Relato: "Dudas, mentiras y tópicos: Carol y Vero" (Capítulo 3)

martes, 26 de enero de 2016
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Para variar Carolina llegaba tarde. Casi una hora más tarde de la hora estipulada. Estaba especialmente de mal humor. Se había tropezado nada más salir del metro y se había roto las medias. Hacía mucho tiempo que no se ponía falda, pero al abrir el armario después de ducharse se había sentido especialmente optimista al verla colgada al lado de los vaqueros que pensaba ponerse. Así que se enfundó su falda negra ajustada y se puso un jersey rojo encima. La verdad es que se sentía más sexi de lo normal. Se había pintado los labios del mismo color que su suéter y llevaba el pelo liso e hidratado. Algo que la hacía sentirse confiada y deseable. Por lo menos esa era la sensación que había tenido hasta que se tropezó y se destrozó las medias.

Nada más llegar al bar, Carolina vio a sus amigas: Ana, Susana y su novia Elisa, al fondo del local. Estaban sentadas en una mesa redonda y alta, tomándose unas cervezas.

Por más que viera a Susana y Elisa juntas, Carolina, nunca dejaba de sorprenderse. Llevaban saliendo más de dos años y con el paso del tiempo cada vez se parecían más. Habían conseguido mimetizarse tanto que estaban rozando la simbiosis. Se habían convertido sin quererlo en unas auténticas “bolleras siamesas”. Ambas llevan el mismo: estilo de corte de pelo, modelo de gafas y tipo de ropa.

Con frecuencia, Carolina se pregunta al verlas como pueden ser las únicas personas del planeta en no darse cuenta de lo mucho que se parecen. Para Carol son prácticamente idénticas. Esta información le provoca auténtica consternación, porque cada vez que las ve, siente que una de ellas ha tenido que renunciar a su identidad individual para acercarse a la otra. Tal vez por eso siempre acabe hablando del tema con Ana. La sola idea de que alguien anule todo lo que es para estar con otra persona, le parece tan devastadora que su cabeza se llena instantáneamente de ruido “¿Acaso el amor no puede ser auténtico, o es que siempre hay que renunciar a algo?”

Cuando Carolina empieza a hacerse este tipo de preguntas en su cabeza, no sabe parar. El bucle es parte de ella. Es plenamente consciente de este hecho. Ana también lo sabe, pero le divierte demasiado ver a su amiga así, por lo que suele dejar que Carolina se explaye durante horas. Todo por escucharla contenta, sin su habitual mal humor, divagando sobre cosas efímeras. Ana adora esa parte de Carolina, que se acalora sobre cualquier hecho insignificante, porque en esos momentos es capaz de dejarse llevar y ser completamente ella. Por eso la escucha quejarse y se muere de risa con sus múltiples excentricidades.

- Lo siento, he tenido un problema en el metro y se me ha hecho muy tarde – dice Carolina quitándose el abrigo mientras besa a sus amigas.
- Ya pensábamos que no ibas a venir – dice Susana bebiendo de su cerveza.
- Cuando no es una cosa es otra – dice Ana levantándose de la mesa para darle un abrazo a Carolina - ¿Cuál es tu excusa esta vez?
- Seguro que se ha encontrado un elefante rosa en el metro que le ha imposibilitado cogerlo a tiempo – dice Elisa poniendo los ojos en blanco – Siempre estás igual, Carol.
- Esta vez no ha sido culpa mía.

Carolina está a punto de seguir con su estudiada e incierta excusa, cuando percibe un bolso y una chaqueta encima de una silla vacía.

- ¿De quién es ese bolso? – pregunta Carol sentándose justo en frente.
- Mío – contesta Vero con una jarra de cerveza en la mano.

Carolina palidece al ver a Verónica. Se pone tan nerviosa al escuchar su voz que da un respingo sobre su asiento y pierde el equilibrio. La silla se va lo justo hacia atrás, como para tambalear la jarra de cerveza que lleva Verónica en la mano. La bebida se precipita contra el suelo derramando parte de su contenido en la falda de Carolina y la camiseta de Verónica.
- ¿Estás bien? – pregunta, Ana, bajando de su silla con rapidez.
- Sí, estoy perfectamente. Gracias – contesta Carolina secamente.

Elisa se apresura y les pasa unas servilletas a las chicas para que puedan limpiarse.

- ¿Seguro que estás bien? – vuelve a preguntar Ana a su amiga – Parece que hayas visto un ovni.

Carolina levanta los ojos con rapidez y ve a Verónica intentando limpiar su camisa con tres servilletas de papel. Un mechón de pelo le cae sobre la cara mientras mira hacia abajo. El mismo mechón de pelo que se caía sobre la cara de Carolina cada vez que ,Vero, la besaba tumbada encima de ella. Carolina tuvo a Verónica muchas horas así: completamente desnuda y expuesta a su merced.
Casi no consiguen llegar a su casa, aquel día. Se comieron a besos en el ascensor sin mediar palabra. Verónica empezó el juego con decisión y Carolina la siguió siendo completamente consciente, que no tenía ningún control sobre lo que estaba pasando.

Carolina había postergado, lo imposible, el día en el que volviese a acostarse con alguien. Pensaba con terror que iba a ser un lapso demasiado tenso y comprometido para ella, pero con Verónica había sido demasiado fácil. Excesivamente sencillo y fluido, para la consternación de Carolina. Prácticamente se desnudaron al instante de cruzar la puerta de casa de Verónica. Se quitaron la ropa con ansia y se besaron sin tener en cuenta donde estaban y hacia donde iban.

Los besos de Verónica habían sido demasiado excitantes como para que Carolina pudiese pensar en otra cosa que en descubrir mas trozos de piel. Sentirla desnuda había sido incluso más explosivo que ver su cuerpo sin ropa. Todo lo que Verónica hizo le pareció tan sensual que perdió la noción del tiempo de una forma animal. Jamás había follado con alguien así, completamente arrastrada por una fuerza primaria que le hacía pedir cosas que jamás creyó que pudiese atreverse a pedir. Aquella noche Carolina hizo y se dejó hacer como ninguna otra vez en su vida había hecho.

Esa es la razón que aviva, que Carolina se muerda un labio mientras ve a Verónica limpiarse la camiseta. Es plenamente consciente del poder que Verónica provoca en ella. Se subiría la falda ahí mismo y se pondría a cuatro patas si Verónica se lo pidiese. Lo haría sin dudarlo, sin ni si quiera pestañear. Por eso aquella mañana Carolina apuntó el teléfono de Verónica a sabiendas que no la iba a llamar jamás. Carol se prometió a sí misma que aquella noche sería una noche de una sola vez. Verónica tiene demasiado poder de desinhibición sobre ella como para que llegue a ser algo conveniente.

- Estoy completamente empapada – dice Carol cogiendo las servilletas que le pasa Susana.

Mientras levanta la mirada ve como los ojos de Verónica se posan sobre los suyos. El rubor de sus mejillas se enciende al instante con tan solo ese gesto. Carolina oye su corazón en estéreo mientras Verónica la mira. Sus pulsaciones se aceleran tanto que Carolina acaba apretando las servilletas con fuerza, para conseguir controlar sus manos.

- Tengo que ir al baño…esto no hay forma de arreglarlo – dice Carolina dándose la vuelta.

Carolina necesita tiempo para procesar lo que le acaba de ocurrir. Se ha pasado las últimas dos semanas ignorando todas las señales que su cuerpo le ha hecho, para no tener que llamar a Verónica. Ha puesto mucho empeño en evitar volver a sentirse así: nerviosa e insegura. Incapaz de controlar lo que su cuerpo le pide cada vez que esa mujer se cuela en su vida.

Carolina se suele enorgullecer de lo mucho que el control le aporta confianza. Desde hace un año no le ha pasado nada malo porque ha llevado un orden estricto sobre temas esenciales: nada de tocar, nada de besar, nada de reírse mas de la cuenta con alguien potencialmente atractivo. Nada de líos con nadie y nada. Solo cosas sencillas, fáciles y sin complicaciones. Ninguna cosa que le pueda hacer estremecer hasta el punto de tener que volver a sangrar por las múltiples heridas que tiene a lo largo de todo el cuerpo.

Carolina siente que son demasiadas contusiones para una sola persona. Tiene tantas magulladuras y de tantas formas que no se siente capaz de mostrárselas a nadie; porque las dos alternativas que conlleva esa exposición son terroríficas. Por un lado si las muestra y resultan tan excesivas, como Carolina piensa que son, puede ser rechazada brutalmente. El corazón de Carolina se sentiría incapaz de recomponerse después de otro golpe de muerte.

Si por el contrario, al enseñarlas sus lesiones, alguien las lamiese e intentase curarlas, Carolina tendría que empezar a ser consciente de lo mucho que puede volver a perder. Tendría que compartir su dolor con alguien, sintiéndose más humana, débil y pequeña. Nada le aterra más que perder toda esa fuerza que cree tener, mientras la otra persona se gana el derecho de poder aplastarla. Carolina tiene tanto miedo a querer a alguien que hace tiempo que ha dejado de sentir nada.

Carol llega al baño de mal humor, con las mejillas rojas, la falda mojada y la respiración entre cortada. Coge un montón de servilletas de papel que hay en la pared y se frota la falda con brusquedad. Exasperada arroja el papel con furia sobre la papelera. Apoya las manos sobre la pila y cierra los ojos para no tener que mirar su reflejo en el espejo.

- ¿Estás bien? – dice Verónica entrando en el baño.
- Sí, estoy perfectamente. ¿Por qué todas me hacéis la misma pregunta? – pregunta toscamente Carolina
- Tal vez porque parece que vayas a arrancar la pila sobre la que estás apoyada – dice Verónica pasando de largo.

Carolina suelta las manos rápidamente de la pila, abre el grifo y deja correr el agua. Coge un poco de agua con las dos manos y se moja la nunca mientras ve, a través del espejo, los movimientos de Verónica por el baño. Verónica se está secando la camiseta rosa de tirantes que lleva puesta. Tiene una mancha enorme a lo largo de toda la prenda.

- Siento haberte mojado – dice Carolina percibiéndose un poco culpable.
- No pasa nada, sobreviviré – dice Verónica mirando a Carolina a través del espejo – Sólo es una camiseta.

Carolina se lava las manos mientras mira a Verónica por el espejo. La camiseta que lleva puesta le marca las clavículas. El recuerdo de sus manos sobre ellas, dibujando su contorno con suavidad con las yemas de sus dedos, consigue que Carolina se ponga incluso más nerviosa de lo que ya está. Sin querer abre el grifo más de la cuenta y se salpica aún más la falda.

- ¡Mierda! – dice Carolina roja como un tomate.

Verónica se acerca a ella con un montón de servilletas en la mano, sin parar de reírse.

- ¿Y tú de que te ríes? – pregunta Carolina, furiosa, cogiendo las servilletas bruscamente.
- De ti – responde Verónica apoyando una de sus manos en la pila –. Como sigas así vas a acabar duchándote en agua fría. Pensaba que esta fase se te había pasado, Carol.
- ¿De qué hablas? – pregunta Carolina irritada.
- Si tantas ganas tenías de verme podías haberme llamado – dice Verónica tranquilamente.

Carolina levanta los ojos y mira a Verónica justo en frente de ella. Tiene el cuerpo muy cerca del suyo. Mientras Carol se siente expuesta, enfadada y frustrada, Vero se muestra sosegada y divertida mirando a Carolina.

- No te he llamado porque he estado muy ocupada – dice Carolina bajando la cabeza.
- Ya – contesta Verónica acercándose a ella.

Carolina da un paso hacia atrás cada vez que Verónica da un paso hacia ella. Va caminado de espaldas, huyendo del contacto de Verónica.

- ¿Qué haces? – pregunta Carolina con un hilo de voz.
- Voy a besarte – contesta Verónica.
- No…- dice Carol negando con la cabeza.
- No era una pregunta, Carol – dice Verónica-. Además, se te está acabando el espacio
.
Carolina choca con la espalda contra la puerta de uno de los baños. Respira entrecortadamente sin fuerzas ni ganas de luchar contra si misma. Espera a Verónica, en un segundo que se le hace eterno, hasta que sus labios consiguen juntarse.

El deseo recorre la espalda de Carolina como un impulso eléctrico. No puede quitarle las manos de encima a Verónica. Sabe tan bien que sólo quiere probarla ferozmente. Sus manos actúan por puro instinto, llevadas por la necesidad de abarcar todo el cuerpo de Verónica, que les sea posible. Carolina necesita febrilmente volver a sentirla de nuevo.

Con un movimiento simple y preciso Verónica abre la puerta del baño en el que están apoyadas y empuja a Carolina dentro. Besa a Carolina con ansía empotrándola contra la pared. Utiliza un pie para cerrar la puerta mientras juega con las manos en el interior de la falda de Carolina.

- Tienes la falda empapada – dice Verónica bajándole la cremallera – Será mejor que te la quites.

Carolina se estremece con ese gesto y mira a Verónica completamente expuesta. Se muerde los labios, mirando a Verónica a los ojos, mientras ésta desliza una mano por dentro de su ropa interior.

- Nunca pensé que unas bragas de elefantes pudieran ser tan jodidamente sexys – dice Verónica espontáneamente, con una sonrisa en la boca.
- ¿Cómo? – pregunta Carol atónita.

Carolina agacha la vista deseando que no sea cierto, pero ahí están. Sus bragas de animales se la han vuelto a jugar. ¿Cómo es posible que sea la segunda vez que le pase?

Contemplar su ropa interior hace que Carolina se ponga roja al instante y se sienta increíblemente incómoda. Con un gesto convincente coge la mano de Verónica, sacándola de su ropa interior.

- ¿Qué ocurre? – le pregunta Verónica preocupada.
- Nada – contesta avergonzada ,Carolina, mirando hacia otro lado.

Verónica gira la cara de Carolina, con suavidad,  hasta que los ojos de Carolina se posan sobre los suyos.

- Me encantan tus bragas de elefantes – dice Verónica de una forma dulce.
- No digas tonterías – responde Carol intentando escaparse del abrazo.
- Carol, son solo bragas – dice Verónica acercándose a la oreja de Carolina –. Te follaría aunque llevarás puesto un faja que te llegara al ombligo. ¿O es que no te has dado cuenta todavía de lo mucho que me gustas?

Carolina se gira hacia Verónica completamente embelesada. Las palabras de Vero se le han colado tan dentro que no puede más que besarla como contestación. Carolina besa a Verónica aflojando el cuerpo y un poco el alma. Se aferra a las manos de Verónica sin importarle que esté jadeando en un baño público. Vive el momento dejándose llevar, volviéndose a sentir, en ese instante, ella misma dentro de su piel.
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Escrito por Fusaa

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