Relato: Los relatos de Griselda (Primer relato)

miércoles, 2 de diciembre de 2015
Hola, me llamo Griselda y vivo en Huelva, en un humilde hostal que se encuentra en la avenida de Andalucía. A diferencia de los demás, no pago un céntimo, y todo gracias a Pepe, el viejo y solterón dueño de hostal, con el que he hecho un pacto.
No, no malpenséis, que yo tengo que hacerle trabajitos, sí, pero consisten en limpiar el local de insectos voladores, en concreto mosquitos y moscas. Son mi debilidad.
He de reconocer que no vivo nada mal y, además, no existe semana alguna en la que no ocurra algo extraordinario. Sin ir más lejos, el fin de semana pasado, Pepe se enfureció muchísimo con dos chicas. Os cuento con detalle.

Estaba yo entretenida con una mosca, cuando sonó la campanita de la puerta, como siempre, y entraron estas chicas. Una tenía el pelo muy largo y armaba mucho jaleo al caminar, porque calzaba unos tacones tan altos, que no sé cómo no se hostió contra el suelo. Bueno, qué voy a saber yo, que nunca me he puesto tacones. Pues eso, lo que iba diciendo, que tenía un melenón increíble, tacones y una camiseta muy colorida a rayas, y cada raya era de un color diferente. La chica que la acompañaba, sujeta de la mano, llevaba la cabeza rapada y una sudadera que le llegaba a las rodillas.
Hasta ahí todo estuvo tranquilito, pero luego se complicó cuando llegaron al mostrador de recepción.

- Hola, ¿queda alguna habitación libre?- preguntó la escandalosa.
- Sí, señoritas, la habitación siete -. Contestó Pepe.
- Ah, bien. ¿Podríamos verla antes de decidir algo?
- Por supuesto.- Cogió la llave correspondiente.- Síganme.

En ese momento la mosca se escapó, aunque no me importó, porque estaba intrigada. Y los seguí, sin que se percataran de mi presencia. Nunca me ven. Total, que cuando Pepe abrió la habitación, las chicas se disgustaron y la escandalosa exclamó:

- ¡Oh, vaya! ¿No queda ninguna habitación con cama de matrimonio?

Juro que jamás vi a Pepe comportarse de esa forma. Comenzó a gritar como un endemoniado, insultando a las pobres chicas: ¡Pervertidas! ¡Qué asco de tortilleras! ¡En mi local no acepto a gente de vuestra estirpe! ¡Fuera de aquí!
Las chicas se asustaron y quedaron petrificadas ante el asombro. La rapada, viendo a su compañera llorar, se envaró y llamó a Pepe humo… homo… ¿cómo era? Homofobio. No sé. Bueno, algo así. Nunca oí esa palabra.
Así que dieron media vuelta y se marcharon, mientras la chica escandalosa, con voz pesarosa, hablaba con la rapada:

- Lo siento, yo sólo quería ayudarte y lo he estropeado todo. Ahora no te podrás reconciliar con tu novio por mi culpa.
- Tranquila, no tienes la culpa. Aún queda tiempo para buscar otro hostal. Ese asqueroso ha herido tu dignidad. No sé cómo todavía existe gente así en pleno siglo XXI.

Tengo que confesar que todo fue muy raro. Hacer tortillas es un trabajo tan digno como otro cualquiera, o eso creo. Espero que Pepe no haga eso de nuevo, porque sino se quedará sin clientes. En fin, qué voy a saber yo, si soy una araña. Es normal que no termine de entender a los humanos. De todas formas, sé que Pepe obró mal.

Bueno, pues os dejo, que me apetece jugar un poco y he visto un mosquito de largas patas. ¡Hasta pronto!

Escrito por Verónica Domínguez

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