un grano en el culo, y lo sabes. Y te hospedo porque me da pena de Carmen, porque como no folle con Gabi ya, explotará por combustión espontánea.
-Se están enamorando…- dijo pensativa mirando por la ventanilla.
- Esas cosas solo pasan en las películas moñas. Carmen es… Carmen.

Aparqué justo enfrente de la puerta de entrada de la pizzería. Salí sin mediar palabra y esperé a que Martina saliera con esa parsimonia que le caracterizaba.

- Si eres tan lenta en todo, menuda putada. ¡Venga, sal del coche ya!
-Tendrás que descubrirlo.- dijo saliendo del coche. - Por cierto, estás demasiado delgada…
- ¡No empieces tú también! Con mi familia y Carmen tengo más que suficiente.
-¿Tu familia?
- Ya te lo dije, Martina. Mi madre, mis hermanas… se fueron a vivir de nuevo a su casa. Las veo cada semana.
-Vaya… eso es muy… bueno. Me apetecería ver a Lu de nuevo. ¿Cómo están?
- A ver… niña. ¿Tú me escuchabas cuando te llamaba al móvil? Porque parece que pasabas de mi culo. Te lo dije y te lo digo ahora, sí, están todas bien, y viven sin miedo… y yo también. Anda, pide lo que quieras comer.
-La verdad es que tengo muchas lagunas de las conversaciones por teléfono… podríamos hablarlas un día.- hizo una pausa mirando la carta. Vi como una pequeña mueca de asco, dibujaba su cara por unos segundos.- tomate.
- ¿Tomate? ¡No me toques el coño, Martina! - Llamé al camarero - Por favor, una lasaña para ella. Dos Coca Cola...
-No.- Miró al camarero.- Una ensalada de tomate aliñado, por favor. ¿Tú qué quieres?
- Ni puto caso - le dije al camarero que se quedó a medio escribir la comanda - Las Coca-Colas, lasaña y unas aceitunas.
-He dicho que no, Alba. No empecemos.- el camarero nos miraba confundido.
-¿Entonces?... - No sabía que apuntar en la libreta que llevaba en la mano.
- Tú querías comer, y vas a comer. No me calientes, ehhh.
-Voy a comer el tomate. Punto. No eres mi madre y tengo la capacidad para elegir por mí misma.
- ¡Haz lo que te salga del coño! Yo te espero en el coche - me levanté, me disculpé con el camarero y salí de allí. No soportaba esa situación. Esperaba que me siguiera, siempre lo hacía. Pero esa vez no me siguió. Decidí esperarla en el coche, pero ella no salía de aquel maldito sitio. Habían pasado diez minutos. Si las horas de las comidas iban a ser siempre así, creo que no lo soportaría. Suspiré y me puse a liarme un porro. “Maldita niña. Quién me mandaría a mí enamor… Joder”

MARTINA
La taza humeante de café, rebosaba delante de mis narices. Me la acerqué a los labios y noté como me quemaba la garganta. Aquello no funcionaría. Alba y yo éramos totalmente diferentes. Y ella se empeñaba en parecer una madre. Y yo ni quería ni necesitaba eso de ella. Una cosa era preocuparse. Otra era decidir por mí. De eso había huido precisamente…
Enseguida el cuerpo empezó a temblarme y noté que la respiración se me aceleraba. Todo aquello había sido mi culpa. Por mis ganas de decidir, de… ¿libertad? Ya ni siquiera sabía lo que era aquello sin llorar. Me sentía atrapada por mi propia mente. Más tarde le pediría las maletas a Alba. Debería irme, cambiar de aires. Dejar toda aquella vida que me asfixiaba. Necesitaba uno de los planes de… de Cati. Su pelo rosa me perseguía en sueños, igual que la imagen del padre de Alba, desangrándose en el suelo, Alba inconsciente en una esquina… toda aquella noche…

-Señorita, ¿está bien?- percibí que me había puesto a temblar y me había derramado el café sobre el vestido. Quizá me trataban como una niña porque últimamente no era capaz de hacer nada sola.
-Sí, disculpe. ¿Me puede traer otro café?
-Claro.

Me eché hacia atrás en el sofá, eso haría. Cambiar de aires. Suspiré y las lágrimas cayeron por mis ojos. El móvil vibró en mi bolsillo.

     Mateo: “¿Quieres quedar?”
     Martina: “Sí”

En algún momento debía contar a Gabi que me volvía a ver con Mateo. Cerré los ojos y respiré profundamente. Necesitaba café.

- Venga, pequeña. Deja el móvil ya, y vamos a casa. - Vi a esa otra Alba, la que me hacía tranquilizarme y poder ser yo, la que estaba atenta a mí sin agobiarme.
-He pedido un café, ¿te apetece un cola-cao?
- No me entra nada - se sentó a mi lado. Asentí - Pero te espero a que termines. ¿Con quién te mensajeas? ¿Tu novia? ¿Tu amiga con derecho a roce? ¿Tu…?
-Un conocido…- me limité a decir, evitando mirarla mucho a los ojos. No quería que volviese a cabrearse. Aunque no me gustaba tener que medir lo que hacía y explicarlo todo por evitar enfados con ella.
- Vale, entiendo - me conocía demasiado bien - Espero que sepas lo que haces.
-Sí. - me miré las manos.- Voy a irme.- No la miré, no sé si quería ver su expresión.
- Te vienes conmigo, a casa. - Estuve a punto de volverle a contestar que no quería que nadie me mandase, pero el camarero dejó el café en la mesa y rápidamente lo cogí y bebí de aquella bebida que era capaz de solucionármelo todo. No me levanté de la mesa. Sentí su mano buscando la mía debajo de la mesa, entrelazó sus dedos a los míos. - No te estoy mandando nada, solo quiero que te vengas conmigo. Seguro que saldremos de esta juntas. Tendré que aguantarte - sonrió - y me tendrás que aguantar. Pero saldremos, te lo aseguro.
-Habría que poner ciertas… ¿reglas?
- No me toques mucho las pelotas - observó como yo la fulminaba con la mirada. Suspiró - Habla.
-Primero, cada una decide lo que quiere. Somos adultas que elegimos nuestras decisiones y la otra debe respetarlas, aunque no las entienda. ¿De acuerdo?- la miré a los ojos, sus preciosos ojos marrones… me encantaba el brillo que tenían siempre.
- Nunca te he prohibido nada. Esa regla, sobra. Anda, sigue.
-No me refiero a prohibir, sino a los numeritos. A tratarme como una niña. A elegir o decidir por mí...
- Eres una niñata, ¿cómo quieres que te trate? Sino como una niñatilla que me trae por la calle de la amargura - echó la cabeza hacia atrás y se estiró poniendo las manos en la nuca. Creo que estaba intentando controlarse.
-¿Aceptas o no?
- Joder, que coñazo eres. Sí, sí acepto. ¿Nos podemos ir ya? Quiero tumbarme en mi estupendo sofá.
-No. No nos pondremos límites, es mi segunda regla.
- ¿Qué coño significa eso?
-Que dejaremos que la otra vuele… es parecida a la primera. ¿Qué opinas? - Sabía que la estaba irritando. Esos suspiros profundos… La conocía demasiado bien, pero también sabía por dónde entrarle. Quiso replicarme, me miró y la sonreí tiernamente.
- De acuerdo, niñata. ¡No creas que siempre te saldrás con la tuya! ¿Te enteras? - Me apuntó con el dedo - Bébete ya el puto café de las narices. ¡No sé cómo coño te puede gustar eso! - sonreí.
-Queda una última cosa. Si alguna de las dos reglas anteriores se rompe, volveré a mi piso.- sabía que no le gustaría. Bebí de mi café rápidamente.
- ¿Vas a tocarme mucho las narices? Pregunto - me levanté.
-No mucho…- le sonreí y fui hacia la salida.
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Buzzys
Arwenundomiel

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