¡¡Ya tenemos ganadores!!

viernes, 14 de julio de 2017
Nuestro primer concurso de relatos ha tenido una gran aceptación, la alta participación lo corrobora. Tanta expectación, nos hace pensar en el auge que está teniendo este tipo de escritos, y eso nos alegra.

Una de las razones por la que convocamos el concurso, era dar más visibilidad a la temática lésbica en la literatura porque, desgraciadamente, se escribe muy poco sobre ello todavía. Nos habéis demostrado, que existen muchos escritores escondidos en España que plasman el lesbianismo con total normalidad en sus historias.

Me gustaría reseñar, que la calidad de los relatos recibidos ha hecho que el trabajo de los miembros del jurado sea aún más difícil.

Y sin más dilación, porque sé que estáis ansiosos, doy a conocer a los tres ganadores del I Concurso de Relatos cortos lésbicos:

1er premio: Cora Recio por su relato "Las cartas de Lola".
2º premio: Kroki por su relato "Entre fronteras".
3er premio: Pedro Delgado por su relato "La mariposa".

¡¡¡Enhorabuena a los tres!!!

La entrega de premios será el sábado, día 22 de julio, en La Casona en Jaraíz de la Vera (Cáceres). Más información aquí.

Les y otras hierbas

Próxima entrega de premios del I Concurso de Relatos Lésbicos

miércoles, 12 de julio de 2017
Nuestro I Concurso de Relatos Lésbicos llega a su fin.

Me alegra informaros que la participación ha superado con creces todas mis expectativas. En estos momentos, todas las que componemos el jurado, estamos terminando de valorar los relatos a concurso. Os puedo asegurar que no es tarea fácil. Nos han llegado muy buenos escritos.

El próximo viernes, día 14, conoceréis a los ganadores. Me pondré en contacto con ellos para informarles, felicitándoles por ello. Por supuesto, habrá un post en el blog dando a conocer los nombres de los ganadores junto con el título de su relato.

La entrega de premios será en La Casa Rural La Casona en Jaraíz de la Vera (Cáceres). Tendremos unos minutos de lectura literaria, ya que invitaremos a los ganadores, tras haberles entregado su premio, a leer su relato.

Estaremos acompañadas de María José D. Lucas, autora del libro "Fresas en almíbar", que posteriormente a la entrega de premios, nos hará la presentación del mismo y firma de ejemplares. Terminaremos con algo de música para poder relajarnos un poco.

Estaremos entre amig@s, con un ambiente agradable, buena gente y disfrutando de una maravillosa zona como es La Vera de Cáceres, la cual recomiendo visitar en vuestros días de estancia porque es preciosa.

Así que... Os espero el sábado, día 22. ¡ESTÁIS TOD@S INVITAD@S!

Les y otras hierbas

Relato: Zafiro

miércoles, 28 de junio de 2017

En mi patio, había un arbolote. Estaba tupido con flores de magnolia azul.
Llegó el Espíritu de los patios con árboles y dijo que las magnolias no son azules, pero el árbol insistió, y año con año se cundió con flores azules, de un azul tan profundo que parecían echas de zafiros.
Fue por eso que papá, al nacer yo, me puso por nombre Zafiro.
La realidad de aquellas flores azules llegó a mí cuando tenía tres o cuatro años, antes miraba mi entorno pero no lo analizaba. Ese día volteé a mirar al árbol saturado de flores y, entre ellas, miré una carita esplendorosa. El ramaje florido dejaba transparentar un faz de niña con seis o siete años de edad. Era mi vecina que asomada por el pretil de su azotea, miraba hacia mi patio. Se veía bonita con su blusa amarilla llena de holanes.
– Hola, Zafiro - me dijo con su menuda voz.
– Hola - contesté el saludo.
– ¿Quieres venir a mi casa? Jugaremos a los rompecabezas. Tengo muchos.
– ¿A los rompecabezas?
– ¿Has armado algún rompecabezas?
– No, ninguno. ¿Qué es eso de rompecabezas?

Salió mi mamá al patio y, quitándome la palabra, comenzó a hablar con la vecinita.

– Zafiro aún no arma rompecabezas. Ella sólo tiene resaques.
– Cuando era yo chiquita, también armaba resaques y ahora armo rompecabezas de trescientas piezas.
– ¡Felicidades!
– Quiero que venga Zafiro a jugar conmigo.
– Huuummm… Mejor ven tú. Iré a tocar tu puerta y le diré a tu mamá que te deje venir. Te ofrezco otro tipo de juguetes para armar y una buena limonada. ¿Quieres venir, Yolanda?

Toda esa tarde jugamos con el Tinker Toy de mi hermano. Armamos un gran molino, y tomamos galletitas de cereza con nieve de cereza también, que mi mamá preparó. Al rato, vino la mamá de Yolanda y se pusieron a platicar en la sala mientras, mi amiga y yo, jugábamos a las escondidillas en mi recámara.
Oímos que nos gritaban y fue entonces que estiré la mano para despedirme de Yolanda. Ella me jaló, me llevó junto a ella, me miró a los ojos y sentí algo raro, hermoso y travieso; eso que, ahora sé que se llama emoción.
Yolanda se fue. Se alejaron para vivir a otra ciudad pero todos los años, cuando las magnolias aparecían, yo iba al patio y miraba hacia arriba. Sabía que algún día vería la cara de Yolanda entre las flores. Fue por ese sentimiento, que una tarde el Espíritu llegó. Se puso ahí mismo donde la cara debería aparecer y no dijo nada, pero agitó un pañuelo amarillo tan elegante, como la blusa que Yolanda lucía esa tarde de nuestro primer juego. El Espíritu dejó caer el pañuelo que llegó, acariciado por el aire, hasta mis manos. Lo tengo guardado en el baulito de mis recuerdos.
A veces, me disfrazo de “Yolanda”. Me coloco una falda amarilla y una blusa llena de holanes que el viento agita como en un vuelo, y es así como me gusta que me miren las damitas que, a propósito, miro en el parque o en la cola del cine o en cualquier restaurante. Me gusta mirarme ante el espejo y saber que soy como Yolanda, la mujer más grata que he conocido y que busco, casi con desesperación, en la efigie de otra mujer.
Preparé un gran ramo de magnolias. Lo arreglé con listones y papel encerado. Le tejí un moño amarillo y percibí su grato aroma.
Me puse un vestido amarillo y los tacones más altos. Me maquillé tratando de parecerme a Yolanda… haciendo que los ojos se vieran grandes… pintando la boca con colores deslumbrantes y las mejillas resaltadas para que mi faz tenga la forma de un corazón. Revisé mis piernas, largas, ágiles, deslumbrantes, como corresponden a una gimnasta de veintidós abriles. Vi en el espejo mi silueta acinturada y mi prominente busto traslucido, porque la blusa es de gasa. Miré mi cadera, dura, que luce la falta entallada y convencida de que soy bella, salí de casa.
Ahí está. Ella no se llama Yolanda pero, cuando quiero saludarla o despedirme, me jala, me lleva hacia ella para mirarme de cerca y yo, me quedo muy descontrolada.
Me acerco a ella mirándola. Nos estamos abrazando mientras miro claramente cómo, el Espíritu de los patios arbolados sale del ramo de magnolias y me dice al oído “Tienes que besarla”.
MORALEJA: La expresión más bella del sentimiento, es el beso.
Escrito por Hina Finck

Relato: ¿Suficiente?

jueves, 15 de junio de 2017

Dos tonos tardaron en descolgar. Al principio, fue reacia. Terminó aceptando. El dinero siempre es un buen aliciente para que la gente haga lo que quieres.
Tres horas después, llegué a mi destino. Tuve que parar en un bar a tomarme una tila. Pensé que tendría más sangre fría, pero los nervios me estaban carcomiendo las entrañas.
Un pequeño cartel en el telefonillo anunciaba que se trataba de una empresa de telecomunicaciones. Tenía su gracia. Llamé una única vez. Esperé. Ni una pregunta, ni una palabra, tan solo el pitido que me daba acceso al portal. Abrí la puerta del ascensor. Tres pisos me separaban de mi destino. Tuve que inspirar profundamente y apoyarme en el espejo, que me devolvió un esperpéntico reflejo de mí misma. Recobré la compostura, y con el gesto más serio que tenía, salí del elevador.
Un pequeño pasillo, y ese cartel otra vez, Bodasama Telecomunicaciones. Golpeé la puerta con los nudillos. Podía escuchar voces lejanas en su interior. La puerta se abrió. Una mujer bajita, de grandes pechos y amplia sonrisa, me recibió, invitándome a entrar con un sencillo “bienvenida”.
Pasé a un salón con sillones y sofás de cuero. Opté por sentarme en el otro extremo, quería ver quién entraba y salía de la estancia, quién pasaba por delante. No podía perder detalle alguno o mi plan se desmoronaría.
La pequeña mujer se sentó cerca de mí. No sé si me miraba con desconfianza o intrigada.

— Ya está casi todo listo.
— Perfecto —respondí mientras luchaba para que mi voz no temblase como las manos que entrelazaba en mi regazo.
— Reconozco que su petición ha sido un tanto peculiar. No he accedido nunca a ello, y aún no sé por qué contigo sí. Es un servicio que no hacemos. ¿Cómo lo has sabido?
— Soy tan persuasiva como el dineral que le voy a pagar por esto. Y haga el favor de tratarme de usted —la severidad de mi voz me sorprendió a mí más que a ella—. Voy a pagar por ello. No quiero preguntas, tan solo lo que he pedido.

Desapareció a la velocidad de la luz. Es curioso cómo la gente se acobarda, incluso las personas más dominantes, cuando se enfrentan a alguien que no cede. Y yo no cedo nunca.
Minutos después, me invitó a acompañarla, asegurándome que todo estaba listo y a mi gusto. Esperaba que así fuera, todo dependía de ello. Me señaló la puerta del fondo. Titubeé unos segundos, y recé para que no se diera cuenta. Levanté la cabeza, apreté los puños y caminé como si lo hiciera sobre las aguas. Frente a la puerta, cerré los ojos un instante. El punto de inflexión estaba a unos pasos de mí. Una vez me aventurara, ya no habría marcha atrás. ¿Estaba realmente dispuesta a que mi visión de la vida se desvirtuara de semejante manera? “Has llegado hasta aquí. Has movido cielo y tierra. Continúa”.
Giré el pomo con suavidad, saboreando esos últimos momentos de inocencia. La luz del interior de la estancia me cegó. Yo lo había pedido así.
Pocos muebles vestían la habitación. Una silla de madera, una pequeña mesa redonda con algunas de mis peticiones y una cama.
Sobre el colchón, tendida, esperándome, se encontraba una mujer. Parecía tan frágil desnuda, con aquel antifaz, con aquellas esposas en pies y manos… “¿Todo bien?”, preguntó la mujer de turgentes pechos. Me limité a cerrar la puerta tras de mí.
La chica, tenía la cabeza girada, como si pudiera verme. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Debía hacer lo que había ido a hacer. Extendí la mano, cogí la fusta y la sujeté con fuerza. Me acerqué a la cama. Ella parecía nerviosa. Acaricié su vientre con las tiras de cuero. Se contrajo. Bajé hasta su pubis. Se estremeció. Aquello le gustaba, y ese no era el plan. Le aticé en el muslo izquierdo. Gimió. No era suficiente. Pasé al derecho, con más fuerza. El zumbido de la fusta rompiendo el aire, dejó paso a un alarido. Eso estaba mejor. Ella intentaba ponerse en una posición de seguridad, pero lo único que podía hacer, era intentar juntar las rodillas.

— ¿Te gusta? —pregunté con el tono más sádico de mi repertorio, obteniendo un sencillo “sí”—. Voy a comprobarlo…

Agarré sus muslos, los separé. Ella comenzó resistiéndose, luego cedió. El envés de mi mano rozó sus labios…

— ¿Voy a tener que usar lubricante? ¡Esto no es lo que me prometieron!
— Solo dame tiempo, por favor —suplicó.

Su cara estaba descompuesta. Yo no sabía qué pensar, ¿de verdad disfrutaba conmigo?
Volvió a gritar cuando le coloqué la primera pinza en su pezón izquierdo. Tiré levemente de la cadena. Su boca se retorció. Creí ver que se mordía el labio. Quizá era eso lo que yo quería que pasara.

— Responde a una pregunta con la verdad, y te dejaré elegir el próximo juego. ¿Esta es la primera vez que practicas BDSM?
— Sí. Pero…, pero me gusta. Me encanta lo que me haces. ¿Puedes penetrarme primero con la bala? —preguntó a modo de súplica.

Miré a la pequeña mesa. Allí estaba, una bala negra y pequeña junto a un dildo de proporciones desmesuradas. Tomé ambos.

— ¿Estás segura de que prefieres algo tan pequeño como esto y no que entre con fuerza con esto? —acaricié con suma suavidad su vientre y su pecho con el dildo.
— Prefiero ir poco a poco.
— No me importa lo que tú prefieras.

Cogí el bote de lubricante, le abrí la mano y lo esparcí por ella. Hice que lubricara aquel obús morado. Cuando fue consciente del tamaño, volvió a intentar cerrar sus piernas. Esa vez no fui tan delicada, y se las separé con violencia. Comencé a bajar con él, desde su boca, lentamente, hasta su pubis. Ella se arqueaba, ¿acaso eso no era un gesto de placer?

— Me prometiste elegir…
— Elegir juego, no juguete. Has elegido que te penetre, y un “pseudotampón” no es suficiente. Al menos no lo es cuando te gusta tanto el dolor...

Iba a hacerlo, iba a meterlo en su vagina con todas mis fuerzas, hasta que solo pudiera sostenerlo con las puntas de mis dedos. Pero vi que, no solo estaba completamente seca, también temblaba.

— ¿Tienes miedo?
— No.
— ¡¿Por qué me mientes?! Estás aquí porque quieres. Tú has decidido estarlo. ¿Ahora vas a intentar que yo sienta que te fuerzo?

Estaba tan irritada… Pero, justo antes de embestirla con toda la rabia que llevaba dentro, volví a mirar su cara. Era preciosa, incluso con aquellas lágrimas que desbordaban el antifaz, no había perdido ni un ápice de belleza.

— ¡Dime la puta verdad! ¿Es esto lo que quieres?
— No… Yo solo… Mi novia… Mi jefa…
— ¡Tu dueña!
— Sí, ella… Ella me prometió que no dolería. Pero duele. Por favor, no le digas que no pude seguir. Te devolveré el dinero en cuanto pueda, te lo prometo. Pero no le digas nada.

Rompió a llorar como una niña pequeña. Me rompió el alma verla así. El dildo cayó al suelo. Ella se encogió del susto. La hubiera abrazado, pero no podía. Le quité las pinzas y me senté en la cama, pegada a ella, a la altura de su pecho. Acaricié su boca con mis dedos. Sus labios eran tan suaves como las primeras hierbas que brotan en primavera. Deslicé el antifaz hacia arriba, hasta que ni su frente pudo sostenerlo. Abrió los ojos, y comenzó a parpadear. Sus pestañas aleteaban como un colibrí. Fue haciéndose a la luz de la habitación. Se sintió aliviada, al menos hasta que fue consciente de que aún seguía esposada a la cama. Pataleó. Luego, me buscó con la mirada. Al encontrarme, volvió a llorar.

— ¡Desátame!
— Aún no.
— ¿Por qué haces esto?
— ¿Quieres que siga? ¿Quieres que te folle? ¿Qué es lo que de verdad quieres?
— Fóllame.
— No voy a hacerlo. He sido buena contigo. Podría haber sido cualquiera quien hubiera pagado tu precio, ¿crees que ellos habrían aceptado no violarte?

Me miró contrariada. Le tomó unos segundos darse cuenta de que aquello sí era una violación, de que yo podía haber hecho y deshecho, pues se suponía que estaba de acuerdo. Quizá me alivió ver en sus ojos que eso no era lo que deseaba.

— Iris, fóllame, tócame, hazme tuya.
— No.
— ¿Tanto asco te doy?
— ¿Asco? Me das pena, Marta. No sé qué cojones haces aquí. ¿Y si hubiera sido un sádico? ¿Estás gilipollas?
— Pero has sido tú. Y me has pegado…
— ¿Te he pegado? ¿Crees que eso es pegar? ¿Crees que lo hice con todas mis fuerzas?
— Pero lo has hecho. ¿Por qué? —su mirada contenía una mezcla de alivio y rabia.
— Debía saber si esta era tu decisión. Y si lo era…, si lo es…, respetarla.
— ¿Has venido hasta aquí para saber si quiero prostituirme?
— He venido hasta aquí para ver si era verdad que la estabas cagando tantísimo.
— Me echaron de casa cuando se enteraron de lo nuestro. ¡De lo nuestro!, tiene gracia, ¿verdad? Ya no había un nuestro. Tú te habías ido, me habías dejado sola. ¿Qué querías que hiciera? Ana me salvó de vivir en la calle. Me dio un techo, comida, un trabajo. Le ayudo con las chicas, recibo a los clientes, llevo las cuentas… Solo tenía que acostarme con ella. Solo eso.
— ¿Solo eso? ¿Te parece poco? ¿Cómo se le llama a “solo eso? ¿Prostitución? ¿Esclavitud? Dime, ¿cómo cojones se le llama?
— Sobrevivir. Me vi sin un puto duro, en la calle, sin nadie. ¿Qué querías que hiciera?
— Llamarme.
— No querías saber de mí. Ya nadie quiere saber de mí.
— ¡Y una mierda! Ve con este cuento a una que no te conozca. Creíste que esto era lo más fácil. Que tirarse a alguien que no quieres, es lo más sencillo del mundo. Que no te sentirías sucia. Y luego…, luego pensaste que no era tan malo, total, solo te la tirabas a ella. ¿Qué pasó cuando te dijo que te tenías que acostar con otra? ¿Te gustó? ¿Te dará todo lo que he pagado o vais a medias? No, claro que no, se lo quedará ella en concepto de gastos. Porque que te la folles no paga las facturas. ¿Cuánto se supone que le debes? ¿Te ha hecho ya las cuentas?
— ¡Para!

Por un segundo se hizo el silencio. No me callé porque me lo hubiera ordenado, más bien porque necesitaba asimilar la nueva información. ¿Cómo es posible que unos padres te dejen tirada por ser lesbiana, por amar? Sus padres, esos que tanto han presumido de sus modélicos hijos…, ¿acaso ella dejó de ser perfecta a sus ojos el día que les dijo que estaba enamorada de una mujer? ¿Afirmar que eres lesbiana te cambia el carácter? ¿”Soy lesbiana” es el abracadabra del siglo XXI? A ellos sí que sentí ganas de herirlos, de hacerles tanto daño como me fuera posible, de lograr que se dieran cuenta de que habían perdido a una hija, a una parte de ellos mismos. ¡Incultos y estúpidos padres pluscuamperfectos!

— Vente conmigo.
— ¿Y tu novia?
— No creo que le moleste que te saque de aquí.
— No va a dejar que me vaya.
— ¿Crees que me asusta esa tía? Tú te vienes conmigo, y que se atreva a impedirlo. Marta, tú no eres una posesión —alegué mientras le quitaba las esposas—, no puede retenerte. Y si tengo que llamar a la policía, la llamo.
— Nada de policía.
— ¡Vámonos!
— No.
— ¿Por qué? Te estoy dando una salida…
— Este camino lo elegí yo. Tú no eres responsable de mí. Solo vete.
— Te va a hacer daño. Y no hablo de que te deje por otra, sino de maltrato. Venga, Marta, no seas idiota, vente conmigo. Te puedes quedar el tiempo que quieras. Solo tienes que vestirte y salir por esa puerta.
— No lo has entendido. Aquí es el único sitio en el que valgo algo.

Tras aquella frase sin sentido alguno, se puso a gritar como una loca. Su captora pasó a ser su salvadora, y yo terminé con las costillas moradas, tirada en la calle.
Me pregunté mil veces si hice lo suficiente, si me estaba equivocando. Lo hice durante dos años. Era la hora de la cena. Julia y yo charlábamos sobre nuestro día, nos reíamos… La tele estaba encendida, era la hora de las noticias. No prestábamos mucha atención, pero el murmullo del presentador, empezó a retumbarme en los oídos, como si algo quisiera que alzara la vista del plato. La primera imagen, un río en el norte de España, unos policías enfundados en blanco, unos buzos, un cuerpo. Volvieron a plató, con la imagen de una chica de fondo. Me costó más de un segundo reconocerla, no era capaz de ubicarla en ese contexto. “Amordazada”, “cráneo roto”, “estrangulada”, “violada”. Aquellas palabras se metieron en mi cerebro. Solté el tenedor, miré a Julia, y solo pude decir: no, no hice lo suficiente.


Escrito por Sara Remendada

I Concurso de Relatos Cortos Lésbicos

domingo, 14 de mayo de 2017
¡Chicas, habemus concurso!, ¿te lo vas a perder?

Sabéis que en Les y otras hierbas nos apasiona tanto escribir como leer. Por eso, pensamos que sería buena idea organizar nuestro I Concurso de Relatos Cortos Lésbicos. De esta manera, nos gustaría animaros a escribir, a que nos mostréis todo vuestro arte literario.

No importa si no te has sentado frente a una hoja en blanco, o si escribes un diario, nos da igual si es tu primera vez. ¿Te vas a perder la oportunidad de ser alguien distinto durante tres páginas? Crea, imagina, vive y mándanos tu relato. Nos encantará compartir contigo esta experiencia. Disfrutemos del momento de soledad rodeados de viajes, sueños, intrigas, emociones. En tu mano está. Despliega tus alas y ¡déjate volar!

Desde el día 15 de mayo hasta el 7 de julio de 2017, estará abierto el plazo de recepción de los relatos. Queremos visibilizar la literatura lésbica y, convocar este concurso, nos pareció una buena forma de hacerlo.

Este evento lo culminaremos en La Casona, situada en Jaraíz de la Vera (Cáceres), con la entrega de premios a los ganadores. Nos acompañará María José Díez para presentarnos su libro Fresas en almíbar y terminaremos con algo de música, que hay que liberar tensiones.


¡Nos lo vamos a pasar en grande!

BASES DEL CONCURSO


Organiza:
Les y otras hierbas

Colabora:
Bendita Kanalla
El Andamio de Enfrente
La Casona
FELGTB

Colaboraciones especiales:
Marta Català Vila  (libros aquí)
María José Díez Lucas (libros aquí)
Clara Asunción García (libros aquí)
Marta Garzás (libros aquí)
Erika Hav (libros aquí)
Mari Ropero (libros aquí)

Relato: "Un café y un polvo" Parte 16 (Capítulo 49)

jueves, 27 de abril de 2017
Ir a:     Inicio          Capítulo 48       "Un café y un polvo"

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PARTE 16. CUANDO EL RÍO SUENA, AGUA LLEVA.


CAPÍTULO 48. RECOGIENDO TEMPESTADES.

MARTINA
Intentaba tener vida normal.

Estuve semanas como una zombie. No comía, no dormía, no salía de mi habitación. Las chicas llegaron a preocuparse de tal manera que vino un médico a reconocerme en mi propio domicilio. Gabi fue como la madre que nunca tuve, siempre atenta a mí. Me preparaba la comida, me daba los medicamentos, me obligaba a comer, a ducharme, a intentar dormir… aunque la usé más como paño de lágrimas. En el piso no paraban de entrar y salir mis amigas para saber si había algún cambio en mi comportamiento. Ellas eran mi familia, porque la mía propia ni apareció por casa, aunque lo agradecí. Eso sí, no pararon de llamar por el asunto de la boda de mi hermana que, por cierto, es por lo único que me arrepiento, no haber asistido al evento, pero no quería estropear uno de los mejores días de mi hermana. Fue con ella con la única que quise hablar y con la que me disculpé contándole, sin muchos detalles, la causa por la que decidí no asistir a su boda.

Lucía no cesó en su empeño de hablar conmigo desde que se enteró de lo sucedido. Era tremendamente testaruda cuando se le metía algo en la cabeza. Tuve que acceder a hablar con ella, y no me arrepiento. Lucía siempre me ha dado paz, confianza, siempre ha habido una conexión entre nosotras. Aunque Alba era su hermana, comprendió toda la situación y mi decisión ante esos hechos. La admiraba. Apenas era mayor de edad y tenía una mentalidad de lo más adulta. Desde entonces hablo con Lucía, al menos, una vez a la semana. La verdad es que no quiero perder contacto con ella, no se lo merece.

De Alba, no me apetece ni de hablar de ella. Estuvo viniendo todos los días para intentar hablar conmigo. Me llamaba cada día. Mensajes en el Whatsapp. No era acoso, porque no se excedía en los intentos diarios, pero sí constante. Un día, sin más, dejé de recibir llamadas de ella. Lucía debió hablar con Alba después de tener la conversación conmigo. Nunca me lo confirmó, pero era evidente que tuvo que hacerlo porque coincidía en las fechas.
No me interesa nada referente a Alba. Desde ese día no sé nada de ella, ni me importa. Me rompió, me rompió en mil pedazos y solo dejó una Martina ausente del mundo real. Fue tanto el dolor que, cuando me di cuenta, me encontré que ya no sentía absolutamente nada por dentro. Me había quedado vacía.

Nuestra relación fue tóxica, siempre lo supe, pero no dejé nunca de creer que lo podríamos superar juntas si realmente queríamos hacerlo. La cuestión es que no estábamos juntas en eso. Si solo remaba yo por mi lado de la barca, nunca avanzaríamos, solo daríamos vueltas constantes, y eso es lo que nos pasaba, nunca avanzábamos. Decidí poner un punto y final a todo eso.

Lo decidí y así lo hice. Con las mínimas fuerzas que me quedaban, comencé a reconstruir a Martina. No sabía que nueva versión saldría de mí misma, pero lo que tenía claro que es tenía que seguir con mi vida, con o sin sentimientos, pero vivir. Gabi fue muy importante en todo ese proceso, pero el pilar principal fue, para mi sorpresa, Lola. No me esperaba encontrar a una Lola tan entregada a que yo saliera adelante. Ella era amiga de Alba, desconfiaba de sus intenciones cada vez que se acercaba a mí con la excusa de ayudarme, pero descubrí a una persona muy diferente de lo que pretendía aparentar con la gente de su alrededor.

Comencé a comer algo más, a salir de vez en cuando, a tener de nuevo las cosas ordenadas. ¡Odiaba el desorden! Mi vida fue un auténtico desorden durante semanas. Logré centrarme poco a poco en los estudios y, en definitiva, parece que empezaba a resurgir. Intentaba vivir sin muchos sobresaltos, lo más normal posible. Evitaba problemas, esquivaba discusiones. Quería estar tranquila y sin preocupaciones de ningún tipo. Está claro que no se puede tener todo y, por supuesto, ya comenzó a haber algo que no me dejaba estar en calma.

Hacía varios meses que mi padre ingresaba en mi cuenta un dinero que me daba para vivir demasiado bien. De no saber nada de él, que tuve que ponerme a trabajar porque ni siquiera me daba lo mínimo, me encontraba ahora que me hacía transferencia mensualmente de una cuantía bastante importante. ¿A qué estaba jugando?¿Qué maléfica conspiración habría ideado mi madre contra mí que había metido a mi padre por medio?

No me encontraba nada cómoda en esa situación. Creí que los ingresos cesarían pero no fue así, por lo que estuve varios días intentando hablar con mi padre. Por un motivo u otro, siempre estaba ocupado y siempre me decía que me devolvería la llamada, cosa que nunca hacía. La verdad es que no me sorprendía, siempre fue así conmigo, siempre era yo la que tenía que insistirle para que hiciéramos cosas juntos. El trabajo era su vida, no su familia. Esta última vez que contacté con él, le amenacé con ir a la oficina y plantarme allí hasta que me recibiera. Le montaría un buen jaleo en medio de todo su personal, y me daba igual que hubiese o no clientes allí. Sé que eso le desquiciaría. La idea de que apareciera en la oficina no debió gustarle mucho, porque me encontraba con una videollamada de él a través de Whatsapp.

— ¿En Andorra? ¿Qué haces en Andorra?
— Por motivo de trabajo, Martina. Parece mentira que me estés preguntando eso.
— ¡Pues claro que te pregunto! No sueles viajar. La mayoría de los asuntos los tratas por teléfono o personalmente, pero en tus oficinas. Y precisamente, en Andorra no tienes ninguna oficina. ¿O sí y no me he enterado?
— No. Pero me has dado una idea. Me lo tendré que plantear. Por esta zona podríamos…
— Papá, sabes perfectamente que no quiero hablar de tu trabajo — dije intentando evitar de que se me fuera por las ramas. Tiene siempre esa habilidad para eludir los temas que no le interesaban. — Vamos al grano. Sabes perfectamente porqué llevo días intentando hablar contigo. Dime porqué me estás transfiriendo mensualmente ese dinero.
— Porque eres mi hija.
— ¡Ja! ¿Ahora soy tu hija? Te caíste de la cama y te diste un tremendo golpe en la cabeza, ¿verdad?
— Es la verdad. No te he tratado como tal y quiero enmendarlo.
— No empieces con palabrería barata, papá. Tú y yo sabemos que no eres así y, por supuesto, las personas no cambian de la noche a la mañana porque sí. ¿Ha sido mamá la que te ha pedido que lo hagas?¿Qué me va a pedir a cambio?
— No, no. Tu madre no sabe nada, y será mejor que no lo sepa. Mejor evitar encontronazos con ella.
— En serio, papá, no te entiendo. ¿Por qué no os separáis de una vez?
— No es tan fácil…
— Papá, tan fácil como llamar a tu abogado y firmar el acuerdo de divorcio. Te quitará la mitad de todo lo que tengas, pero tú podrás vivir en paz. Tienes dinero suficiente como para dejarle la mitad y seguir viviendo de lujo. Deja de hacer el imbécil mandándome dinero y manteniendo a esa harpía.
— Seguiré mandándote dinero. Adminístralo con cabeza y obtendrás muchos más beneficios…
— Me sigues tratando como una niña pequeña, papá. No sigas por ahí porque no cuela. No eres así y algo ha pasado. O me lo cuentas ahora mismo o hablaré con mamá. Sabes que te hará la vida imposible, si es que no lo está haciendo ya.
— Martina, ¿no lo puedes dejar estar? Coge ese dinero, que es tuyo, y vive sin problemas económicos.
— Prefiero vivir sin otro tipo de problemas. No voy a parar hasta que me digas que puñetas pasa, y sabes que soy muy cabezona.
— Sí, lo sé. La historia es larga y prefiero contártelo en persona. Por teléfono no es seguro.
— ¿Seguro? Papá, me estás asustando, y encima tú en Andorra. Me están viniendo muy malos pensamientos…
— Martina — me interrumpió — mañana estoy por allí. Pásate por la oficina a eso de las cinco de la tarde y te lo cuento todo.

ALBA
— Pues no. No lo entiendo. Ya puedes explicármelo de nuevo.

Mi hermana me estaba tocando el coño, y mucho. Si no fuera por esa enorme barriga, de dimensión descomunal, no me hubiera apiadado tanto y la hubiera echado de mi cuarto a hostias.

— Lu, vete a la mierda. Me tienes hasta el coño con tus gilipolleces. Ya te lo he dicho. No hay más nada que explicar.
— ¡Claro que hay! Estás huyendo. Huyes de ella, huyes de mí, de Almu, de mis gemelas… ¡Eres una puta cobarde! Siempre huyes. No sabes hacer otra cosa.
— ¿Pero tú te estás oyendo? Me han destinado a París, te lo he dicho mil veces. No puedo dejar el trabajo. Por si no te has dado cuenta, tengo muchas bocas que alimentar, ¿sabes?
— ¡No!
— ¿No? — le pregunté señalándole el inmenso bombo que tenía como barriga.
— Bueno… sí, pero no.
— ¿Pero a ti que coño te pasa, barrilete?

De repente, se me puso a llorar de pie, en mitad de mi habitación. No me esperaba esa reacción y me fui a abrazarla. Su barriga me impedía poderla estrechar entre mis brazos como quería hacerlo, por lo que tuve que situarme a su lado. Se me escapó una risita ante tal situación cómica. Me miró algo sorprendida por mis actos y se contagió de mi risa.

— Dime, ¿qué pasa? Estás fatal con las hormonas de los cojones.
— Alba, me veo de nuevo sola. Ya no es solo cuidar a Almu, es que ya serán tres. A veces, toda esta situación me supera y tengo que explotar de alguna manera. No sé si podré…
— Shhhh… Tranquila, pequeña. Claro que podrás. Tú puedes con esto y con todo lo que te echen. Además, ¿qué coño es eso de que te ves sola? Tienes a Manu, a su familia, a mamá…
— ¡No me hagas reír, Alba! Mamá es otro de mis problemas, y que tendré también que acarrear con ello.
— Estaremos juntas en eso... y en todo. Mamá necesita un psicólogo. Al final, la depresión ha podido con ella. Tenemos que hacerle entrar en razón, y que vea que necesita ir al psicólogo para encontrarse mejor.
— No lo hará.
— Sí, ya lo verás. Pues eso, tonta. Los tienes a ellos y me tienes a mí. No físicamente, durante un tiempo, pero estoy para todo lo demás. No te faltará dinero, ni comida, ni sitio donde vivir. Ya lo hemos hablado, Lu. Os quedáis a vivir en mi casa, y te pasaré dinero mensualmente para que no te falte de nada. Todo saldrá bien, estoy segura.
— Claro, tienes razón. Todo va a ir bien. Es que, a veces, todo me sobrepasa.
— Es normal. Lo que no es normal es la fuerza que tienes para afrontarlo todo de la manera que lo haces. Te envidio, cabrona. Yo soy un puto desastre.
— Sí que lo eres. Sobretodo con Martina. De todas formas, te agradezco que pensaras lo que te dije y actuaras en consecuencia.
— Ya… Estaba claro que nos hacíamos mucho daño. La quiero con toda mi alma, pero no quiero dañarla más, se merece ser feliz, estar con alguien que le de tranquilidad, y no quebraderos de cabeza. Ha sido mejor así, le deseo lo mejor.
— Alba, ¿tú cómo estás?
— ¿Sinceramente? Rota por dentro. Lo hice como el puto culo. Está claro que no puedo estar con nadie…
— No digas eso, Alba.
— Es la verdad. Pero bueno, barrilete, ahora no quiero centrarme en mí y en mi jodida vida. Estáis vosotras y en eso me centro. Hablando de eso, tengo que hacer algunas llamadas de trabajo.
— Vale. Bajo a preparar la comida. ¿Alba?
— Dime.
— Todo saldrá bien.

Me guiñó un ojo y salió de mi habitación. Esta niña era la puta ama. No sé de dónde puñetas sacaba las fuerzas, pero era jodidamente increíble. La admiraba.
Cogí el móvil. Ojeé la agenda y marqué.



— ¿Alberto? Sí, soy Alba. ¿Pudiste averiguar algo?... ¡Eres la puta hostia! ¿Y por qué no me has llamado para contármelo?... Entiendo… ¿Tienes la documentación que lo confirma?... ¡Te follaría ahora mismo! Lástima que soy lesbiana — la risa creo que se escuchó hasta en la cocina — ¿Algo más que tenga que saber de ese hijo de puta?... Perfecto. A Mateo ya lo tengo cogido por los huevos.
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Arwenundomiel